Las tribulaciones de Richard Feverel. George Meredith

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Las tribulaciones de Richard Feverel - George Meredith

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testificó que Tom había criticado al viejo Blaize y había dicho algo sobre quemar su pajar. Deseé haber estado en el camino a Bursley a solas con él. El abogado de oficio que le buscamos a Tom le interrogó y después de eso dijo que no podía jurar las palabras exactas que se habían intercambiado él y Tom. Ya me parecía. Luego llegó otro que juró haber visto a Tom merodear por las tierras del granjero aquella noche. Luego llegó el Gallo Enano y lo vi mirar a Rady. Estaba muy nervioso y mi padre no dejaba de apretarme la mano. Imagínate llegar a pensar que una palabra de ese tipo arruinaría mi vida y que debía perjurar para ayudarme. Eso por ceder ante las pasiones. Mi padre dice que cuando lo hacemos tenemos al diablo de consejero. Bueno pues le dijeron al Gallo Enano que contara lo que había visto y en el momento en que empezó Rady que estaba cerca de mí comenzó a agitarse y yo sabía que se reía, aunque su cara estaba tan seria como la de sir Miles. Nunca había oído tal sarta de tonterías, pero era incapaz de reírme. Dijo que pensaba que estaba seguro de haber visto a alguien junto al pajar y que Tom Bakewell era el único hombre que conocía que le guardaba rencor al granjero Blaize y si hubiera sido un poco más grande no le importaría jurar que era Tom y lo juraría porque estaba seguro de que era Tom solo que parecía más pequeño y estaba oscuro como boca de lobo aquella noche. Le preguntaron qué hora era cuando vio a la persona marcharse del pajar y entonces se rascó la cabeza y dijo que era la hora de cenar. Le preguntaron que a qué hora cenaba y dijo que a las nueve por el reloj y probamos que a las nueve Tom estaba bebiendo en una taberna con el hojalatero en Bursley y sir Miles soltó un taco y dijo que se temía que no podía condenar a Tom y cuando este lo oyó me miró. Creo que Tom es un tipo noble y que nadie se reirá de él mientras yo viva, que quede claro. Entonces sir Miles nos invitó a cenar con él y Tom estaba a salvo y voy a poder tenerlo y educarlo como mi criado si quiero. Y le daré dinero a su madre y la haré rica y nunca se arrepentirá de haberme conocido. Creo Rip que el Gallo Enano debió verme cuando fuimos con las cerillas a encender el fuego. Al volver a casa después de haber cenado con sir Miles (tiene muchas hijas con la cara roja pero no bailé con ellas aunque había música y parecía divertido y no me importaba porque yo estaba muy contento y por poco no lo conté), cuando nos fuimos a casa Rady le dijo a mi padre que el Gallo Enano no era tan tonto como creíamos y mi padre dijo que uno debe de estar en estado de gran exaltación personal para aplicar tal epíteto a un hombre y Rady cerró la boca y yo arreé a mi poni con alegría. Creo que mi padre sospecha lo que hizo Rady y no lo aprueba. Y no tendría que haberlo hecho y podría haberlo estropeado. He tenido que decirle que no me llame Ricky porque dice Rick1 para que todo el mundo sepa lo que quiere decir. Mi querido Austin se va a Sudamérica. Mi poni está en un estado excelente. Mi padre es el mejor y el más listo del mundo. Clare se encuentra un poco mejor. Estoy bastante feliz. Espero que podamos vernos pronto mi querido Rip y que no nos metamos en más líos tremendos.

      Sigo siendo,

      Tu amigo del alma,

      Richard Doria Feverel.

      P. D.: Van a regalarme una bonita embarcación de río. Adiós, Rip. Espero que aprendas a boxear. Y no enseñes esto a ninguno de tus amigos o me disgustaré.

      N. B.: La señora B. se enfadó mucho porque no le pedimos ayuda. Haría cualquier cosa por mí. Es la que mejor me cae después de mi padre y de Austin. Adiós querido Rip.

      La pobre Letitia, después de leer atentamente tres veces esta ingenua epístola donde las reglas de puntuación habían sido ignoradas, la devolvió al bolsillo de la mejor chaqueta de su hermano, profundamente enamorada del descuidado redactor de la misiva. Y así terminó el último acto de la comedia Bakewell, en la que el telón se cierra con sir Austin señalando los beneficios del sistema de principio a fin.

