Cosas vivas. Luis Alberto Suárez Guava

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Cosas vivas - Luis Alberto Suárez Guava Diario de campo

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      Doris: Alguna vez le dimos regalado un material a Helí pa’ que trabajara. Como tenía tantas pérdidas pues se lo regalamos. Pero ese hombre no hacía sino maldecir, a toda hora de mal genio, la loza se le chitiaba en el horno, el barro no le crecía. Pero es que uno no debe maldecir al material con el que trabaja porque de esto es lo que come.

      Helí: Doris me dio una arcilla pero estaba llena de piedras, ¡qué material pa’ malo! Yo que trabajo rápido, no, eso no, me demoraba el doble y era saque y saque piedras… a lo que armaba la loza después mermaba y otra se charrusquiaba [torcía], en ese tiempo no tuve sino pérdidas.

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      Figura 6. Doris empuja con la mano que está adentro la barriga de la vasija, mientras que con la mano que está afuera controla la fuerza de sus movimientos. Su atuendo, limpio, es deliberado para esta foto

      Foto: Daniela Castellanos. Tomada en la enramada del Taller de Evelio Bautista, padre de Doris, en el 2007.

      Los fragmentos anteriores fueron extraídos de conversaciones que tuve en días distintos con Doris y Helí, pero están conectados pues se refieren a un mismo evento (Castellanos, 2012). Ambos dan cuenta de los infortunios de Helí a causa de la conductividad del barro, que adquiere una valencia que casi siempre es negativa. Aunque también hay historias en que la arcilla (y por ende las vasijas) toma las virtudes de quien la amasa. De hecho, en otra de mis estancias en Aguabuena, la hermana de Helí, Josefa, contaba que para hacer una vasija “primero hay que consentir el barrito, sobarlo y luego durante la hechura hay que pensar cosas bonitas pa’ que las ollitas salgan bien” (Castellanos, 2007, p. 43).

      Lo anterior pone de relieve que el vínculo entre la arcilla (como materia prima o producto terminado en forma de vasija) y su alfarero es muy fuerte en varios sentidos. El barro es el medio de sustento de las familias de Aguabuena y trae prosperidad o escasez a las familias. Es un oficio que imprime identidad cultural a los artesanos pero también carga con un estigma. Por un lado, hay un reconocimiento del valor patrimonial que tiene esta labor, promovido en parte por la identidad de Ráquira como un pueblo de olleros, pero también por las políticas impulsadas por entidades como Artesanías de Colombia, la Gobernación de Boyacá, el Ministerio de Comercio, entre otras, que desde hace varios años vienen desarrollando distintos planes productivos en el municipio. Por otro lado, los alfareros reconocen que es un oficio que enferma (por la alternancia de la arcilla, que es fría, con el calor del horno; por la contaminación por el humo que expiden los hornos, entre otros factores) y que hace que sus cuerpos, sus casas y en general todo el lugar esté impregnado de una suciedad que es física pero también moral.6 La polución del lugar se expresa en los cuerpos, no solo impregnándolos, sino también moldeándolos. En ese sentido hay una suciedad inherente a la persona envidiosa como un rasgo corrosivo de la subjetividad que además mina sus relaciones sociales.

      Hay otro nivel más micro, individual. Una vasija es el calco de la anatomía de quien la hizo y esto se aprecia a su vez en detalles anatómicos de la vasija, como la boca o jeta (borde), la barriga (cuerpo), el culo (base) o la oreja (asa), que copian la anatomía del alfarero (Castellanos, 2007). Por ejemplo, Elisa decía de Tránsito que sus vasijas le salían “así como tiene la jeta”, o Doris apelaba a una diferencia de género para hablar de por qué sus vasijas eran más redondas que las de su hermano, incluso cuando ambos habían aprendido el oficio de la misma persona (esto es, su madre), o Helí daba una definición del estilo de hacer vasijas de cada quien al considerarlo como “la huella dactilar” (Castellanos, 2007) (figura 7).

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      Figura 7. La paila de Tránsito

      Foto: Daniela Castellanos. Tomada en el taller de Tránsito Vergel en 2006.

