¿Ha enterrado la ciencia a Dios?. John C. Lennox

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¿Ha enterrado la ciencia a Dios? - John C. Lennox Pensamiento Actual

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al ayudarnos a comprender la naturaleza, nos da poder sobre ella. No obstante, ¿hasta dónde alcanzan sus explicaciones? ¿Dónde estarían sus límites?

      Hay quienes, en el extremo materialista del espectro, piensan que no los tiene. Sostienen que la ciencia es el único camino hacia la verdad, y que en principio puede explicarlo todo. Es la postura del llamado “cientificismo”. Peter Atkins lo expresa al estilo más clásico: «No hay por qué suponer que la ciencia no pueda explicar todos los aspectos de la existencia»[18].

      Quienes, como Atkins, mantienen este punto de vista, opinan que toda referencia a Dios, la religión y la experiencia religiosa no tiene nada que ver con la ciencia, y, por lo tanto, no puede ser objetivamente cierta. Admiten, claro está, que haya mucha gente que piense en Dios y entienden que eso quizá tenga efectos físico-psíquicos, algunos de los cuales podrían ser beneficiosos, pero, para ellos, pensar en Dios es como pensar en Papá Noel, dragones, hadas o duendes al fondo del jardín.

      Richard Dawkins insiste en este punto al dedicar su libro El Espejismo de Dios (The God delusion) a la memoria de Douglas Adams con esta cita: «¿Acaso no basta con contemplar lo hermoso de un jardín sin tener que creer que haya hadas al fondo?».

      El hecho de que se pueda pensar en hadas y estar encantados o aterrorizados con ellas no significa que existan. Los científicos citados, por lo tanto, no tienen problema alguno con que la gente siga pensando en Dios y la religión, si así lo desean, siempre y cuando no afirmen su existencia objetiva, o que la creencia religiosa constituye un tipo de conocimiento. En otras palabras, ciencia y religión pueden coexistir pacíficamente a no ser que la religión invada el ámbito de la ciencia. Porque solo la ciencia puede decirnos lo que es objetivamente verdadero; solamente la ciencia es fuente de auténtico conocimiento. Evidentemente, el resultado final es que la ciencia trata de la realidad y la religión no.

      Algunos elementos de tales presupuestos y afirmaciones son tan exagerados que requieren un comentario inmediato. Tomemos la cita de Dawkins sobre Douglas Adams. Se le ve el plumero a distancia al proponer alternativas falsas sugiriendo que se trata de hadas, o nada. Las hadas del fondo del jardín bien pueden ser un espejismo, pero ¿qué pasa con el jardinero o con el propietario del jardín? La posibilidad de su existencia no puede descartarse sin más pues la mayoría de los jardines tienen ambos.

      Además, examinemos la afirmación de que sólo la ciencia es fuente de verdad. Si fuera cierto terminaría con muchas disciplinas de escuelas y universidades. La evaluación de la filosofía, la literatura, el arte, o la música queda fuera del alcance de lo estrictamente científico. ¿Cómo podría la ciencia valorar la calidad de un poema o la genialidad de una obra? De ningún modo midiendo la longitud de las palabras o las frecuencias de las letras que los componen. ¿Cómo iba la ciencia a informarnos sobre si un cuadro es una obra maestra o un borrón multicolor? Ciertamente, no por medio de un análisis químico de la pintura o el lienzo. Las enseñanzas morales tampoco atañen a la ciencia. La ciencia puede informar de que si se agrega estricnina a una poción matará a quien la beba, pero no puede establecer si es moralmente correcto o reprobable poner estricnina en el té de la abuela para poder hacerse con sus bienes.

      En cualquier caso, la afirmación de que solo la ciencia es fuente de auténtico conocimiento es una de esas afirmaciones que se refutan a sí mismas y que a los especialistas en lógica como Bertrand Russell les encanta señalar. Lo más sorprendente es que el propio Russell parece suscribir este punto de vista cuando escribe: «Cualquier conocimiento al que se pueda llegar, ha de ser alcanzado por medio del método científico; y lo que la ciencia no pueda descubrir, la humanidad no conseguirá conocer»[19]. Para comprender lo contradictorio de esta afirmación, basta con preguntarse de dónde la saca Russell porque su afirmación no es en sí misma científica; así que, si fuera cierta, entonces (siguiendo su lógica) sería incognoscible, y sin embargo Russell la considera cierta.

