El imperativo estético. Peter Sloterdijk

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El imperativo estético - Peter  Sloterdijk Los Caprichos

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a los desarrollos de la moderna psicología profunda. Hegel articula por vez primera la idea de que un alma aun completamente vacía, sin experiencias, insensible y, por ende, indefinida, es permeada y modulada por las vibraciones del medio materno. En el §403 se lee:

      Todo individuo es una riqueza infinita de determinaciones de la sensibilidad, representaciones, conocimientos, pensamientos, etc.; pero yo soy por eso, sin embargo, algo enteramente simple: un pozo sin determinaciones en el que todo eso se conserva, sin existir.

      El alma es en sí la totalidad de la naturaleza, como alma individual es mónada.

      De esto se da en el § 405 una interesante explicación lógica:

      La individualidad que siente es primeramente, desde luego, un individuo monádico, pero en cuanto inmediato no lo es todavía como ello mismo, no es sujeto reflejado hacia sí y es por ello pasivo. De este modo, su individualidad afectada de mismidad es un sujeto distinto de él, que puede ser [lo] incluso como otro individuo por cuya mismidad [el primer individuo] es íntimamente puesto en vibración y enteramente determinado sin ofrecer resistencia alguna, como una sustancia que es solamente predicado sin autosuficiencia; este sujeto puede, por tanto, llamarse su genio.

      Lo que aquí puede haber quedado oscuro, se vuelve transparente en el corolario al mismo parágrafo:

      Después de Hegel y Mesmer, las posiciones de la subjetividad impenetrable no dejaron de sufrir sacudidas. Alboreaba una era de la música y la psicología que provocó un seísmo en los palacios de cristal de la racionalidad. Un principio de conmoción empezaba a competir con el principio de autoconservación. Los jóvenes filósofos hegelianos, Bauer, Kierkegaard y Marx principalmente, hicieron descender violentamente el tiple metafísico al bajo de la realidad. De pronto, el pensamiento buscó un camino de salida a lo real, ruidoso, escandaloso, como si hubiera obtenido de alguna parte el poder para poner fin al hábito de hacer abstracción de todo lo bajo. Si alguna vez hubo una «nueva audición», fue la que comenzó cuando Engels informó sobre las condiciones de la clase obrera en Inglaterra. La filosofía posidealista tuvo oídos para lo que clamaba al cielo y ojos para algo más que la contemplación. Lo que antes había sido el orgullo de la metafísica, de pronto aparecía tan sólo como una nota de vanidad sobre el tono fundamental de la vida humana real. Schopenhauer provocó una ruptura al presentar el fundamento del mundo, la voluntad, como un poder en sí mismo musical. Schopenhauer aún permanecía bajo el hechizo de una estética clásica, pues atribuía a la música una virtud sanadora; subestimaba su capacidad, probada en la modernidad, para provocar la emergencia del horror en el medio sonoro.

      El nuevo concepto del pensar en Heidegger supone al mismo tiempo un avance en la línea de la irrupción epocal de tonos y estados anímicos en la concepción posidealista de la existencia. Lo que en la meditación de Descartes y su abstracción de todo lo abstraíble aún podía parecer un acto metódicamente controlado del sujeto, se transforma en Heidegger como pasión y horror: el sufrimiento involuntario de imaginarse privado de mundo. En su analítica de los estados anímicos existenciales, Heidegger se pregunta si hay entre ellos uno en el que se «manifiesta la nada según el sentido revelador», y responde afirmativamente, señalando cómo los rasgos de lo existente se desintegran en el «profundo aburrimiento» quedándose en nada. Lo que Heidegger ex­pone en su descripción de la angustia es definitivo:

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