La traición en la historia de España. Bruno Padín Portela
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De todas formas, es un lugar común en todas las historias generales comenzar la semblanza de Viriato aludiendo a dos aspectos: por un lado, la causa de la guerra, que se suele atribuir a la traición de Galba, y, por el otro, sus orígenes humildes como pastor. Mariana recoge, en este sentido, que este personaje era «de nacion Lusitano, hombre de baxo suelo y linage, y que en su mocedad se exercitò en ser pastor de ganados»[71]; Modesto Lafuente dice que Viriato era «ese tipo de guerreros sin escuela de que tan fecundo ha sido siempre el suelo español, que de pastores ó bandidos llegan á hacerse prácticos y consumados generales»[72]; mientras que Altamira, por su parte, señala que entre los lusitanos se alzó «un jefe llamado Viriato, hombre de excepcionales condiciones guerreras, que había sido pastor, según dicen los autores romanos, pero que llegó á tener una personalidad grande»[73].
Mariana incluye en la parte final de su relato que Viriato presentía cuál iba a ser su trágico destino. Así pues, se encontraba nuestro protagonista «cansado de guerra tan larga, y poco confiado en la lealtad de sus compañeros, ca se recelaua no quisiessen algun dia con su cabeça comprar ellos para si la libertad y el perdon». Una vez concertada la traición, los legados que había enviado Viriato para concertar la paz «entraron do estaua durmiendo, y, en su mismo lecho, le dieron de puñaladas», cumpliéndose la predicción que, a juicio de Mariana, había formulado. Las últimas líneas del jesuita concluyen exaltando a Viriato, aunque también subraye la idiosincrásica división española, porque con esa traición «perecio por engaño y maldad de los suyos el libertador, se puede dezir casi de España»[74].
En su narración, Modesto Lafuente no duda en señalar que «Viriato excitaba (…) á una alianza y general confederación contra el comun enemigo, exhortándolos á unirse en derredor de un solo estandarte nacional»; para continuar diciendo que Viriato había sido «el primero que indicó á sus compatriotas el pensamiento de una nacionalidad y la idea de una patria común»[75]. Parece que se trata de una clara apelación a la necesidad de unirse para acabar con el yugo romano, a pesar de que Lafuente, imbuido de un fuerte sentimiento nacional acorde a su época, no duda en presentar la guerra de Viriato como poco menos que precursora de las confrontaciones bélicas por la libertad que estaban teniendo lugar en el siglo XIX.
Altamira admite que en el fracaso de esta guerra intervinieron factores como la conducta desleal del gobierno romano o algunas torpezas cometidas por Viriato hacia el final de su vida, pero también pone de manifiesto el respeto que este infundía, ya que «las tropas romanas le temían». Su final, análogo al de Sertorio, se debió al engaño romano en el momento de concretar la paz. Cepión concertó con los embajadores enviados por Viriato el asesinato, que «así lo hicieron mientras dormía. De este modo traidor acabó por entonces la guerra de los Lusitanos»[76].
Como se ve, el arquetipo interpretativo dominante, esto es, el esencialismo y el invasionismo, se completa con el elemento de la división. Aunque dicho factor, inherente al carácter español, vendría a explicar en gran medida el éxito de las continuas incursiones a las que la Península se ve sometida[77], creemos apropiado desarrollarlo en torno a la figura del caudillo lusitano porque en él se va a interrelacionar con la noción de traición. La desunión, que no es exclusiva del mundo hispano[78], se incluirá como un tópico recurrente en todas las historias de España, no solo para explicar la historia antigua, sino todas aquellas «pérdidas de España» significativas. Modesto Lafuente, por ejemplo, se lamenta de que esa falta de unión sea la causante de sucesivas derrotas que, de lo contrario, no se podrían comprender:
Los españoles, en vez de aliarse entre sí para lanzar de su suelo á unos y á otros invasores, se hacen alternativamente auxiliares de los dos rivales contendientes, y se fabrican ellos mismos su propia esclavitud. Es el genio ibero, es la repugnancia á la unidad y la tendencia al aislamiento el que les hace forjarse sus cadenas (…) Las mismas causas, los mismos vicios de carácter y de organización traerán en tiempos posteriores la ruina de España, ó la pondrán al borde de su pérdida[79].
Debemos volver otra vez al geógrafo de Amasia, ya que uno de los pasajes de su Geografía (III, 4, 5) nos puede situar ante un buen precedente del tema de la desunión. Creemos que el texto merece ser reproducido al menos parcialmente:
Esta autosuficiencia alcanzó su máximo apogeo entre los iberos, que sumaban a ello su pérfido carácter y su falta de honestidad: pues en efecto eran agresivos y prestos al bandidaje por su forma de vida, pero sólo se atrevían a pequeñas acciones, en cambio no abordaban grandes empresas debido al hecho de que no constituyeron grandes potencias ni confederaciones. Pues si hubieran querido, efectivamente, combatir en conjunto no les habría resultado posible a los cartagineses someter sin riesgo la mayor parte de su territorio cuando los atacaron, e incluso todavía antes a los tirios, luego a los celtas, los que en la actualidad se llaman celtíberos y berones, ni después al bandido Viriato, ni a Sertorio, ni a algunos otros que deseaban ampliar sus dominios.
Parece claro que Estrabón podría ser un buen punto de apoyo sobre el que asentar un paradigma nuclear dentro del modelo explicativo de la historia española. Estas palabras de Estrabón han sido muy bien analizadas por Álvarez Martí-Aguilar, quien, en un estudio historiográfico, pone de manifiesto la pervivencia y el potencial ideológico que el pasaje III, 4, 5 tiene a partir de Morales, señalando que este no solo se circunscribe a las producciones históricas, sino que también encuentra acomodo en, por ejemplo, las obras teatrales[80]. La desunión no provocaba exclusivamente un castigo en forma de dominación extranjera, sino que, en el caso de que hubiese algún caudillo que encarnara la resistencia ante el enemigo, como Viriato, la desunión se traducía, como decíamos anteriormente, en la traición, lo que a su vez desembocaba en el sometimiento definitivo ante los invasores, al quedar huérfano el liderazgo de la oposición indígena.
Cuando aparecen personajes como Viriato o Sertorio después, que acaudillan en torno a su figura toda la resistencia indígena, la desunión se va a traducir directamente en su forma más característica: la traición. No es, en efecto, un azar que ambos cuenten con finales análogos, al morir a manos de sus colaboradores más cercanos. Continuando con la Historia general, Lafuente se pregunta: «¿Qué hubiera sido, pues, de Roma y de los romanos, si los jamás confederados españoles hubieran unido sus fuerzas, aisladamente formidables, en torno del guerrero ó de la ciudad, de Viriato ó de Numancia?»[81].
La importancia de figuras como Viriato se encuentra fuera de toda duda, algo que se aprecia especialmente en el siglo XIX, puesto que esa relevancia se va a entender dentro del proceso de construcción del Estado-nación. Pero, ¿por qué son necesarias? Como ha señalado Bermejo, cada Estado va a recurrir a un tipo histórico, ya sea germano, galo o celtíbero primitivos, dado que posee