¿Ha enterrado la ciencia a Dios?. John C. Lennox
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу ¿Ha enterrado la ciencia a Dios? - John C. Lennox страница 14
Lo que aquí tratamos viene ya al menos desde Aristóteles, quien distinguía entre las llamadas cuatro causas: la causa material (el material del cual está hecha la tarta); la causa formal (la disposición conformadora de los materiales); la causa eficiente (la acción de la tía Matilde como cocinera); y la causa final (el fin para el que la tarta fue hecha: el cumpleaños de alguien, por ejemplo). Es esta última causa la que está fuera del ámbito de la ciencia.
Austin Farrar escribe: «Cada ciencia selecciona algún aspecto de las cosas del mundo y muestra cómo funciona. Todo lo que vaya más allá se encuentra fuera de su ámbito. Y puesto que Dios no es una parte del mundo, y mucho menos un mero aspecto de este, nada de lo que verdaderamente se pueda decir de Dios, pertenece a ciencia alguna»[24].
A la luz de todo esto, las afirmaciones de Peter Atkins citadas anteriormente —«no hay razón para suponer que la ciencia no puede explicar todos los aspectos de la existencia», «No existe nada ininteligible»[25]— parecen completamente absurdas.
No es de sorprender que se pague un alto precio al atribuir tal omnicompetencia a la ciencia: «La ciencia no necesita de finalidad [...] toda la extraordinaria y maravillosa variedad del mundo puede expresarse como una planta surgida en un estercolero de corrupción, interconectada y sin sentido»[26]. ¿Qué pensaría la tía Matilde de tal explicación definitiva de la confección de la tarta de cumpleaños de su sobrino Jimmy, e incluso de por qué ella, Jimmy y la tarta existen en última instancia? Quizá incluso prefiriera la “sopa primitiva” al “estercolero de corrupción”, si se le ofreciera la opción.
Una cosa es sugerir que la ciencia no pueda responder a preguntas sobre el último fin y otra descartar la finalidad misma como si fuera una ilusión, ya que la ciencia no puede explicarla. Y, sin embargo, Atkins no está más que llevando su materialismo a su conclusión lógica, aunque quizá no del todo. Al fin y al cabo, la existencia de un estercolero presupone la existencia de criaturas capaces de hacer estiércol. Es verdaderamente extraño pensar que el estiércol dé lugar a criaturas. Y si se trata de un “estercolero de corrupción” (en línea, se podría suponer, con la Segunda Ley de la Termodinámica) habría que preguntarse cómo invertir la corrupción. Es verdaderamente inconcebible.
Pero lo que destruye completamente al cientificismo es la fatal auto contradicción de fondo. No hace falta refutarlo por argumento externo alguno: se autodestruye él solo. Sufre el mismo destino fatal que el principio de verificación que estaba en el centro del positivismo lógico, pues la afirmación de que solamente la ciencia puede conducir a la verdad no es científicamente deducible. No es una afirmación científica, sino más bien una declaración acerca de la ciencia, es decir, una afirmación metacientífica. Por lo tanto, si el principio básico del cientificismo es verdadero, su declaración sobre el cientificismo ha de ser falsa. El cientifismo se refuta a sí mismo; es decir, es incoherente.
La opinión de Medawar de que la ciencia es limitada no constituye, por tanto, insulto alguno. Más bien lo contrario. Son los científicos que exageran el alcance de la ciencia los que la hacen ridícula. Son ellos los que, probablemente sin intención e inconscientemente, han pasado de hacer ciencia a construir mitos de los incoherentes.
Antes de olvidarnos de tía Matilde, nótese que esta sencilla historieta ayuda a aclarar otra confusión muy común. Se ha visto ya cómo el razonamiento científico a secas es incapaz de responder al por qué hizo la tarta, puesto que ha de decírnoslo ella misma. Pero esto no quiere decir que la razón a partir de ahí se quede inactiva o sea irrelevante. Más bien al contrario, pues entender lo que responde sobre la finalidad de la tarta requiere el uso de nuestra razón, a la que recurrimos para valorar la credibilidad de su explicación. Si dice que la hizo para su sobrino Jimmy y sabemos que tal sobrino no existe, dudaremos de su explicación, pero si existe, la explicación parecerá razonable. Es decir, la razón no se opone a la revelación, sino que simplemente la revelación del fin para el que hizo la tarta suministra a la razón información a la que esta no puede acceder sin ayuda. La idea es que en aquellos casos en que la ciencia no es la fuente de información no se puede asumir, sin más, que la razón deja de funcionar y la evidencia es irrelevante.