      LA TARTA DE LA TÍA MATILDE

      Quizá una simple ilustración nos ayude a convencernos de que la ciencia es limitada. Imaginemos que tía Matilde ha cocinado una estupenda tarta y se la llevamos a un grupo de los mejores científicos del mundo para que la analicen. Yo, como maestro de ceremonias, les pido una explicación de la tarta, y se ponen a trabajar. Los nutricionistas hablarán de su cantidad de calorías y su efecto nutricional; los bioquímicos informarán sobre la estructura de sus proteínas, grasas, etc.; los químicos de los elementos correspondientes y sus enlaces; los físicos la analizarán en sus partículas fundamentales; y los matemáticos producirán un conjunto de ecuaciones elegantes para describir el comportamiento de estas.

      Ahora bien, una vez que estos expertos han descrito exhaustivamente la tarta, cada uno según su disciplina científica, ¿se puede decir que ya está completamente explicada? Ciertamente, se ha descrito cómo se hizo la tarta y cómo se relacionan entre sí sus diversos elementos constitutivos, pero supongamos que preguntamos al grupo de expertos reunidos la pregunta final: ¿Por qué se hizo la tarta? La sonrisa cómplice de tía Matilde demuestra que sabe la respuesta, porque fue ella quien la hizo, y lo hizo con un fin. Sin embargo, todos los nutricionistas, bioquímicos, químicos, físicos y matemáticos del mundo no podrían responder a la pregunta —y no constituye una afrenta a sus respectivas disciplinas declarar tal incapacidad—. Sus disciplinas, que pueden resolver cuestiones sobre la naturaleza y la composición de la tarta, es decir, responder a preguntas sobre el “cómo”, no pueden, en cambio, contestar al “por qué”, o a preguntas relacionadas con el fin para el que se cocinó[20] (las cuestiones sobre la causa material funcional pertenecen al ámbito de la ciencia, no así las relacionadas con la causa final). De hecho, solamente se puede contestar a la pregunta si la tía Matilde nos lo revela. Pero si ella no lo hace, tampoco lo harán los análisis científicos, por completos que sean.

      Afirmar con Bertrand Russell que, puesto que la ciencia no puede responder a la razón por la que tía Matilde hizo la tarta, no podemos saber por qué la hizo, es claramente falso. No hay más que preguntarle. La afirmación de que la ciencia es la única forma de verdad es en última instancia indigna de la ciencia misma. El premio Nobel Sir Peter Medawar lo apunta en su excelente libro Advice to a Young Scientist: «No hay forma más rápida para que un científico se desacredite a sí mismo y a su profesión que declarar rotundamente —particularmente cuando no hay necesidad— que la ciencia conoce, o lo hará en breve, las respuestas a todas las cuestiones que vale la pena preguntar, y que las que no admiten respuesta científica son, de alguna manera, “pseudo-preguntas” que sólo plantean los ingenuos y únicamente los crédulos profesan poder responder». Medawar continúa: «La existencia de los límites de la ciencia queda clara por su incapacidad para responder a preguntas elementales e infantiles sobre las más básicas y profundas cuestiones. Como, por ejemplo: ¿Cómo empezó todo esto? ¿Para qué estamos aquí? ¿Qué sentido tiene la vida? Hay que acudir a la ficción literaria y a la religión para obtener respuestas a tales preguntas»[21]. Francis Collins, Director del Proyecto del Genoma Humano, también lo subraya: «La ciencia es incapaz de responder a preguntas del tipo “¿Por qué surgió el universo?”, “¿Cuál es el significado de la existencia humana?», “¿Qué hay después de la muerte?”»[22]. No hay incoherencia alguna en ser un apasionado científico al más alto nivel, y reconocer a la vez que la ciencia no puede responder a todo tipo de preguntas, incluidas algunas de las más profundas que los seres humanos pueden formular.

      Por otro lado, es justo decir que Russell, a pesar de haber escrito la rotunda declaración cientificista citada antes, indicó en otra parte que no suscribía el cientificismo puro y duro. Sin embargo, pensaba que todo conocimiento definitivo pertenece a la ciencia, lo que ciertamente suena a cientificismo incipiente, aunque también mantenía que la mayoría de las preguntas interesantes sobrepasan la competencia de la ciencia: «¿Se divide el mundo en mente y materia? Y, si es así, ¿qué es la mente y qué es la materia? ¿Está la mente sujeta a la materia, o es independiente de ella? ¿Tiene el universo unidad o finalidad alguna? ¿Hacia dónde va? ¿Existen realmente leyes de la naturaleza, o creemos en ellas solo por nuestra inclinación natural

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