Narrativa completa. H.P. Lovecraft

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Narrativa completa - H.P. Lovecraft Colección Oro

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de la radio. En aquel entonces, los había probado con un compañero de estudios, pero al no lograr ningún resultado, los arrinconé en compañía de otras extravagancias científicas con el propósito de un posible uso futuro. Ahora, motivado por mi fuerte deseo de penetrar en la vida onírica de Joe Slater, retomé de nuevo dichos instrumentos y trabajé varios días poniéndolos a punto. Cuando estuvieron operativos de nuevo, no perdí la oportunidad de probarlos. En cada violento ataque de Slater, yo acoplaba el transmisor en su frente y el receptor en la mía, realizando pequeños ajustes para las varias —e hipotéticas— longitudes de onda de la energía intelectual. Yo no tenía ninguna idea de en qué forma las impresiones mentales, si ocurría la comunicación, despertarían alguna respuesta inteligente en mi cerebro, pero sí tenía la certeza de que lograría detectarlas e interpretarlas. Por lo que proseguí con mis experimentos, pero sin informar a nadie de la naturaleza de los mismos.

      Finalmente, todo ocurrió el 21 de febrero de 1901. Aquella terrible noche yo me encontraba sumamente perturbado y agitado, ya que a pesar de los excelentes cuidados dispensados, Joe Slater agonizaba sin remedio. Años más tarde, cuando miro hacia atrás, entiendo cuán irreal puede parecer todo aquello y me pregunto a veces, si el anciano doctor Fenton no estaría en lo cierto cuando achacó todo el relato a mi imaginación sobreexcitada. Recuerdo que escuchó muy amablemente y con gran paciencia todo lo que le conté, pero inmediatamente me hizo tomar unos sedantes y dispuso para mí unas vacaciones de seis meses que comencé a disfrutar la siguiente semana. Tal vez, era la pérdida de libertad del montañés, o tal vez que el desorden de su cerebro se había vuelto excesivamente grave para su organismo ya demasiado perezoso, en todo caso, el fuego de la vida se extinguía de aquel cuerpo degradado. Hacia el final, Slater se encontraba como dormido y al caer la oscuridad se sumió en un sueño muy inquieto. Esta vez no le puse camisa de fuerza, tal como solía hacer cuando iba a dormir, ya que se encontraba demasiado débil como para resultar peligroso, aun si recaía otra vez en su caos mental antes de morir. Sin embargo, coloqué en nuestras cabezas los dos terminales de mi radio cósmica tratando, contra toda esperanza, de lograr un primero y último mensaje de su mundo onírico en el corto tiempo que restaba. En aquella habitación con nosotros se encontraba un enfermero, un tipo muy mediocre que no lograba entender el propósito del aparato y que tampoco pensó en cuestionar mis movimientos. Al pasar las horas, vi cómo la cabeza de Slater caía desmayadamente en el sueño, pero no lo molesté. Yo mismo debí comenzar a cabecear, poco después, acunado por la rítmica respiración del sano y del agonizante.

      Lo que me despabiló fue el sonido de una melodía lírica y extraña. Acordes, vibraciones y éxtasis armónicos resonaban emocionadamente por todas partes mientras ante mis ojos fascinados comenzaba un formidable espectáculo de suprema belleza. Muros, columnas y frisos de fuego viviente chispeaban resplandecientes alrededor del sitio en el que me parecía flotar por los aires, remontándose hasta una bóveda muy alta de indescriptible riqueza. Entremezclados en ese despliegue de generosa magnificencia, o más bien sustituyéndolos a veces en una calidoscópica rotación, había destellos de llanuras amplias y encantadores valles, altas montañas y sugestivas grutas, los cuales estaban dotados con cualquier fascinante atributo que mis ojos deslumbrados pudieran imaginar, y estaban completamente modelados en alguna materia reluciente y etérea, cuya consistencia parecía tan espiritual como material. Mientras observaba aquello, descubrí que la clave de esta sublime metamorfosis se hallaba en mi propio cerebro, ya que cada paisaje que aparecía ante mis ojos era el que mi antojadiza mente deseaba vislumbrar. En estos bellos jardines elíseos yo no era un extraño, ya que cada imagen y sonido me eran familiares, tal como había sido durante una incontable eternidad en el pasado y tal como sería durante una incontable eternidad en el futuro.