Por lo tanto, cuando los teístas afirman que hay Alguien que mantiene la misma relación con el universo que la tía Matilde con su pastel, y que ese Alguien ha revelado por qué fue creado el universo, no están dejando de lado en absoluto la razón, la racionalidad y la evidencia. Simplemente afirman que existen preguntas que la sola razón no puede responder y que para contestarlas precisamos de otra fuente de información, a saber, la revelación de Dios, únicamente evaluable y comprensible por medio de la propia razón. En esta línea se expresaba Francis Bacon, al apuntar que Dios habla por medio de Dos Libros, el Libro de la Naturaleza y la Biblia: la razón, la racionalidad y la evidencia se aplican a los dos.
¿ES DIOS UNA HIPÓTESIS INNECESARIA?
La ciencia ha tenido un éxito espectacular al indagar la naturaleza del universo físico y aclarar los mecanismos por los que funciona. La investigación científica ha llevado igualmente a la erradicación de horribles enfermedades y alimentado la esperanza de eliminar muchas otras. Aparte, la investigación científica ha tenido otro efecto distinto, el de librar a la gente de miedos supersticiosos. Por ejemplo, ya nadie piensa que un eclipse lunar es causado por un terrible demonio al que hay que aplacar. Todo esto y mil cosas más hay que agradecérselo a la ciencia. Sin embargo, en algunos cenáculos el éxito mismo de la ciencia ha llevado a la conclusión de que, al poder entender los mecanismos del universo sin traer a colación a Dios, simplemente no existe un Dios que diseñara y creara el universo. No obstante, tal razonamiento lleva consigo una común falacia lógica, que se puede ilustrar del modo siguiente.
Pensemos en un coche Ford. Sería concebible que una persona de una parte remota del mundo que lo viera por vez primera y no supiera nada de ingeniería moderna se imaginara que hay un dios (el señor Ford) dentro del motor para que funcione. Se podría imaginar incluso que, si el motor va bien, es porque esa persona le gusta al señor Ford dentro del mismo, y si no va bien es porque no le gusta. Desde luego, si esa persona luego llegara a estudiar ingeniería y diseccionara el motor, comprobaría que no hay ningún señor dentro, como tampoco se requiere gran inteligencia para darse cuenta que no hacía falta recurrir al señor Ford para dar razón de su funcionamiento. El conocimiento sobre los principios impersonales de la combustión interna bastaría para explicarlo. De acuerdo. Pero si decidiera que su comprensión de los principios de funcionamiento descarta la existencia del señor Ford, que fue quien lo diseñó, se equivocaría radicalmente y cometería un error categorial, en términos filosóficos. Si no hubiera habido de entrada un señor Ford que diseñara los correspondientes mecanismos no habría nada que entender.
También es un error de confusión categorial suponer que nuestra comprensión de los principios impersonales por los que funciona el universo convierte la creencia en un Creador personal, diseñador, hacedor y soporte del universo en innecesaria o imposible. Con otras palabras, no hay que confundir los mecanismos por los cuales funciona el universo ni con su causa ni con su mantenedor.
Michael Poole, en su publicado debate con Richard Dawkins[27] lo explica así: «No hay conflicto lógico alguno entre las explicaciones razonadas en relación con los mecanismos y las relacionadas con los planes y fines de un agente, divino o humano. Es un asunto lógico sin relación alguna con creer en Dios o no».
Sin atender lo más mínimo a este principio de lógica, se utiliza siempre, incorrectamente, una famosa declaración del matemático francés Laplace en apoyo del ateísmo. Al preguntarle Napoleón donde encajaba Dios en sus operaciones matemáticas, Laplace respondió con razón: «Señor, no tengo necesidad de tal hipótesis». Por supuesto, Dios no aparecía en las descripciones matemáticas sobre cómo funcionan