Ley y justicia en el Oncenio de Leguía. Carlos Ramos
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Este clima de frivolidad podría ofrecer una visión complaciente del régimen, si no se lo confrontara con la represión política desatada sistemáticamente desde su instauración el 4 de julio de 1919 hasta su fenecimiento a fines de agosto de 1930. Leguía instituyó todo un sistema de persecución, similar a los de Juan Vicente Gómez en Venezuela, Hernando Siles en Bolivia, Isidro Ayora en Ecuador, Carlos Ibáñez en Chile, Primo de Rivera en España y Mussolini en Italia, pero absolutamente inédito en el Perú. No porque antes de su gobierno no existiese la asechanza de los enemigos políticos, sino porque se trata de un acosamiento organizado, institucional y eficiente. Este es un aspecto que denuncia, junto con la corrupción y las polémicas concesiones territoriales, el lado más oscuro del gobierno, pero que, simultáneamente, acusa la modernidad —categoría finalmente neutra— del régimen en materia de represión política. El seguimiento tenaz de los adversarios se encuentra ligado a la expansión burocrática que se produce bajo la dictadura leguiista. El número de efectivos militares y policiales aumenta drásticamente; se profesionaliza a la policía secreta y las operaciones de inteligencia; y se habilitan prisiones para presos políticos, como la isla de San Lorenzo frente al Callao y la isla de Taquile en el Lago Titicaca59.
A lo largo del Oncenio —«la Endécada», para sus parciales— se producen, entre otros hechos sangrientos, el terrible aplastamiento del bandolero Eleodoro Benel y su gente en Cajamarca60 y el consiguiente fusilamiento del coronel Samuel del Alcázar y del teniente Carlos Barreto, ejecutados sin proceso alguno en el mismo campo de batalla tras el develamiento en noviembre de 192461. Se cuentan también la represión en Iquitos que siguió al fracaso de la sublevación regionalista de Maynas conocida como «La Cervantina», en octubre de 1921; y el asesinato en la isla de Taquile del mayor Santiago Caballero. Emergieron también rebeliones como la de Cusco, de 17 de agosto de 1921, y Arequipa, el 14 de julio de 192462. Durante el extenso periodo gubernativo de Leguía se sucedieron encarcelamientos y deportaciones en escalas nunca antes soñadas. Hasta en ese punto se advertía la modernización del Estado.
La censura estuvo también a la orden del día, tanto así que surgió una prensa clandestina de corte político picaresco —cuyo estudio no se ha emprendido— dotada de títulos curiosos como la Paca Paca, El Chumbeque, El Tigre (en alusión al apodo del primer ministro de Gobierno y vocal de la Corte Suprema, Germán Leguía y Martínez), etcétera. Tras la clausura y expropiación del diario La Prensa, las críticas al gobierno se hacían oblicuas, lanzadas indirectamente a través de la caricatura y la anécdota: las inserciones en las revistas ilustradas por excelencia, Mundial y Variedades, son elocuentes. El propio diario El Comercio, no obstante sus simpatías civilistas, cercado por una plebe dirigida y una clase media beligerante, bajó la guardia. El periodismo oficioso se multiplicó y los elogios a Leguía y a su gobierno se hicieron tan hiperbólicos y serviles que bien valdría la pena compilar una antología de esos textos63.
Leguía, con todo el oprobio que buena parte de la historiografía le asigna a su régimen, no fue, a pesar de su dilatada duración, el tirano atroz que pintaba la leyenda negra64. Paradójicamente, por simple cálculo aritmético, Sánchez Cerro, quien lo depuso, en menos tiempo sumó más muertes, presos y destierros. Muchas de sus deportaciones más parecían becas de estudio o cómodas pensiones que un exilio doloroso. A muchos de sus más tenaces enemigos, como al propio Sánchez Cerro, los colmaría de cargos y de ascensos. Tal vez debido a ello, Dora Mayer lo condene no como un tirano cruel, sino como un tirano inmoral65. La ambivalencia caracteriza con mayor fidelidad su mandato, así también la memoria colectiva: como anotaría un cronista posterior, «dicen que Leguía murió pobre y dicen también que lo corrompió todo»66. De allí que el imaginario criollo haya bautizado a su gobierno como una «dictablanda», por su autoritarismo morigerado, que mezclaba con diabólica virtud el garrote y la prebenda. Leguía, hombre de su tiempo y político al fin y al cabo, tampoco corresponde al hombre pletórico de virtudes que su séquito de áulicos quiso delinear67. Por ello, desde la perspectiva que ofrece la historia del derecho, queremos comprender las caras de Jano del leguiismo y su política legislativa y judicial. En ese sentido, preferiríamos que nuestra indagación se inscriba en una línea neutra que, por otro lado, cuenta ya, en el tema del Oncenio, con cierta tradición crítica68.
6 Variedades, XV(572), 122-126, 1919.
7 Reminiscencias de la recepción a Leguía en Lima el 9 de febrero de 1919 en Sánchez, Luis Alberto (1983a). Los señores. Relato esperpento (cap. XIX). Lima: Mosca Azul.
8 Diario El Comercio de 3 de mayo de 1919.
9 Leguía, Augusto B. (1925). Discurso pronunciado en el Club de La Unión el 9 de febrero de 1919. En Discursos, mensajes y programas (II, p. 124). 3 tomos. Lima: Garcilaso.
10 Ibídem.
11 Ibídem, pp. 125-134.
12 Variedades, XV(576), 192, 1919.
13 Anuario de la Legislación Peruana (1926, XIV, p. 8). Lima: Imprenta Americana.
14 Leguía, Discursos, mensajes y programas, ob. cit., II, p. 171.
15 Cónfer Anónimo (1920). La revolución del 4 de julio de 1919. Homenaje del pueblo peruano al Sr. D. Augusto B. Leguía, Presidente de la República en el primer aniversario. Lima; Anónimo (circa 1924). La revolución del 4 de julio. Lima: Talleres Gráficos de la Penitenciaría; Oficina del Periodismo (1926). La obra de Leguía no ha concluido...! (pp. 44-45). Lima: Cervantes.
16 Hooper López, René (1964). Leguía, ensayo biográfico (p. 23). Lima: Ediciones Peruanas, Tipografía Peruana. Pedro Dávalos y Lisson, en cambio, se esfuerza por enfatizar el ascendente nobiliario y opulento de los antepasados del presidente: «Ganaban aquellas gentes —sostiene Dávalos, refiriéndose de pasada a los abuelos lambayecanos de Leguía— el dinero con gran facilidad. Siendo tantas las monedas que poseían y húmedo el suelo, de cuando en cuando las asoleaban para que no se pusieran verdes». Abunda también Dávalos en alusiones a las costumbres tradicionales que imperaban durante la juventud del biografiado. Véase Dávalos y Lisson, Pedro (1928). Leguía (1875-1899). Contribución al estudio de la historia contemporánea de la América Latina (pp. 164-168). Barcelona: Montaner y Simón.
17 Karno, Howard Lawrence (1970). Augusto B. Leguía: The Oligarchy and the Modernization of Perú (pp. 157-168). (Tesis doctoral). University of California. Los Ángeles; Basadre, Jorge (1983a). Historia de la República del Perú, 1822-1933 (VIII, pp. 312-326). Lima: Universitaria. Se puede encontrar una relación completa de los miembros del «Bloque» y sus simpatizantes más cercanos