Narrativa completa. H.P. Lovecraft

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Narrativa completa - H.P. Lovecraft Colección Oro

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eternidades. Esta noche me iré como una Némesis, consumando una justa y ardiente venganza cataclísmica. Contémplame en el cielo, próximo a la estrella del demonio. Ya no puedo hablar mucho más, ya que el cuerpo de Joe Slater se está volviendo rígido y frío, y su grosero cerebro está dejando de vibrar como yo deseo. Tú has sido mi hermano en el cosmos y mi único amigo en este planeta, la única alma en sentirme y buscarme dentro del horrible cuerpo que yace en este camastro. Volveremos a encontrarnos... tal vez en las radiantes brumas de la Espada de Orión o quizá en una desierta meseta del Asia prehistórica. Quizá en un sueño imposible de recordar esta misma noche o quizá en otra forma, en los eones por venir, cuando el sistema solar ya no exista.

      Las ondas mentales se detuvieron en este momento con brusquedad y los pálidos ojos del soñador, ¿o debo decir el muerto?, comenzaron a vidriarse igual que los ojos de un pez. Me acerqué más al camastro y aún sumergido en un cierto estupor, tomé su muñeca pero la descubrí fría, rígida y sin pulso. Las fofas mejillas volvieron a palidecer y los antes tensos labios se abrieron para dejar al descubierto la asquerosa dentadura podrida del degenerado Joe Slater. La visión me estremeció. Coloqué una manta sobre aquel espantoso rostro y desperté al enfermero. Luego salí de la habitación y regresé silenciosamente a mi cuarto. Necesitaba dormir, imperiosa e inexplicablemente, un sueño cuyos sueños no debo recordar.

      ¿El final? ¿Qué sencillo relato científico puede alardear de semejante efecto persuasivo? Simplemente, he señalado algunos hechos que yo creo que son reales y les he permitido interpretarlos a su antojo. Como ya mencioné anteriormente, mi superior, el viejo doctor Fenton, niega la realidad de cuanto he narrado. Él asegura que yo estaba colapsado por la tensión nerviosa y muy necesitado de las largas vacaciones con sueldo completo que me concedió tan generosamente. También jura, por su honor profesional, que Joe Slater no era sino un paranoico incurable, cuyos fantásticos pensamientos debían ser producto de la torpe herencia de los cuentos populares que circulan en la más decadente de las comunidades existentes. El doctor Fenton asegura todo eso, aunque yo no logro olvidar lo que sucedió en el cielo tras la muerte de Slater. Y para que no crean que soy un testigo interesado, será otra la pluma que recoja este último testimonio que tal vez les brinde el clímax que estaban esperando. Haré una breve reseña del informe sobre la estrella Nova Persei, el cual extraje de las notas de la eminente autoridad astronómica, el profesor Garrett P. Serviss:

      “El día 22 de febrero de 1901, una nueva y brillante estrella fue descubierta, no lejos de Algol, por el doctor Anderson, de Edimburgo. Antes, en ese lugar ningún astro era visible y en veinticuatro horas, la desconocida estrella había alcanzado un brillo suficiente como para opacar a Capella. Sin embargo, en una semana o dos su brillo había disminuido notablemente y a los pocos meses era apenas visible a simple vista”.

       Beyond the Wall of Sleep: escrito y publicado en 1919.

      Una maligna luna creciente brilla tenuemente en el valle de Nis abriéndose paso con su luz y sus borrosos rayos a través de los mortíferos follajes de los grandiosos árboles upas. En la zona más profunda del valle, justo allí donde no alcanza la luz, hay unas figuras que se mueven y que no están hechas para ser vistas. En las laderas, donde las odiosas enredaderas y las plantas rastreras se enroscan alrededor de los muros de los viejos palacios arruinados, aprietan con fuerza columnas rotas y misteriosos monolitos y levantan del suelo las losas de mármol que colocaron unas manos que nadie recuerda, la maleza crece miserablemente. En los ruinosos patios crecen árboles enormes y saltan pequeños monos, mientras entran y salen de profundas criptas llenas de tesoros, serpientes venenosas que se retuercen junto a seres escamosos sin nombre.

