Cosas vivas. Luis Alberto Suárez Guava

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Cosas vivas - Luis Alberto Suárez Guava Diario de campo

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en Aguabuena he escuchado muchas historias.4 Por ejemplo, que la gente de Aguabuena es la más envidiosa de Ráquira, un hecho incuestionable incluso para los habitantes de Aguabuena (Castellanos, 2015); que la envidia de los vecinos, a veces transformados en brujas nocturnas, rompe las vasijas mientras se cuecen en el horno (Castellanos, 2007); que a los artesanos los enferma su propia envidia o la de sus prójimos (Castellanos, 2012), entre otras más. La afirmación de Helí, sin embargo, presentaba otra perspectiva a propósito de la exacerbación de la envidia en este mundo: ya no eran las personas sino también las cosas las que envidiaban; era esta una especie de gran conspiración de todos contra todos.

      En lo que sigue, quiero explorar la envidia como un problema de las vasijas y no solo de las personas: ¿cómo es la envidia de las vasijas?, ¿por qué las vasijas envidian y cómo es su envidia? y ¿de qué nos habla esta experiencia a propósito de la relación entre humanos y objetos? A continuación, presento algunos datos etnográficos que nos darán pistas al respecto. Para respondernos estas preguntas, más que partir de una definición de envidia por fuera de la experiencia misma de quienes la viven, propongo, en cambio, aproximarnos a las manifestaciones que esta tiene en el mundo material. Los alfareros no cuestionan la saturación que de la envidia hay en su mundo, y más bien lo que les preocupa son sus afectaciones. Por eso, si pretendemos entender lo que hace posible esta experiencia, debemos mirar su desenvolvimiento en el mundo, sus potencialidades, sus resonancias; todas estas manifestaciones concretadas en los cuerpos: la envidia sale del cuerpo, se encarna en el cuerpo, se lanza hacia otro cuerpo que así lo siente y necesita de cuerpos (humanos o no: nótese que las vasijas también tienen una anatomía que implica un cuerpo) que sepan reconocer sus improntas. Los siguientes datos etnográficos e imágenes nos darán pistas al respecto.

       Primero: la envidia no es solo cosa de humanos

      La envidia es uno de los siete pecados capitales, y entre estos, el más insidioso y sutil (Epstein, 2003, p. 2). Una historia más general, la de la cristiandad, nos dice que Satán, siendo Luzbel, sintió envidia y fue despojado de su condición celestial para pasar a una infernal. En otra historia mucho más local, el Diablo, escondido en el monasterio del desierto de La Candelaria fue sacado a empujones, incluso a puños, por la Virgen, escondiéndose luego en lo alto de un cerro y haciendo de la gente del lugar (esto es, Aguabuena) objeto de permanentes “niguas, pulgas y envidias” (Moreno, 2001; Castellanos, 2012).5

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      Figura 1. Terminando de cargar el horno, Helí trae un tipo de vasija cuya forma es la apropiada para los espacios que debe llenar en la bóveda. Ninguna de las vasijas que se observan es un “botero”. ¿Acaso su envidia es también con el lente fotográfico?

      Foto: Daniela Castellanos. Tomada en el taller de Helí Valero en 2006.

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      Figura 2. Afuera y parado en frente de la entrada del horno, Jonathan le pasa al Mono, que está adentro, una matera tipo columna de tamaño pequeño

      Foto: Daniela Castellanos. Tomada en el taller de Helí Valero en 2006.

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      Figura 3. En el umbral del horno, Helí da un último vistazo a la loza apilada antes de cerrar la puerta del horno

      Foto: Daniela Castellanos. Tomada en el taller de Helí Valero en 2006.

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      Figura 4. Virgen de la Candelaria en el muro interior de una habitación. ¿Este descuido de la imagen es otra muestra de las faltas mutuas en las relaciones entre divinidades y seres humanos?

