Cosas vivas. Luis Alberto Suárez Guava

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Cosas vivas - Luis Alberto Suárez Guava страница 17

Cosas vivas - Luis Alberto Suárez Guava Diario de campo

Скачать книгу

      Los datos hasta aquí mostrados desdibujan la transitividad de la envidia como acto o, mejor, crean múltiples transitividades. Existe una exacerbación o, como lo dirían en Aguabuena, cadenas que relacionan personas, objetos, deidades y tierra. Y los elementos físicos que participan de este conjunto son en cierto modo transformaciones propiciadas por los mismos alfareros, son sus ensambles.

      Los boteros de Helí envidian a las otras vasijas que no son como ellos (y acaso también envidien al mismo Helí). Helí no especifica la fuente de su envidia, como nadie en Aguabuena lo hace (Castellanos, 2015). Allí, es incuestionable que existe(n) la(s) envidia(s), pero nadie se pregunta qué es lo que se envidia. Un modelo clásico (the limited good model) pone la escasez de los recursos y por consiguiente la competencia que se deriva como explicación. Así, en sociedades con bienes limitados –como las campesinas, alfareras o pesqueras–, la envidia aparece como mecanismo nivelador, asegurando que nadie quiera sobresalir, pues sería blanco de brujería (Foster, 1961, 1965, 1972; Bennett, 1966; Kennedy, 1966). Si bien Aguabuena es un mundo de recursos escasos (piénsese en el agua) y, por ende, una explicación como esta tiene cabida, desde lo etnográfico parece más provechoso preguntarse por las posibilidades que mantienen y actualizan un mundo saturado de relaciones envidiosas. En otras palabras, más que las causas, me interesa la experiencia en sí misma, y las condiciones materiales que la hacen posible, o sea su medio y por ende sus vehículos y catalizadores (físicos o no), o lo que la mantiene en movimiento.

      La indiferencia por las causas de la envidia contrasta con un sinnúmero de manifestaciones o síntomas que, en cambio, sirven para denotarla (fracturas en vasijas cocidas, delgadez en las personas, aridez de la tierra y huecos en las mangueras son solo algunas). En Aguabuena, importa su performatividad más que su origen (Castellanos, 2015), pues siendo la envidia constitutiva de las relaciones sociales, siempre está fluyendo, así como el agua que transportan las mangueras. El flujo –que, como vimos, es en muchas direcciones– asegura a su vez este gran dinamismo.

      De vuelta a los boteros, podemos aventurar varias explicaciones. Por ejemplo, pensar que son envidiosos porque Helí es envidioso. Así lo describen Doris y otros, pero esto es solo una cara. Otra cara es que las vasijas también envidien, además de a las otras vasijas, al mismo Helí. De hecho, hay siempre una falta de confianza o sospecha de los alfareros no solo hacia otros alfareros, sino también respecto a sus vasijas. Nunca se está seguro de los resultados de una hornada. El barro, el horno, el hornero,7 el alfarero y, de manera importante, las vasijas conspiran en contra del éxito de un taller. Y, como si fuera poco, una vez superada la quema vendrán otros riesgos: por ejemplo, el intermediario que no viene, bien sea por el camino polvoriento que en época de lluvia no es transitable, o bien porque no quiere volver a causa de las vasijas que pudieron romperse en su tránsito a los mercados, entre otras razones. Como sea, siempre habrá una responsabilidad que recae en la cerámica misma: hay por lo tanto un campo de acción propio de las vasijas.8

       Cierre

      Pensar a través de las cosas es la propuesta metodológica de un grupo de autores para hacer de los objetos una estrategia analítica que los aborda en sus propios términos (Henare, Holdbraad y Wastell, 2007). Inspirada en estas ideas, he querido tomar los datos etnográficos como lente analítico. Así, he asumido las cosas como conceptos para no concebir su significado como algo añadido o separado de las cosas mismas (p. 3).

