¿Ha enterrado la ciencia a Dios?. John C. Lennox
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En el nivel más profundo de la física del comportamiento de partículas elementales se ha descubierto que su misma observación produce perturbaciones que no se pueden ignorar. El premio Nobel Werner Heisenberg deduce que «las leyes naturales formuladas matemáticamente en la teoría cuántica ya no se ocupan de las partículas elementales en sí mismas sino de nuestro conocimiento de ellas»[2].
Actualmente también se dan enconadas discusiones sobre si la ciencia está basada en observación y predicción, o en problema y resolución. Y cuando al final formulamos nuestras teorías, tienden a estar infradeterminadas por los datos: por ejemplo, se pueden trazar infinitas curvas utilizando un conjunto finito de puntos. Es decir, la ciencia, por naturaleza, posee inevitablemente un cierto grado de incertidumbre y provisionalidad.
Apresurémonos a añadir que no se pretende decir que la ciencia sea un tipo de constructo social totalmente subjetivo y arbitrario, como sostienen algunos pensadores posmodernos[3]. Probablemente sería justo decir que muchos científicos, incluso la mayoría, son “realistas críticos”, creyentes en un mundo objetivo susceptible de ser estudiado y en que sus teorías, aunque no aspiren a la “verdad” en un sentido final o absoluto, les proporciona una intelección de la realidad cada vez más firme, como se puede ver, por ejemplo, en la progresiva comprensión del universo, desde Galileo a Einstein pasando por Newton[4].
Pero volvamos a Ruse y a su definición de ciencia, porque hay más que comentar. ¿Qué significa que la ciencia solo trata de lo “natural”? Probablemente significa que lo que la ciencia estudia se encuentra en la naturaleza, pero quizá también que las únicas explicaciones consideradas científicas son las que se expresan en términos físicos, químicos y de procesos naturales. Ciertamente, es esta una opinión muy extendida. Por ejemplo, el profesor de Ecología y Evolución Massimo Pigliucci afirma que «el supuesto básico de la ciencia es que el mundo se puede explicar totalmente en términos físicos, sin recurrir a entidades divinas»[5]. De igual modo, el Premio Nobel Christian de Duve escribe: «La investigación científica se basa en la noción de que todos los fenómenos del universo son explicables en términos naturales, sin intervención sobrenatural. En sentido estricto, dicha noción no implica posicionamiento filosófico a priori o creencia previa alguna. Es un postulado, una hipótesis de trabajo que se debe estar dispuesto a abandonar al enfrentarse con hechos ajenos a cualquier intento de explicación racional. Muchos científicos, sin embargo, no se molestan en hacer esta distinción, convirtiendo implícitamente la hipótesis en hecho consumado. Se conforman con las explicaciones que proporciona la ciencia. Siguiendo a Laplace, no tienen necesidad de la “hipótesis de Dios” e identifican la actitud científica con el agnosticismo o con el ateísmo absoluto»[6].
Esta es una clara admisión de que, para muchos, la ciencia es prácticamente inseparable de una perspectiva vital agnóstica o atea. Nótese de paso la sutil implicación de que “cualquier intervención sobrenatural se equipara a ‘un desafío de cualquier intento de explicación racional’”. Es decir, “sobrenatural” equivaldría a “no racional”. A quien ha participado en una reflexión teológica seria, esto le parecerá totalmente equivocado: la idea de la existencia de un Dios Creador es una noción racional, no irracional. Identificar “explicación racional” con “explicación natural” indica, al menos, un claro prejuicio, e incluso un error de categorización.
El filósofo Paul Kurtz sostiene igualmente que «lo que es común a la filosofía naturalista es su compromiso con la ciencia. De hecho, el naturalismo podría definirse en sentido amplio como el conjunto de las generalizaciones filosóficas de los métodos y conclusiones de las ciencias»[7].
Se comprende bien que el enfoque sea atractivo. En primer lugar, porque se hace una distinción clara entre ciencia auténtica y superstición, entre la astronomía y la astrología o entre la química y la alquimia, por ejemplo. También ayuda a evitar recurrir perezosamente al “Dios de las lagunas o vacíos” y a la vista de cualquier fenómeno aparentemente incomprensible atribuirlo a la agencia de Dios.
