Contrapunteos diaspóricos. Agustín Laó-Montes

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Contrapunteos diaspóricos - Agustín Laó-Montes

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mantuvieron en buena medida la lealtad al Estado colonial español de la plantocracia isleña hasta finales del siglo XIX. El Grito de Yara en 1868 comenzó la primera guerra por la independencia; las “personas libres de color” (negros y mulatos) y los esclavizados eran grupos sociales suficientemente organizados para desempeñar un papel clave de participación y protagonismo en el movimiento. Tras numerosas luchas y negociaciones, las fuerzas independentistas cubanas tuvieron la peculiaridad de quedar compuestas en su mayor parte por “personas de color”,82 y de tener oficiales negros y mulatos como generales de alto rango. Esto influyo enormemente en el discurso particularmente antirracista que ganó terreno dentro de la corriente del nacionalismo cubano del siglo XIX, elocuentemente articulado por los intelectuales revolucionarios José Martí y Antonio Maceo. Esta genealogía también puede implicar una narrativa de los pasos iniciales hacia la constitución de la nación cubana, distinta a la memoria oficial que resalta la figura del hacendado blanco Carlos Manuel de Céspedes como iniciador de la primera guerra de Independencia de Cuba en 1868. A contrapunto, podríamos postular la conspiración planeada por el negro libre José Antonio Aponte en 1812, inspirada por la Revolución haitiana y en concierto con movimientos abolicionistas y redes afrodiaspóricas de carácter global, como una gesta anterior83.

      En general, los/las afrodescendientes jugaron un papel significativo en el movimiento histórico que obtuvo la independencia de los territorios que en el presente son agrupados bajo la rúbrica de Latinoamérica; lucharon como soldados de bajo rango militar en el frente de batallas, mientras negociaban la abolición de la esclavitud, así como su inclusión como ciudadanos de los nacientes Estados. Un reducido número de afrohispanos fueron reconocidos como líderes militares, políticos e intelectuales, como en el caso de Colombia, Ecuador, Venezuela y México. En México, a principios del siglo XIX, las rebeliones dirigidas por líderes afroindios (o afromestizos)84, tales como Hidalgo y Morelos, demostraron cómo las luchas por la justicia racial y económica continuaron después de la independencia. La africanía de Hidalgo y Morelos fue virtualmente borrada de la memoria nacional mexicana.

      Después de la independencia de la dominación política formal por el colonialismo europeo, las jóvenes naciones latinoamericanas se mantuvieron económicamente subordinadas a una economía-mundo dominada por el Imperio británico. Igualmente, dentro de cada Estado nación de la región, los negros, indios y mulatos continuaron subyugados, económica, política y culturalmente a la élite blanca criolla que se declaró heredera en las Américas de Europa y Occidente. Los movimientos independentistas prepararon el terreno para un proceso gradual de abolición de la esclavitud. Sin embargo, la condición persistente de subordinación étnico-racial, desvalorización cultural y desigualdad entre clases sociales que identifican a las personas negras e indígenas como ciudadanos de segunda categoría en las incipientes naciones de Latinoamérica, marcaron una nueva constelación histórica, racial y social constituyendo una colonialidad neocolonial, así como también luchas culturales y movimientos por la ciudadanía en la que los afrolatinoamericanos desempeñaron un papel significativo.

      En el camino hacia la conquista de la independencia, el proceso de construcción de los modernos Estados nación y de políticas liberales en los Estados latinoamericanos, no tuvo exactamente la misma importancia y significados para los afrodescendientes que para los blancos y mestizos de piel clara de la élite criolla. A pesar de que las independencias no vinieron acompañadas por la emancipación de los esclavizados, para mediados del siglo XIX, las políticas latinoamericanas –con las importantes excepciones de Brasil, Cuba y Puerto Rico, todas las que aún eran colonias– habían abolido la esclavitud. El nuevo terreno de reclamos por la democracia racial y justicia social de los afrodescendientes giró hacia la eliminación legal del sistema de castas que formalizaban la desigualdad racial, y por la inclusión igualitaria de las ciudadanías negras en todos los dominios de la vida nacional, desde lo cultural hasta lo político.

