El imperativo estético. Peter Sloterdijk

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El imperativo estético - Peter  Sloterdijk Los Caprichos

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que a las «filosofías reales», los materialismos o heterologías emergentes desde el siglo XIX, aún se las considere filosóficas en un sentido tradicionalmente aceptable. Tal vez la reintroducción del pensamiento del pasado conserve la filosofía como tal. El gesto poshegeliano de pensar-en-la-realidad, es decir, del antiplatonismo de la conciencia de los hechos duros, las máquinas, los códigos y los sistemas, produce ipso facto un efecto antifilosófico. Lo que queda es la pregunta: ¿cómo es posible una sabiduría posfilosófica? ¿Como un bíos theoretikós no orientado a la redención? ¿Como un comportamiento no fundacionalista en temas macroproblemáticos?

      Que el yo-pienso pueda certificar sin más la existencia del alma es una ingenuidad que Kant revisó en su obra crítica.

      II

      EN LA LUZ

      El claro y la iluminación. Notas sobre metafísica, mística y política de la luz

      Omnia quae sunt lumina sunt.

      Metafísica como metaóptica

      El ser humano, el animal pensativo, puede dar razón de su existencia en la luz y el sonido del mundo porque se halla al frente de una evolución cósmica que puede interpretarse, de acuerdo con su nota esencial predominante, como un «ojo» audiovisual abierto al ser. El complejo de inteligencia que opera en la especie Homo sapiens, encarna el resultado de una evolución biológico-cognitiva improbable por aventurada. Esta culmina en la creación de seres vivos, cuya relación con el mundo circundante se materializa en una integración compleja, cerebralmente coordinada, de ojo, oído, mano y lenguaje. La posición especial del hombre en el cosmos es así un hecho que ya no sólo salta a la vista de los teólogos, sino más aún a la de los biólogos que indagan en las incógnitas de la apertura sensorial en los humanos al mundo. La primacía cognitiva del género humano en el conjunto de las especies naturales parece guardar relación, de una manera aún no del todo comprendida, con la primacía sensorial de lo audiovisual en el ser humano.

      El ecólogo de Harvard Edward O. Wilson ilustra estas consideraciones imaginándose que nos encontráramos en plena noche en medio de la selva tropical brasileña:

      De noche, la selva, oscura y silenciosa como la zona más interior de una cueva, es todo un experimento de deprivación sensorial durante la mayor parte del tiempo. La vida sigue allí en toda su abundancia. La jungla rebosa de ella, pero generalmente de una manera que queda fuera del alcance de los sentidos humanos. El noventa y nueve por ciento de los animales encuentra su camino por los rastros químicos que dejan en la superficie, nubes de olores que se esparcen por el aire o el agua, de olores emitidos por pequeñas glándulas ocultas que el viento difunde. Los animales son maestros en estos canales químicos, mientras que, en esto, nosotros somos perfectos idiotas. Pero somos genios del canal audiovisual, sólo igualados en esta modalidad por unos pocos y excéntricos grupos (ballenas, monos, aves). Nosotros esperamos a que amanezca, mientras que ellos esperan la caída de la noche; y como la visión y el sonido son prerrequisitos para la evolución de la inteligencia, sólo nosotros hemos conseguido reflexionar sobre cosas como las noches amazónicas y las modalidades sensoriales[1].

      Continuando con estas consideraciones, se puede decir que la inteligencia humana, especialmente en sus formas contemplativas y científicas, es un éxtasis de la audiovisualidad. La representabilidad del mundo en formas humanas de saber se funda en la modalidad especial de la vista –en lo que sigue, haré abstracción de los componentes auditivos de nuestra apertura al mundo–, que surgió cuando el hombre se apartó del curso de la evolución puramente biológica. No en vano, la gran mayoría de los filósofos de Occidente propusieron analogías ópticas para conceptuar la esencia del conocimiento y la razón de la cognoscibilidad del mundo. Mundo, intelecto y conocimiento se hallan en una relación similar a la de cuerpo luminoso, ojo y luz en la esfera física. Sí, incluso el propio«fundamento del mundo», Dios o una inteligencia focal creadora, era a veces representado como un sol activo e inteligible cuya radiación producía formas, cosas e intelectos, como un teatro de autoobservación, que todo lo abarcase, de una inteligencia absoluta en la que contemplar y crear fueran una misma cosa. Está así justificada la afirmación de que, debido a su constante fascinación por los motivos oculares, la metafísica occidental fue una especie de metaóptica. El filosofar posmetafísico sería entonces el intento de superar el idealismo óptico y devolver a la condition humaine la amplitud real de su apertura al mundo.

      El claro

      A la «luz» de una interpretación posmetafísica del modo humano de encontrarse en el mundo se aprecia que los seres humanos son animales adventicios –seres que sobrevinieron–. Esta es una idea clásica que aún no se ha pensado hasta el final, y cuyas anteriores formulaciones ya no satisfacen las necesidades del pensamiento contemporáneo. En la tradición judeocristiana se concibió la venida al mundo de la criatura humana como prueba de que el hombre fue originalmente engendrado por Dios; de ello resultó que el ser engendrado dentro del mundo era algo secundario respecto al original ser pasivamente puesto en el mundo. De hecho, el mundo cristiano medieval estaba más interesado en el orden y la permanencia que en

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