La traición en la historia de España. Bruno Padín Portela
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La historiografía y sobre todo la enseñanza, recordemos, un eje fundamental en la proyección de la obra de Altamira, van a erigirse en dos claves para la interiorización de los roles sociales. Papel que, de acuerdo con Bermejo, en otras épocas habría sido desempeñado por los mitos y los rituales de iniciación, o por la instrucción y las instituciones religiosas[84]. En los manuales escolares de finales del siglo XIX y principios del XX, donde Viriato se convierte en el primer héroe nacional español, los textos van acompañados profusamente de grabados que permiten poner en juego todo el valor de lo visual para una mejor comprensión e identificación de los estudiantes con su pasado patrio[85]. La repercusión del nivel educativo es evidente, ya que, como decía Michel Foucault, todo sistema de educación es una forma política de mantener o de modificar la adecuación de los discursos, con los saberes y los poderes que implican[86].
En la narración de Bosch Gimpera y Aguado Bleye se entiende que la existencia de estos «héroes, defensores de la libertad de la patria contra el opresor extraño, suscita el interés de los hombres de estudio y gana la simpatía de todos», ya que «estas guerras populares, tan imperfectas militar y políticamente, cautivan más que las campañas del general más famoso»[87]. Parece claro que se atiende más a cuestiones sentimentales a la hora de estudiar este tipo de conflictos, por tratarse de luchas absolutamente desiguales en las que el carácter español, fiero, indomable y paradigma de la libertad, encontraba su máxima expresión. Viriato, que aparece siempre caracterizado prototípicamente, sería el personaje ideal para liderar a los lusitanos «en su guerra de independencia contra Roma».
Llegados a este punto se plantea la cuestión de la apropiación de Viriato, que se inscribe básicamente en torno a dos niveles: el portugués y el español. El primero de los casos ha sido analizado por A. Guerra y C. Fabiâo, indicando que la visión de la Lusitania como prefiguración de Portugal comenzó a delinearse con los humanistas portugueses en obras retóricas. A. Herculano, posteriormente, negó esa vinculación dentro del marco científico de la historiografía portuguesa, aunque Leite de Vasconcelos se volvería a inclinar hacia la opción que proclamaba la ligazón entre lusitanos y portugueses[88]. De todas formas, fue la biografía que A. Schulten consagró a Viriato el punto de inflexión que facilitó la identificación definitiva de Viriato con los portugueses. Buen ejemplo de ello es, como exponen Guerra y Fabiâo, que los combatientes que lucharon del lado franquista durante la Guerra Civil se arrogasen la designación de «Viriatos»[89].
En lo que refiere al caso español, nos parecen oportunas las observaciones de J. Alvar, quien ha señalado que, al aceptar la mayoría de fuentes clásicas el carácter lusitano del héroe, a la historiografía nacionalista española le podría incomodar que el moderno Estado de Portugal se apropiase de Viriato[90]. Este autor argumenta que, en el caso de que Viriato se escapase de la historia nacional, las restantes gestas heroicas quedarían oscurecidas por el anonimato de sus protagonistas, resultando ineficaces, porque ello conllevaría un cierto desconcierto de una identidad olvidada[91]. Un discurso histórico como el que aquí estamos analizando, en el que la exaltación patriótica está tan presente, no puede permitirse la ausencia de estos referentes, porque la sublimación de los caracteres españoles se proyecta precisamente en torno a ellos. Era necesario que las jóvenes generaciones de estudiantes tuviesen la obligación de aprender el nombre de Viriato e identificarse con él, en una labor de socialización del pasado común en otras construcciones nacionales. Esta tarea de asimilación de los héroes es mucho más efectiva, porque tiende a personificar los valores asociados con un determinado carácter, ya que, de lo contrario, el orgullo nacional se terminaría diluyendo, al no contar con una referencia sólida.
SERTORIO
Es bien sabido que la biografía de Quinto Sertorio se encuentra desde un determinado momento fuertemente asociada a Hispania, desde donde, a raíz de las proscripciones de Sila, lideró la oposición indígena a Roma. Tratar siquiera de realizar una aproximación a la vida de Sertorio excedería notoriamente tanto el espacio como la naturaleza de este trabajo, por lo que nos limitaremos primero a analizar su caracterización en los relatos de las historias generales y, a continuación, tratar de conocer hasta qué punto puede el de Nursia ser considerado o no como traidor a su patria.
Cuenta el padre Mariana en los capítulos que le dedica (III, 12-14) que «los Lusitanos o Portugueses, cansados del imperio de Roma», llamaron a Sertorio con el fin de recobrar la libertad. Sin embargo, la imagen sertoriana que dibuja el jesuita al comienzo de su narración no pasa por alto las verdaderas intenciones que, a su juicio, escondía. En primer lugar, la creación de un «senado a la manera de Roma», donde otorgaba más confianza a los que «eran de nacion Romanos, asi por ser de su tierra, como porque no le podian faltar tan facilmente, ni reconciliarse con sus contrarios»[92].
Por otro lado, con la fundación de lo que Mariana consideraba una «Universidad» en Osca decía perseguir que «los hijos de los principales Españoles fuesen alli a estudiar, diciendo que todas las naciones no menos se ennoblecian por los estudios de la sabiduria, que por las armas»; aunque, según Mariana, lo que en realidad pretendía era «tener aquellos moços como en rehenes, y asegurar su partido»[93]. A pesar de estas acciones que buscaban claramente su provecho personal, los lusitanos confiaban en que Sertorio «podría escurecer la gloria de los Romanos», por lo que se granjeó también las voluntades de la «España Vlterior (…) y Citerior»[94]. En efecto, Sertorio constituye un caso singular, ya que, como ha indicado Wulff[95], a excepción de la imagen del sabino y algún magistrado al que se juzga benévolamente, el resto de intervenciones romanas se integrarán dentro de las historias generales, en una categoría asumida de invasores brutales y falaces.
El final de Sertorio es narrado por Mariana de modo diferente. Los calificativos exaltándolo tras su muerte son elocuentes; decía el jesuita que fue llamado por «los Españoles Anibal Romano», para añadir que se podía «comparar con los capitanes mas excellentes asi por sus raras virtudes, como por la destreza de las armas, y prudencia en el gouierno»[96]. Señala que su muerte estuvo motivada más «por la malquerencia de los suyos, que por el esfuerço de los Romanos». La traición, consumada por «Antonio, hombre principal, en vn conbite en que estaua asentado a su lado», aunque urdida por Perpenna, a quien «leydo el testamento del muerto, se entendio que le señalaua por vno de sus herederos, y en particular le nombraua por su sucesor en el gouierno y en el mando»[97], venía a mostrar, de nuevo, esa tendencia de los españoles hacia su mayor defecto, la desunión convertida en traición, mal que explicaría, en fin, las sucesivas victorias de los invasores.
Modesto