      Luego, el aura radiante de mi hermano en la luz se me acercó y mantuvo un diálogo conmigo, alma con alma, en silencio y en perfecta comunión de pensamientos. Aquella era la hora del próximo triunfo, ya que ¿no iba mi compañero a liberarse finalmente de una despreciable esclavitud transitoria, escaparía por siempre y se prepararía para perseguir al miserable opresor incluso hasta los supremos campos del éter, sobre los que lanzaría una incendiaria venganza cósmica que haría estremecer a todas las esferas? Flotamos juntos hasta que noté cierta turbiedad y desvanecimiento en los objetos que nos rodeaban, como si alguna fuerza me llamase hacia la tierra... el lugar al que menos deseaba volver. Mi hermano en la luz pareció sentir igualmente algún cambio, ya que llevó su discurso a una conclusión y él mismo se preparó para abandonar el lugar, desdibujándose ante mis ojos un poco menos rápido que los demás objetos. Intercambiamos algunos pensamientos más y supe que el ser luminoso y yo éramos reclamados por nuestras ataduras. Para mi hermano en la luz aquella sería la última vez. El abatido cascarón terrenal hallaría su fin en menos de una hora y mi compañero sería libre para perseguir al opresor a través de la Vía Láctea, más allá de las últimas estrellas y hasta los mismos confines del universo.

      Un hecho definido separa la última impresión sobre la particular escena de luz de mi despertar repentino y avergonzado, así como de mi levantamiento de la silla cuando noté que la figura agonizante en el camastro se movía muy inquieta. Joe Slater, de hecho, se despertaba, aunque seguramente lo hacía por última vez. Cuando lo observé detenidamente, vi que en la superficie de sus mejillas habían unas manchas de color que antes no tenía y sus labios, también se veían distintos, como cerrados firmemente por la fuerza de un carácter más resuelto que el que poseyera Slater. Finalmente, todo su rostro se fue tensando, y giró su intranquila cabeza con los ojos cerrados. No desperté al enfermero, sino que ajusté los ligeramente desajustados dispositivos de cabeza de mi “radio” telepática, intentando captar cualquier mensaje de partida que pudiera emitir el soñador. Al momento, la cabeza giró bruscamente hacia mí y sus ojos se abrieron de repente, causándome al contemplarlo una gran ansiedad. El hombre que fuera Joe Slater, aquel degenerado de Catskill, ahora me miraba con sus ojos luminosos abiertos de par en par, unos ojos cuyo azul parecía haberse tornado aún más profundo. En su mirada no resultaban visibles ni manía ni degeneración alguna y pude reconocer, sin duda alguna, que estaba frente a un hombre que poseía una mente activa y de primer orden.

      Con esa disposición, comencé a abrir mi cerebro a una pausada influencia externa que actuaba sobre mí. Cerré los ojos para concentrar más mis pensamientos y me vi recompensado por el conocimiento cierto de que el mensaje telepático por tanto tiempo esperado, llegaba finalmente. Cada idea transmitida cobraba forma en mi mente con rapidez y aunque no estaba utilizando ningún idioma actual, mi asociación de expresiones y conceptos resultaba tan amplia que me parecía recibir el mensaje en vulgar inglés.

      —Joe Slater está muerto —fue el primer mensaje de la impactante voz o del ser de más allá del muro de los sueños. Lleno de un miedo inexplicable busqué con mis ojos abiertos en el lecho de Slater, pero sus ojos azules aún me contemplaban calmadamente y sus facciones todavía mostraban una animada inteligencia—. Él está mejor muerto, ya que no era la persona adecuada para albergar la inteligencia activa de una entidad cósmica. Su burdo cuerpo no podía sobrellevar los ajustes necesarios entre la vida etérea y la vida terrestre. Slater era mucho más que un animal y mucho menos que un hombre, aunque gracias a sus defectos has llegado a descubrirme. En verdad, las almas cósmicas y las terrenales no debieran encontrarse nunca. Él fue mi tormento y mi prisión durante cuarenta y dos de tus años terrestres. Yo soy un ente igual al que tú mismo asumes en la libertad que te da el sueño sin sueños. Soy tu hermano de luz y he viajado contigo por los valles resplandecientes. No me está permitido hablarle a tu ser terrestre despierto acerca de tu ser real, pero somos nómadas de los amplios espacios y viajeros por multitud de eras. El próximo año quizá esté viviendo en el lejano Egipto que tú llamas antiguo, o en el sangriento imperio de Tsan-Chan que se alzará dentro de tres mil años. Tú y yo hemos viajado a la deriva entre los mundos que giran en torno al Rey Arturo y hemos vivido en los cuerpos de los filósofos insectoides que se arrastran orgullosos sobre la cuarta luna de Júpiter. ¡Cuán pequeño es el conocimiento del hombre sobre la vida y su amplitud! ¡Cuán pequeño debe ser, asimismo, para garantizar su propia tranquilidad! Del opresor no puedo hablar. Ustedes en la Tierra, han notado su lejana presencia de manera inconsciente... ustedes, que despreocupadamente y sin conocimiento, llamaron a su parpadeante

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