      Foto: Daniela Castellanos. Tomada en el interior de la habitación de Lilia Bautista en Aguabuena en 2009. La imagen está ubicada al frente de su cama.

      Ahora, no es novedad que el Diablo sea envidioso, esa es tal vez la fuente de su mal; sin embargo, que deidades como la Virgen y otros santos de la religiosidad popular de Aguabuena lo sean, sí lo es (figura 4). En principio, siendo la envidia un vicio, podría reñir con lo sagrado, ser su opuesto, pero en Aguabuena su relación es de continuidad. De hecho, la Virgen, según dos alfareras vecinas, Rosa y Flor, es envidiosa. Ella hace que la loza de los que no le rezan se rompa en el horno cuando se está quemando. Así lo cuenta Rosa, católica, de Flor, evangélica (y quien obtuvo su castigo por decirles a los otros que no adoraran a la Virgen). Flor también lo cree así, y por eso, si bien siguió recibiendo al pastor de la iglesia en su casa, también fue vista en la iglesia del monasterio de Nuestra Señora de la Candelaria (Castellanos, 2012).

      Otra historia confirma cómo la envidia puede ser un atributo que no impide ir al cielo. “Santa Mónica es una santa muy envidiosa”, contaba Natividad en una tarde. El día que murió y fue al cielo, se encontró con una mujer muy flaca y hambrienta:

      Santa Mónica tenía un canasto con comida pero solo le dio una cebolla larga. Ambas murieron, la mujer flaca fue al cielo y Santa Mónica al Purgatorio. En el Purgatorio Santa Mónica vio a la mujer arriba y le pidió ayuda. Ella le alcanzó la cebolla larga pa’ que trepara pero las llamas [del Purgatorio] la quemaron [esto es, la cebolla]. Al rato Dios mandó ángeles y ellos cargaron a Santa Mónica al cielo, mientras las otras almas se le pegaban a la falda de Santa Mónica, pero ella se sacudía para que se cayeran. (Castellanos, 2012, pp. 38-39)

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      Figura 5. Horno de Aguabuena

      Fuente: Tomado de entrevista a Natividad en febrero de 2010.

      Lo anterior sirve para ilustrar cómo la envidia es algo de lo que participan seres no humanos y no se restringe a los alfareros, sino que abarca otros aspectos que son significativos de su mundo. Así, vasijas y deidades –además de las personas– componen un conjunto de entidades que envidian, por lo cual la envidia, se puede decir, es un fenómeno de gran flexibilidad.

       Segundo: lo natural también es envidioso, pero no todo

      Otro elemento que se relaciona con la envidia (y que podemos añadir a la lista de arriba) es la arcilla. En un mundo de alfareros, es obvio que uno de los rasgos materiales imprescindibles de la vida diaria, fuente de vida para las vasijas, es la arcilla. Pero en Aguabuena son pocos los alfareros que tienen minas de arcilla en sus predios. La mayoría compra la materia prima a otros no alfareros que traen el barro de minas ubicadas en otras veredas o incluso en municipios aledaños. Terrones de arcillas grises, blancas y amarillas son traídos en volquetas para después ser mezclados con agua en molinos de tracción animal y obtener una mezcla plástica que después será amasada en rollos grandes (llamados chutacos; ver Laura Holguín, en este volumen), a partir de los cuales se manufacturarán las vasijas. A la mezcla no se le añade ningún desgrasante, pues las vasijas producidas hoy no cumplen ninguna función aparte de la decorativa.

      El barro es voluble, según la gente. “Hay barro que merma y otro que no merma”, decía Doris, refiriéndose a lo maleable y en cierto modo caprichosa que resulta la arcilla al contacto con el agua. La razón, aunque no es clara, sí depende de las personas y no tanto de las cualidades intrínsecas del material. El humor desempeña un papel en esto. Por ejemplo, según Doris, y otros alfareros así lo confirmaron, las múltiples hornadas perdidas de Helí fueron a causa de su mal humor y envidia. De la misma manera razonaba Helí,

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