      Desde esta perspectiva, el interés no ha sido por las creencias o sentidos que a manera de telón de fondo están detrás de los objetos o les sirven de contexto (Strathern, 1990; Ingold, 2000), sino por las cosas mismas y sus posibilidades.9 Para mi caso, esto implica desviar la atención de las explicaciones del origen o la causa de la envidia en las cosas y, en cambio, partir de que en Aguabuena hay de por sí cosas envidiosas, para luego explorar las posibilidades de ser que tienen dichas cosas o sus realidades, por ejemplo, sus comportamientos, los actos que realizan, los medios en que están presentes, etcétera. Este interés en lo concreto me ha llevado a interesarme por una física de la envidia.10

      Y es que la envidia, más que una abstracción, se vive de manera concreta, tanto que incluso tiene atributos físicos, es material. Otra forma de verlo es que la envidia es siempre una experiencia netamente corporal, tiene una anatomía. El cuerpo de un alfarero o de una vasija o de un terrón de barro o de una manguera, incluso de una deidad (como se veía en la sección dos), es la expresión, el medio de este mal.11 Esto contrasta con una visión de la envidia como emoción y, por ende, la tendencia a verla como un fenómeno del mundo de las ideas opuesto al de los cuerpos, perspectiva que incluso puede ser más radical al pensarla como una fuerza irracional o inconsciente (Schoeck, 1970; Rorty, 1980).12

      Es claro que el camino elegido reclama una forma distinta de ver las relaciones entre alfareros y vasijas, y, de manera más general, entre personas y objetos. Y algunas de estas preocupaciones no son para nada nuevas. En su ensayo sobre el don, Mauss (1990 [1950]) no asume que el hau de los taonga fuera un asunto de superstición o animismo, sino que lo reconoce como un problema teórico –cuya base es etnográfica– relacionado con la identidad que los maoríes establecen entre las personas y las cosas que hace que los taonga sean hau. Los resultados de esta forma de abordar el problema, como todos conocemos, llevarían al desarrollo de una teoría –todavía hoy influyente– sobre la obligación social basada en la reciprocidad.

      Siguiendo estas ideas, he querido que lo dicho por mis conocidos de Aguabuena no tenga un mero valor discursivo que haga de sus narrativas un problema epistemológico para el antropólogo. Esta orientación me llevaría a usar conceptos familiares para explicar situaciones no familiares, por ejemplo, pensar la agencia que tienen las vasijas para dar cuenta de su envidia, desde una teoría animista o una aproximación marxista (entre otras posibles). Otro recurso sería problematizar el contexto como estrategia para darle sentido a lo expresado por los alfareros (Dilley, 2002). Así, explicaciones por fuera del fenómeno mismo, más englobantes, entrarían a mediar (Castellanos, 2015). De nuevo la escasez de recursos y la precariedad de la vida en Aguabuena, como se discutía líneas arriba a propósito de la teoría del “bien limitado”, o las dificultades que enfrentan para competir en el mercado de artesanías serían algunas de las opciones.

      Como se ha visto ya a lo largo del artículo, he optado en cambio por hacer de la descrita por Helí, Doris y Teresa una situación no familiar y desde allí elaborar una relectura de la envidia como fenómeno (Henare, Holbraad y Wastell, 2007, p. 18).13 Con tal propósito, he enfrentado una dificultad adicional que tiene que ver con la familiaridad del lenguaje que hay entre los alfareros y yo (el español) y la naturalización de la envidia como experiencia.14 De hecho, desde mis primeras visitas a campo, la envidia fue un tema recurrente del que hablaban mis conocidos, pero se convirtió en objeto de estudio solo cuando fue referida como causa del rompimiento de las vasijas en el horno (Castellanos, 2004; 2007). Ese interés me llevó posteriormente a replantear la envidia en sí misma y a aventurar una reformulación de lo que implica como fenómeno (Castellanos, 2015). Al hacerlo, he asumido otros compromisos y, por ende, otros riesgos, uno de los cuales ha sido el de evitar (pero inevitablemente contribuir, depende desde donde se mire) exotizar a las personas con quienes trabajé. Si bien lo expresado por ellas puede resultarnos fabulesco e incluso inverosímil, y en ese sentido las construye como unos otros distintos, el propósito no es meramente enfatizar en sus diferencias. Al respecto, cabe señalar que por más condenable que sea, la envidia es ante todo un asunto de humanidad (Benfell, 2007). El propósito más bien ha sido usar el caso de Aguabuena para, desde un escenario muy local, dialogar y cuestionar ideas más universales señalando también sus vacíos (Castellanos, 2015).

      Si reconocemos que la envidia es un asunto de los seres humanos, el que las vasijas, entre otras cosas, sean también envidiosas, las hermana y emparenta con nosotros (tanto que son el espejo del alfarero). Retomando las ideas de Gell (1998) sobre la agencia de las obras de arte y usándolas en nuestro caso, podríamos

Скачать книгу