      Capítulo XII

      Revelar los fantasmas es un deber público, y como la aparición que había asustado a la pequeña Clare era un misterio que no llegó a resolverse en los teatrales asuntos de Raynham, donde el miedo se paseaba por la abadía, vayamos un momento entre bastidores. Como el baronet era moralmente supersticioso, la naturaleza de su mente se oponía a la ingerencia espiritual en los asuntos de los hombres, y cuando se resolvió el problema se quitó un peso de encima, recuperó el equilibrio mental y volvió a ser el hombre que había sido, más seguro de la gran verdad de que este mundo es un buen proyecto. No se reía al oír a Adrian recordar la mala suerte de un miembro de la familia en su primera manifestación: la pierna de Algernon.

      La señora Doria estaba furiosa. Sostenía que su hija había visto… No creerla era como robarle sus efectos personales. Tras comprender que la dama apreciaba las antiguas creencias de sir Austin, conmovido por la pena, este se la llevó un día y le demostró que el fantasma podía escribir con una mano de carne y hueso. Era una carta de la infeliz dama que había dado a luz Richard: líneas breves y frías, que decían que no volvería a perturbar la tranquilidad de la casa. ¡Líneas frías, pero escritas con una abnegación desconsolada, recorridas por la angustia del alma! Como la mayoría de los que lo trataban, la señora Feverel creía que su marido era un hombre fatalmente duro e implacable, y se comportó como las criaturas tontas cuando creen que el destino se vuelve contra ellas: ni exigió sus derechos ni los afirmó; alivió el anhelo de su corazón en silencio y renunció a todo. La señora Doria, que no quería entrometerse en la ternura de la familia, se estremeció al pensar que sir Austin había aceptado el sacrificio con tanta compostura, pero él la obligó a considerar las secuelas que tendría el niño por ser testigo de esa relación entre su padre y su madre. En unos pocos años, siendo ya un hombre, lo entendería, lo juzgaría, y la querría.

      —¡Que esa sea su penitencia y no yo!

      La señora Doria reverenciaba el sistema en los demás, pero no era consciente de los efectos que tendría en ella.

      Más al fondo, entre bambalinas, vemos a Rizzio y María ya viejos, muy desilusionados: ella, desaliñada y sin corona; él, con dedos artríticos en una guitarra grasienta. El futuro émulo de Diaper Sandoe escribe por encargo. Su fama ha decaído; el contorno de su cintura ha crecido. Lo que podía hacer y lo que hará seguía siendo su tema. Mientras tanto, le han confiscado el zumo de enebro, y resulta difícil cumplir los encargos alimenticios sin él. Al volver de su miserable viaje a su miserable hogar, la dama tuvo que aguantar una breve reprimenda del despreocupado Diaper, una reprimenda tan blanda que la formuló en pentámetros yámbicos; ya rara vez escribía en métrica, pero le gustaba hablar en métrica. Derramó una lágrima compasiva y le explicó que estaba perjudicando sus intereses, y no se dominó en dilucidar por qué. Con una sonrisa esbozada en su hermosa boca, le dijo que la pobreza en la que vivía era perniciosa para su gentil condición, y que tenía razones para creer (y podía asegurarlo) que iba a recibir una pensión de su marido. Diaper ensanchó aún más su sonrisa al recibir esta información. Así se enteró la pobre mujer de que le había pedido dinero a su marido en su nombre. Es difícil que inhiban el amor propio cuando sufrimos la agonía de un mártir. Hubo un trágico coloquio de cinco minutos entre bambalinas, especialmente para Diaper, que había esperado disfrutar bajo el sol de la deliciosa anualidad y resurgir de su pobreza. Entonces la dama escribió a sir Austin la carta que este le mostró a su hermana. La atmósfera entre bastidores no es apetecible; así que, tras haber desvelado al fantasma, volvamos frente al telón.

      Sir Austin consideró que la dosis infinitesimal de experiencia que Ripton Thompson había suministrado al sistema con tan sorprendente efecto había funcionado, y de momento era suficiente, por lo que Ripton no recibió una segunda invitación a Raynham, y Richard no tuvo un compañero de su edad en quien descargar su excesiva vitalidad, aunque tampoco quería ninguno. Estaba demasiado ocupado con Tom Bakewell. Es más, él y su padre eran uña y carne. La mente del chico estaba abierta a su padre con afecto y respeto. En este período, cuando el joven salvaje crece bajo otra influencia, tener su admiración es lo más importante. En esta etapa los jesuitas marcan el futuro de su rebaño, y los

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