En la tormenta. Флинн Берри

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En la tormenta - Флинн Берри

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agente me recogerá en el Hunters a las cinco. Decido esperar en mi habitación. Tengo seis horas sola por delante hasta que llegue y me pregunto si aguantaré hasta entonces.

      Unas horas más tarde, alguien llama a la puerta.

      —Algunos huéspedes se han quejado —dice la directora del motel.

      En el pasillo, tras ella, las lámparas están encendidas. Lleva una bufanda de tartán; quiero decirle que viví un tiempo en Escocia. Mi hermana fue a visitarme.

      —El ruido los molesta.

      —Lo siento.

      Tengo que apoyarme en el marco de la puerta. No he comido ni bebido nada en todo el día. Lo de la comida va a ser un problema.

      —Avíseme si necesita algo —dice—. Lo siento mucho. Estamos viviendo una mala racha. Primero Callum y, ahora, su hermana.

      —¿Callum?

      —El joven del pueblo que murió en un accidente en la carretera de Bristol. Solo tenía veintisiete años.

      Ahora lo recuerdo. Rachel fue una de sus enfermeras. Pienso en compartir con la mujer lo que Rachel me contó sobre él, pero decido no hacerlo.

      A las cinco, un agente me recoge y vamos en coche hasta Abingdon. En la sala de interrogatorios, Moretti dice:

      —No hemos dado con su padre. ¿Tiene contacto con él?

      —No.

      —¿Estaba Rachel en contacto con él?

      —No.

      Los tubos de la calefacción suenan en el techo. Fuera, es de noche y está nublado. En Lancashire y Cumbria ya está nevando. El inspector no ha preguntado por nuestra madre. Ya debe de saber que murió hace mucho tiempo, poco después de que yo naciera.

      —¿Cuándo fue la última vez que habló con su padre?

      —Hace tres años.

      —¿Tiene antecedentes de violencia?

      —No —contesto, aunque no estoy segura de que sea cierto—. Es frágil. Rachel era mucho más fuerte que él. ¿Tienen que decirle lo que ha pasado?

      —Sí.

      Les costará encontrarlo. Decidió dejar de cobrar ayudas cuando comenzó a desconfiar del Gobierno. Rachel tenía una postal de él de hace unos meses en la que decía que estaba en Blackpool, cosa que decido no contar al inspector.

      —¿Han hablado ya con Stephen? —pregunto.

      —Estuvo en su restaurante todo el día.

      La información me alivia y me siento una traidora por desconfiar de él. La adoraba.

      —¿Qué tipo de vehículo conduce su padre? —dice Moretti.

      —Ya no conduce —contesto. Comienzo a explicarle que es un alcohólico, aunque la palabra siempre ha sonado demasiado refinada para describirlo. Moretti ya debe de saber algo de esto. Tiene un historial. Alteración del orden, allanamiento, robo…

      Un agente llama a la puerta y Moretti se excusa un momento. Miro hacia la sala de investigación. Uno de los inspectores come patatas fritas de una bolsa de aluminio y papel y el aire huele a vinagre.

      Ojalá Fenno estuviera aquí, conmigo, sentado sobre las patas traseras junto a mi silla. Quiero apoyar la mano en su suave cabeza. La última vez que visité a mi hermana, le di un baño. Le protegí los ojos con la mano mientras le aclaraba el jabón del pelaje. Cuando lo envolví en una toalla, se apoyó en mí y nos quedamos así durante mucho tiempo, mientras la cálida humedad me empapaba la camiseta.

      Cuando Moretti vuelve, añade:

      —Lo que necesitamos ahora de usted es un informe sobre cualquier cosa inusual en la rutina de Rachel. Podría ser algo tan pequeño como un cambio de ruta en su camino al trabajo. Amigos nuevos, una actividad nueva…

      —No sé nada. Dijo algo sobre apuntarse a un gimnasio en Oxford para poder nadar en invierno, pero aún no lo había hecho.

      —¿Algo más? ¿Algún cambio en el hospital?

      —No.

      —¿Le gustaba su trabajo?

      —Sí, la mayor parte del tiempo. —Había tenido una época difícil al comienzo de su carrera profesional, cuando estaba estudiando para ser enfermera especializada mientras trabajaba como enfermera titulada. Me dijo que volvía a casa en bici deseando que alguien la atropellara para poder descansar—. Decía que era exigente, pero que le gustaba.

      Moretti me escudriña y me pregunto si estoy poniendo a prueba su paciencia. Dentro de poco el interrogatorio acabará y me tendré que ir. No me imagino qué haré después.

      —¿Quiere beber algo? —pregunta, y yo asiento.

      Mientras prepara el té, trato de pensar en algo que decirle, pero no recuerdo ningún cambio en las costumbres de Rachel. Leo el folleto de una fundación de apoyo a víctimas y testigos de crímenes. «La vida puede hacerse añicos tras un asesinato», dice. «Cosas sencillas como pagar facturas o contestar el teléfono pueden resultar difíciles».

      Quiero preguntar a Moretti qué hace en Whitstable, y cada cuánto va allí. Se lo contaré a Rachel, seguro que lo querrá saber. Bebemos el té en silencio.

      —El domingo, Rachel dijo que había quedado con alguien llamado Martin.

      Moretti se gira hacia mí.

      —¿Y adónde fueron?

      —No me lo dijo. Era por la noche, así que supongo que irían a cenar a algún sitio. Le pregunté si era una cita y me dijo que no. Dijo que era un amigo del hospital.

      —¿Sabe su apellido?

      —No me lo dijo.

      —¿Cuándo decidió Rachel que se quería mudar? —pregunta Moretti.

      —No quería mudarse.

      —Visitó a un agente inmobiliario hace dos semanas.

      —¿Adónde se iba?

      —A St. Ives. —La costa norte de Cornualles. Se me acelera el pulso por la emoción. Me encanta St. Ives. Podré ir a visitarla—. Rachel tenía planeado mudarse y no durmió en su casa esta semana. Pensamos que es probable que alguien la estuviera amenazando.

      —¿Dónde se estaba quedando?

      —Con Helen Thompson.

      Moretti se pone en pie y yo lo sigo, demasiado perpleja para protestar.

      —El sargento Lewis va a Marlow. Se ha ofrecido a dejarla en el hotel —dice.

      Un hombre alto con acento del sur de Londres me espera en el pasillo. En el ascensor de bajada dice:

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