      De esta manera, los afrodescendientes desplegaron una pluralidad de formas de resistencia y autoafirmación que en el frente jurídico trajeron como resultado la abolición de los códigos legales de castas para finales del siglo XIX. En los dominios institucionales de la política formal del siglo XIX, los afrolatinoamericanos se mantuvieron como clientes de los partidos liberales y conservadores que compartían las alternancias en el poder. En este sentido, las luchas afrolatinoamericanas por inclusión, reconocimiento, recursos y ciudadanía, fueron fuerzas significativas en el debate histórico por la democratización.

      Una arena importante fue contra la desvalorización y la subalternización de las formas culturales y prácticas religiosas afrodiaspóricas a través de políticas estatales y doctrinas eclesiásticas eurocentristas/occidentalistas. En Brasil y Cuba, donde las religiones afrodiaspóricas habían devenido elemento fundamental para la cotidianidad diaria de muchos afrodescendientes, especialmente de los sectores más subalternos, las organizaciones afrorreligiosas como los Terreiros en Brasil y los Cabildos en Cuba, tuvieron que luchar para sobrevivir contra el envilecimiento a que estuvieron sometidos. En ambos países las instituciones de religiosidad de matriz africana se han sostenido hasta el día de hoy como escenarios vitales para las culturas y políticas negras.

      Los afrolatinoamericanos también desarrollaron sus propios espacios públicos para la expresión intelectual y la creación de periódicos, academias y clubes sociales, que eran en gran medida para el estrato medio de la sociedad mulata. Los negros y mulatos libres de clase trabajadora, en la que se destacaron sectores artesanales como tabaqueros y tipógrafos, constituyeron una intelligentsia radical desde finales del siglo XIX que fue importante en la emergencia de un movimiento obrero anarquista y comunista como es notable en el caso de Puerto Rico, donde se produjo una literatura y prensa obrera que constituyó una esfera pública proletaria en la cual se destacó el elemento afrodescendiente85.

      En Cuba, para finales del siglo XIX, las organizaciones sociales y políticas afrocubanas habían obtenido coordinación nacional a través de la creación del Directorio Central de las Sociedades de la Raza de Color. El archipiélago cubano proporciona un claro ejemplo de la formación de dos distintos dominios, aunque interconectados, dos esferas de vida afrocubana con elementos de continuidad hasta el día de hoy: uno guiado por la clase media occidentalizada que actuó por la vía de los canales formales del Estado y la sociedad civil; y la otra se proyecta más como contrapúblico subalterno centrado en las clases trabajadoras/marginadas en los barrios y solares urbanos86. El contrapunteo de estos dos distintos, pero entrelazados dominios, el de la cultura de la clase media intelectual y el de la cultura popular subalterna, configura en sus relaciones dialécticas y dialógicas el sustrato histórico de las producciones culturales y culturas políticas de los afrodescendientes en Latinoamérica.

      Otro terreno histórico central, contestatario y de autoafirmación para los afrolatinoamericanos, fue el elemento económico, ya que después de la abolición de la esclavitud, la mayoría de los negros continuaron en las escalas de más bajo nivel salarial laboral o marginalizados, tanto en el campo como en las ciudades. En países como Cuba y Puerto Rico, donde un alto porcentaje de la clase trabajadora era afrodescendiente, estos grupos tuvieron un papel fundamental en la organización del movimiento obrero. Hacia fines del siglo XIX y principios del siglo xx, un creciente proceso secular de urbanización demandó una masiva migración de afrodescendientes desde el campo a la ciudad, lo cual implicó ya no solo la creación de las clases trabajadoras urbanas y de habitantes de los barrios que estaban considerablemente compuestos por afrodescendientes, sino que igualmente trajo aparejada la marginalización de los empleos formales y la ciudadanía para un alto porcentaje de la población negra. Estos asentamientos en la ciudad fueron también espacios significativos para la producción de culturas urbanas afrolatinoamericanas que tuvieron y tienen impacto nacional y transnacional, cambios que fueron facilitados por el crecimiento de las industrias culturales desde la primera mitad del siglo XX. Aquí se destacan expresiones de música y danza como la samba brasileña, el son y la rumba cubana, y la bomba y plena en Puerto Rico.

      LA EMERGENCIA DE POLÍTICAS AFROLATINAS Y EL AUGE DE LAS

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