La traición en la historia de España. Bruno Padín Portela
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Lafuente reproduce en líneas generales el relato de Mariana. Alude a esa «bebida fermentada que usaban para entrar en los combates», para unas líneas más adelante admitir que, tras esa última algarada, las subsistencias se encontraban agotadas y «los muertos servian de sustento á los vivos»[29]. En ese momento se revive lo que Mariana había escrito más de dos siglos y medio antes; escenas teñidas de sangre, donde los que todavía quedaban con vida se apresuraron a morir recurriendo «al incendio, á sus propias espadas, á todos los medios de morir; padres, hijos, esposas, ó se degollaban mutuamente, ó se arrojaban juntos á las hogueras», culminando con una frase que resume, quizá, la esencia de todas estas resistencias memorables: «Sus hijos [de Numancia] perdieron antes su vida que la libertad». Esta agonía encerraba, en realidad, un sentimiento de libertad y heroicidad que no se había conocido hasta el momento. La acción contaba con una importancia mayor por haber sido protagonizada por «aquel pueblo de héroes, ciudad indómita» y, sobre todo, por el rival al que se enfrentaban, ya que se trataba de «la nacion mas poderosa de la tierra»[30]. Es pertinente relacionar esta definición de un carácter propiamente nacional con las implicaciones que ese término tiene para nuestro autor en pleno siglo XIX, puesto que en su obra existe un sujeto, la nación, que estructura toda la narración desde los más prístinos orígenes.
Otro de los términos que Lafuente no emplea de manera casual es el de «independencia». Apenas cuarenta años antes de la publicación de su obra, la ciudad arévaca había sido, de nuevo, evocada y convertida en mito nacional a raíz de la Guerra de Independencia. Es ahí donde se produjo una reacción patriótica ante la invasión francesa, rescatando las viejas imágenes heroicas de la historia de España, para de ese modo apelar a la unidad y resistencia ante el enemigo invasor[31]. Encontramos en los primeros pobladores, pues, signos inequívocos de esa obstinada resistencia. A esto podemos añadir la vinculación de personajes y lugares, como Escipión con Napoleón o Numancia con Zaragoza. Esta influencia se extendió a otros ámbitos intelectuales, entre los que destaca la literatura y la conocida obra de Cervantes El cerco de Numancia, en la que se reproducen los elementos que constituyen la visión oficial de la España antigua[32].
No debemos pasar por alto que estas historias encierran, entre otras aspiraciones, un anhelo por reivindicar el pasado patrio dentro del panorama político europeo de sus respectivas épocas, fin para el que Numancia, como mayor exponente del carácter colectivo español, ofrecía una excelente oportunidad. Mariana había comprobado, como así deja consignado en el prólogo[33], que en el extranjero apenas se conocía la historia de su país y las que había, como la Histoire Generale d’Espagne de Loys de Mayerne Turquet, pretendían más bien difamar[34]. A finales del siglo XVIII un publicista francés, Nicholas Masson de Morvilliers, escribió un artículo titulado «Espagne» para una Encyclopédie Méthodique editada por Joseph Panckoucke. En ese trabajo se repetían continuamente los tópicos ilustrados sobre el país, para terminar declarando que «en España no existen ni matemáticos, ni físicos, ni astrónomos, ni naturalistas»[35]. La misma razón explicaría, en parte, la Historia general de Modesto Lafuente en el siglo XIX. Consideraba el palentino que solo los historiadores españoles estaban en condiciones de entender los rasgos definitorios del carácter español, ya que los autores foráneos tendían a exagerar algunos aspectos de la historia nacional[36].
Rafael Altamira, por su parte, engloba la guerra numantina bajo un epígrafe en el que incluye también los conflictos de los gallegos y los astures, advirtiendo que en ningún caso se debe entender que la guerra contra Roma la estuviese manteniendo exclusivamente la ciudad arévaca, sino que existía una confederación en la cual entraban muchos pueblos, aunque Numancia fuese la plaza principal. Dicha confederación, de la que formaban parte, entre otros, «los Cántabros, Vacceos, Lusones», venció a sucesivos generales, convirtiéndose de ese modo en «terror de las tropas romanas, que se desmoralizaron, negándose á veces á luchar»[37].
Los últimos días de Numancia son narrados, tal como sucedía con Sagunto, sin el apasionamiento y el patriotismo que había caracterizado a la historiografía anterior. Nos refiere Altamira que, en virtud de unas condiciones de paz demasiado duras, los numantinos optaron por «incendiar la ciudad, pelear hasta morir unos y matarse otros, como así lo hicieron», siendo la victoria para Escipión parcial, ya que, siguiendo la tradición que señalaba la ausencia de supervivientes, Altamira afirma que «el general romano se apoderó tan solo de un montón de ruinas y cadáveres»[38]. Se trata, sin duda, de un final menos heroico y más escueto, que, tal como ha indicado Wulff, se imbrica dentro de las tendencias de la época a interpretar las realidades históricas en términos de dominación e imperialismo y a constatar la oposición de los indígenas[39].
Bosch Gimpera y Aguado Bleye no aportan ninguna novedad sustancial al referir el final de Numancia. Se remarca de nuevo que los numantinos no iban a ceder al tratado humillante que Escipión tenía contemplado para ellos, que consistía en la rendición con armas. Como prueba, los cinco representantes enviados a parlamentar con Escipión fueron acusados de traición y muertos, ya que «entregar las armas era para el celtíbero la máxima indignidad»[40]. Tomando como guía a Apiano narran los últimos días de Numancia, de la que, dicen, «no necesita leyendas: el brillo de su heroísmo épico no se empaña porque al fin se rindieran unos cuantos hombres muertos de hambre»[41], en alusión a la posibilidad o no de que existiesen supervivientes.
Ahora bien, cuando nos toca referir según qué temas del tomo II de la Historia de España dirigida por R. Menéndez Pidal existe una influencia de raigambre alemana, Adolf Schulten, a la que es pertinente aludir. En esta ocasión, con Numancia, esa referencia es si cabe más obligada, puesto que este erudito alemán, además de haber sido el especialista en historia antigua más influyente de la primera mitad del siglo XX, desarrolló y sistematizó los resultados de sus excavaciones en cuatro volúmenes: Numantia. Die Ergebnisse der Ausgrabungen 1905-12. No nos interesa especialmente profundizar aquí en la vertiente arqueológica, sino en otra obra del profesor de Erlangen, su Historia de Numancia, cuyo prólogo, firmado por un discípulo de Bosch Gimpera, Luis Pericot, resulta revelador:
Numancia es, tal vez más aun que Viriato o que los cántabros, el símbolo de nuestra independencia frente al absorbente poder de Roma y, aun reconociendo cuanto debemos a ésta, el recuerdo de su gesta no puede borrarse del corazón de los españoles, que tienen en el heroísmo de hace dos mil años un espejo de todas las virtudes raciales. El que al lado de estas virtudes aparezcan también los viejos defectos de desunión e imprevisora pereza no hace sino intensificar la comunión entre los antiguos y los modernos y dar a la vieja historia un matiz más real y por ende más humano[42].
Pero la importancia de Schulten se entiende, por otro lado, en base a los principales intereses historiográficos de su época, tales como guerras, resistencias heroicas o la vigencia del modelo según el cual los rasgos de los españoles se mantienen