      Son enormes las piedras que duermen bajo las capas de musgo húmedo y eran poderosos los muros de los que se desprendieron. Fueron levantados para la eternidad por sus constructores y es innegable que aún sirven con nobleza, debajo de ellas aún vive el sapo gris.

      En el fondo del valle se encuentra el río Thad. Sus aguas son fangosas y están llenas de algas. Nace en arroyos ocultos y se mueve hacia grutas subterráneas. El demonio del valle no sabe dónde desemboca, ni por qué sus aguas son rojas.

      El genio que vigila en los rayos de luna le habló al demonio del valle, y le dijo:

      —Soy viejo y he olvidado muchas cosas. Háblame de los hechos, del aspecto y del nombre de aquellos que construyeron estas ruinas de piedra.

      A lo que el demonio contestó.

      —Yo también soy viejo, en cambio, mi memoria es buena y sé mucho del pasado. Esos seres no estaban hechos para ser entendidos, ellos eran como las aguas del río Thad. Sus hazañas no fueron más que momentáneas, por lo que ya no las recuerdo. Su aspecto era parecido al de los pequeños monos arbóreos. Y recuerdo con claridad su nombre, porque rimaba con el del río. Esos antiguos seres se llamaban Humanidad.

      Entonces, el genio regresó volando a la luna creciente y el demonio se quedó pensativo y observando un pequeño mono que se había subido a un árbol que crecía en un ruinoso patio.

       Memory: escrito en 1919 y publicado en 1923.

      Hechos tocantes al difunto

      La vida es algo terrible y desde lo más profundo que hemos conocido de ella asoman indicios malignos que, a veces, la vuelven más terrible aún. En caso de desatarse en el mundo, quizá sea la opresiva ciencia con sus tremendas revelaciones quien aniquile definitivamente nuestra especie humana si es que somos una especie aparte, porque jamás podrán ser imaginados por nuestros cerebros mortales su cantidad de sorprendentes horrores. Si supiéramos qué somos, haríamos lo que hizo Arthur Jermyn, que se prendió fuego una noche después de empapar sus ropas de gasolina. No hubo quien guardara sus restos carbonizados en una urna, ni quien le dedicara un monumento funerario, ya que aparecieron algunos documentos y un objeto dentro de una caja que han hecho que los hombres prefieran olvidar. Algunos de quienes lo conocían niegan, inclusive, su existencia.

      Cuando llegó de África, Arthur Jermyn, después de ver el objeto de la caja, subió al páramo y se prendió fuego. Lo que lo impulsó a acabar con su vida fue este objeto y no su extraño aspecto personal. Muchos no habrían soportado su existencia de haber tenido los extraños rasgos de Arthur Jermyn, pero él era un hombre de ciencia y también poeta por lo que nunca le importó su aspecto físico.

      Llevaba el saber en su sangre. Su bisabuelo, el barón Robert Jermyn, había sido un renombrado antropólogo, y su tatarabuelo, Wade Jermyn, uno de los primeros exploradores de la zona del Congo así como autor de diversos estudios profundos sobre sus tribus, animales y sus supuestas ruinas. Wade estuvo dotado, ciertamente, de un celo intelectual muy cercano a la manía. Su excéntrica teoría sobre una civilización congoleña blanca le ganó punzantes ataques cuando apareció su libro titulado, Reflexiones sobre las diversas partes de África. Este atrevido explorador fue internado en un manicomio de Huntingdon en 1765.

      La gente se alegraba de que los Jermyn no fueran muchos ya que poseían un rasgo de locura. El linaje carecía de ramas y el último de ellos fue Arthur, de no haber sido así, no se sabe qué habría ocurrido cuando llegó aquel objeto. Los Jermyn jamás tuvieron un aspecto del todo normal, podía notarse en ellos algo raro, aunque el caso más dramático fue el de Arthur. Sin embargo, antes de Wade, los viejos retratos de familia de la Casa Jermyn mostraban rostros muy hermosos. Claro está que la locura empezó con Wade, cuyas estrafalarias historias acerca del continente africano eran, a la vez, las delicias y el terror de sus nuevos amigos. Su locura quedó reflejada en su colección de ejemplares y trofeos que eran muy distintos de los que un hombre normal poseería, y se hizo más evidente con el nivel de reclusión en el

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