No obstante, tiene al menos un inconveniente. Una conexión tan estrecha entre ciencia y naturalismo podría llevar a una situación en la que cualquier dato, fenómeno o interpretación de estos, que no se ajuste fácilmente al modo de pensar naturalista pueda no tomarse en serio, e, incluso, resistirse a ellos enconadamente. Desde luego esto es solo un inconveniente si el naturalismo es falso como filosofía. Si el naturalismo es cierto, entonces nunca habrá (en última instancia) problema alguno, incluso si la explicación naturalista tarda mucho en llegar.
¿QUÉ ES ANTERIOR, LA CIENCIA O LA FILOSOFÍA?
Tal parece ser la opinión de Kurtz, quien define el naturalismo como una filosofía derivada de las ciencias naturales. Es decir, el científico estudia primero el universo y luego formula sus teorías, que han de inscribirse dentro de una filosofía naturalista o materialista.
Sin embargo, como ya hemos señalado, la imagen de una tabula rasa científica, de una mente totalmente abierta, sin inclinaciones filosóficas previas, dedicada al estudio del mundo natural sin preconcepción alguna, es profundamente errónea. Incluso es posible que lo que sucede es precisamente lo contrario a lo que sugiere Kurtz. Por ejemplo, el inmunólogo George Klein, afirma categóricamente que su ateísmo no se basa en la ciencia, sino que es un compromiso de fe a priori. Comentando una carta en la que uno de sus amigos lo describía como agnóstico, escribe: «No soy agnóstico. Soy ateo. Mi actitud no se basa en la ciencia, sino en la fe (...). La ausencia de un Creador, la inexistencia de Dios es la fe de mi infancia, mi creencia de adulto, inquebrantable y sacrosanta»[8].
Notemos de paso que Klein, al igual que Dawkins, sostiene que la fe y la ciencia son antagónicas, noción a la que claramente nos opondremos aquí.
Del mismo modo, en su reseña del último libro de Carl Sagan, el genetista de Harvard Richard Lewontin deja muy claro que sus convicciones materialistas son apriorísticas. No solamente confiesa que su materialismo no deriva de la ciencia, sino que incluso admite que es precisamente su materialismo el que conscientemente determina la naturaleza de lo que concibe como ciencia: «Nuestra disposición a aceptar afirmaciones científicas contrarias al sentido común es la clave para una comprensión de la auténtica contienda entre la ciencia y lo sobrenatural. Nos ponemos del lado de la ciencia a pesar de lo evidentemente absurdo de algunos de sus constructos (...), a pesar de la tolerancia de la comunidad científica a relatos sin claro fundamento, porque tenemos un compromiso (...) con el materialismo. No es que los métodos e instituciones de la ciencia nos obliguen de algún modo a aceptar una explicación material del mundo fenomenológico, sino que, por el contrario, estamos obligados por nuestra adhesión a priori a las causas materiales a crear un sistema de investigación y un conjunto de conceptos que generan explicaciones materiales, no importa lo contradictorias que sean, ni cuán desconcertantes resulten para los no iniciados»[9],[10].
Es esta una declaración tan sorprendente como honesta, y es todo lo contrario a la postura de Kurtz.
Lewontin afirma que «lo científico y lo sobrenatural» están en guerra, y sin embargo se contradice a sí mismo al admitir que la ciencia no nos obliga a aceptar el materialismo, lo que prueba que la batalla real no es tanto entre la ciencia y la fe en Dios, sino más bien entre una cosmovisión materialista, o, en general, naturalista, y una sobrenaturalista o teísta. Al fin y al cabo, el confesado compromiso de fe de Lewontin con el materialismo no procede de la ciencia sino de algo totalmente distinto, como queda claro por lo que dice a continuación: «Además, el materialismo es absoluto, porque no se puede permitir meter un pie divino dentro de la puerta».