      De vuelta al tema de la sección, si el elemento tierra conduce o conecta la envidia (entre una fuente y un receptor), el aire, en cambio, no lo hace. Para explicar mejor este punto, hay que desviar la atención de las vasijas (rotas o completas) que dominan el paisaje de Aguabuena y detallar, en cambio, otro rasgo igual de importante pero menos llamativo: las mangueras que trasportan agua desde las quebradas hasta las casas en un entramado que conforma un acueducto artesanal.

      Aguabuena, pese a su nombre, es un lugar con poca agua, más árido que fértil y en donde los alfareros conviven con la carencia de servicios sanitarios. A falta de un acueducto oficial, funciona uno improvisado. Metros y metros de mangueras conectadas o desconectadas deliberadamente conducen o no el agua desde las fuentes hídricas (básicamente, dos quebradas) hasta los tanques de las casas. Hay mangueras principales, más gruesas y largas, que conforman una red primaria, y otras más cortas y de menor grosor, que son las redes secundarias y que se conectan a las mangueras principales en ramificaciones variadas y cambiantes según las alianzas o conflictos de las unidades familiares. Así, es usual que entre varias casas se asocien para comprar metros de manguera gruesa de la que saldrán varias ramificaciones, dependiendo de las casas involucradas. Pasar el agua es como se le llama a esta acción que crea una relación de solidaridad entre un responsable que pasa el agua y sus beneficiarios. Sin embargo, es usual que a causa de peleas familiares las mangueras se desconecten de un nodo principal o que presenten el flujo de agua interrumpido por huecos hechos intencionalmente o piedras colocadas encima que torpedean el flujo. En últimas, las mangueras, cuales vasos comunicantes de ramificaciones varias, mantienen en circulación (o pasan) no solo agua, sino también envidia, a través de una red que es cambiante en su composición y direccionalidad (a veces quien pasa agua se convierte en beneficiario de alguien más): los alfareros se agregan o disgregan mientras la red se contrae o expande y cambia de orientación. “Por envidia la gente troza las mangueras” dicen los alfareros de manera unánime, lo que hace que el agua se pierda, no llegue o llegue en pocas cantidades. Paradójicamente, estas mangueras que resisten la aridez de esa tierra, contribuyen, a veces, a empeorarla (Castellanos, 2015).

      En tierra, las mangueras se envidian, pero no es así cuando van por el aire. Así lo explicaba Teresa mientras me contaba cómo su sobrino y ahijado, y quien le pasaba el agua, había tenido que poner por encima de los techos metros de manguera para conectar sus casas usando soportes de madera, cual postes, para que “volaran” como los cables eléctricos de las ciudades. ¿Y qué es lo especial del aire que hace que no pase la envidia?, pregunté a Teresa, quien mencionando lo del aire como una sentencia sin espacio para dudas, ignoró mi cuestionamiento.

      En mis varias visitas a Aguabuena, nunca escuché de otros elementos del mundo que fueran envidiosos. Ni bosques, quebradas o piedras, ni animales de tenencia (como vacas o cabras), ni otros rasgos del mundo material (casas, hornos para quemar cerámica, etc.) fueron referenciados de tal modo. El que las mangueras sí lo fueran puede deberse (tal vez) a su relación con la tierra, que es el medio físico en el que se encuentran frecuentemente. El barro conduce envidia, ya lo veíamos líneas arriba, esto por el contacto con los alfareros. Del mismo modo, la tierra en la que yacen las mangueras (a veces sepultadas varios metros para que no sean pisoteadas por camiones o carros pesados a su paso por las carreteras o en superficie) sería ese medio potenciador según una hidráulica de la envidia, que no funciona así cuando el medio es aéreo.

       Tercero: muchas direcciones

      Generalmente, la envidia se ha definido como una relación de tres: alguien que envidia (sujeto), otro que es envidiado (rival) y un rasgo, posesión, capacidad o estado psicológico que el sujeto envidia en el rival (objeto) (D’Arms, 2002; Celse, 2010). En esto hay una direccionalidad clara, ya que siempre habrá un blanco, una víctima (Schoek, 1970, p. 7). Pero ¿qué pasa cuando hay muchas víctimas?, es decir, ¿hay una reciprocidad de

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