El imperativo estético. Peter Sloterdijk

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El imperativo estético - Peter  Sloterdijk Los Caprichos

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en la teoría del conocimiento–. La ambición constructiva y la atención meditativa parecen excluirse radicalmente. Quien construye, no escucha; quien oye resonar o hablarle algo dentro de sí, no puede al mismo tiempo construir.

      Esto nos convence de que la «certeza» de Descartes se funda en el convencimiento de que esta puede ella misma construirse. Construir es aquí una acción sorda –autoconstrucción y autofundamentación conjuntas–. El cogito es encontrarse uno mismo en la autoproducción, y la autoproduccion el encontrarse uno en sí mismo. Esto es lo que se denomina fundamentum inconcussum veritatis. En el momento en que el construir se separa del oír, comienza la ciencia específicamente moderna como programa de acción de una razón sorda. Para adquirir seguridad en lo absoluto, este pensamiento sacrifica lo único dado de forma realmente segura, lo inmediatamente dado –el cogito sonoro como audición interior–, que sin duda ofrece una clase de certeza con la que absolutamente nada se puede hacer, ni nada se debe intentar hacer, mientras se mantenga la intimidad musical del oírse. El cogito sonoro es exactamente lo opuesto a lo que Descartes le demandaba al cogito lógico; no es ni un fundamento –porque no sustenta nada–, ni algo inconmovible –porque no puede ser fijado–. Lo más cierto es en verdad lo más inútil. La atención a las voces y sonidos interiores significa pura conmovilidad, disponibilidad para recibir presencias acústicas; ellas no me proporcionan un fundamento, sino que me someten a su sonido. Quien escucha las voces del pensamiento se halla inmerso en una esfera que en todo momento un otro hace vibrar. El pensamiento está en el sujeto como el sonido en el violín –en virtud de sus diferentes vibraciones–. Los seres humanos son, cuando piensan, como instrumentos musicales para ejecuciones que significan el mundo. Cuando el «instrumento» pone atención en sí mismo, ve con claridad que no es un fundamentum inconcussum sino un medium percussum.

      Porque estas reflexiones acústicas profundas tratan de una atención interna que preexiste a la distinción entre oír música y oír voces, podemos demostrar también la fecundidad de las observaciones sobre el cogito sonoro en relación con los fenómenos musicales. La música sólo está en el oírse a sí mismo del «instrumento», es decir, del sujeto cuando sabe que él es un medio sensible al sonido. La música sólo está en el sujeto oyente. Por supuesto que esta afirmación sólo es cierta junto con su inversa: el sujeto oyente sólo está en la música. El sujeto sólo puede estar consigo mismo si se le ha dado algo que puede escuchar en él –sin sonido no hay oído, sin un otro no hay un yo–. Él es consciente de sí mismo como ser pensante y viviente sólo por ser un medio vibratorio de sonidos, voces, sentimientos y pensamientos. Obviamente, esta no es ninguna idea nueva. Desde hace más de cien años, la filosofía, en su camino hacia una modernidad radical, se esfuerza por desvanecer el espejismo idealista del cartesianismo y ahuyentar las quimeras de la subjetividad absoluta en beneficio de una inteligencia encarnada. Existencialidad en vez de sustancialidad; resonancia en vez de autonomía; percusión en vez de fundamentación.

      ¿Puede activarse el pensamiento oyente con métodos lógicos? ¿Es el oír como tal algo que podamos excitar u ocasionar a voluntad? ¿Podemos ir más allá de pedirle al oído que escuche? Juzguen ustedes mismos:

      I éja

      Alo

      Myu

      Ssírio

      Ssa

      Schuá

      Ará

      Niíja

      Stuáz

      Brorr

      Schjatt

      Ui ai laéla – oía ssísialu

      To trésa trésa trésa mischnumi

      Ia lon schtazúmato

      Ango laína la

      Lu liálo lu léiula

      Lu léja léja hioleíolu

      A túalo mýo

      Myo túalo

      My ángo Ina

      Ango gádse la

      Schia séngu ína

      Séngu ína la

      My ángo séngu

      Séngu ángola

      Mengádse

      Séngu

      Iná

      Leíola

      Kbaó

      Sagór

      Kadó

      ¿Kadó? ¿Cadeau? Tal vez convenga aprender mejor el arte de aceptar regalos o puras dávidas. El texto citado es el último «movimiento» de Ango Laïna, una especie de cantata fonética para dos voces que escribió en 1921 Rudolf Blümner, quien la llamó «poema absoluto». El Ango Laïna demostraba lo que la poesía puede ser después de emanciparse del léxico, la gramática, la retórica y la fonética de la lengua alemana. De las reflexiones poetológicas del poeta se desprende que su ataque antisemántico tiene por modelo la nueva música. Quería liberar definitivamente al lenguaje poético de la maldición de significar. La espontánea combinación de vocales y consonantes debía recrear una fuerza original de la formación de las palabras. Liberado de la esclavitud semántica, el sonido sale de las sombras y se da a oír con una frescura y una desnudez inauditas. Como no recuerda a nada que posea un significado, el poema puede apelar al oído en que penetra como por primera vez. Pero, al hacerlo, crea un nuevo un significado: sólo estoy para ser escuchado; soy un texto que trae al mundo la buena nueva del no-significar. De ese modo el poema exhibe coqueto, quizá también un poco modesto, su audibilidad y se ofrece al público como un regalo gracioso. Mas, precisamente por eso, queda en la mayoría de los posibles oyentes fuera del alcance de su oído, pues para ellos sólo caben inicialmente dos reacciones básicas: o bien se hacen los sordos ante la figura acústica porque no tardan en «descubrir» que es un texto sin sentido, o bien no advierten la presencia de las frescas sílabas porque, divertidos o no, «entienden» el texto –que aquí significa formarse la idea correcta de que el texto carece de significado–. ¿Qué se sigue de esto? Simplemente que también un poema como este, con su apuesta por la audibilidad pura, no puede forzar a nadie a oír en ninguna circunstancia. El ser sonido de los sonidos debe esperar al ser oído del oído, con el riesgo habitual de la inutilidad. También el imperativo auditivo de la poesía –¡escucha, que esta vez no puedes hacer otra cosa que escuchar!– debe reducirse a las preguntas: ¿oyes?, ¿has oído? No se puede hacer de una pregunta una orden sin destruir la audición. El sonido ofrecido es gratuito. También la demanda moralizante de una «nueva audición» –que durante mucho tiempo ha contaminado la atmósfera de la nueva música– sólo conduce a la experiencia de que el oído únicamente puede ser despertado en el modo de la oferta de oírse a sí mismo con el nuevo sonido.

      2. Percusión, vibración, flotación

      La idea de que la subjetividad no es fundamental sino de naturaleza medial no se impuso de la noche a la mañana. Rastrearé en dos textos sobresalientes de Hegel y Heidegger huellas del gran crespúsculo de los medios, en el curso del cual un pensamiento resonante y tembloroso se despega del pensamiento razonador y constructor.

      En el capítulo antropológico de la Enciclopedia de las ciencias filosóficas de Hegel (1830), concretamente

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