Narrativa completa. H.P. Lovecraft
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Cephelaïs: escrito en 1920 y publicado en 1922.
Desde el más allá21
Exageradamente aterrador era el cambio que había experimentado mi mejor amigo, Crawford Tillinghast. No le había visto desde el día en que me relató, dos meses y medio atrás, hacia dónde se alineaban sus investigaciones físicas y matemáticas. Cuando dio respuesta a mis temerosas y casi aterradas reprimendas, echándome de su laboratorio y de su casa en una descarga de apasionada ira, supe que permanecería, en adelante, la mayor parte de su tiempo aislado en el laboratorio del desván con aquella maldita máquina eléctrica, comiendo poco y prohibiendo la entrada hasta de los criados. Pero nunca imaginé que un corto tiempo de diez semanas pudiera cambiar de ese modo a un ser humano. Ver a un hombre corpulento ponerse esquelético de repente no es nada agradable y menos aún cuando le tiemblan y se le crispan las manos, la frente se le llena arrugas y se le cubre de venas, las bolsas bajo sus ojos se le tornan grises o amarillentas y estos se le hunden y se ponen ojerosos y extrañamente resplandecientes. Y si a eso se le suma una asquerosa falta de aseo, un total desaliño en su ropa, una negra cabellera que comienza a encanecer desde la raíz y una barba blanca crecida en un rostro que siempre estuvo afeitado, el efecto general resulta espantoso. Pero así lucía Crawford Tillinghast la noche en que su casi indescifrable mensaje me llevó hasta su puerta después de mis semanas de exilio. Ese fue el espanto que me abrió —temblando— con una vela en mano y mirando sigilosamente por encima del hombro como temeroso de los entes invisibles de aquella vieja y solitaria casa, retirada de la línea de edificios que integraban Benevolent Street.
Que Crawford Tillinghast se dedicara a estudiar de la ciencia y la filosofía fue un error. Estas materias deben dejarse para un investigador frío e impersonal, ya que brindan dos alternativas, trágicas por igual, al hombre sensible y de acción: si fracasa en sus investigaciones, la consternación, y si triunfa, el inexpresable e incomprensible terror. Tillinghast había experimentado una vez el fracaso, retraído y melancólico, pero esta vez vislumbré con verdadero temor, que había experimentado el éxito. En efecto, se lo había advertido diez semanas antes, cuando me contó la historia de lo que él sospechaba que estaba a punto de descubrir. Entonces, hablando con voz aguda y afectada se animó y se acaloró, aunque siempre presumido. Me dijo:
—¿Qué sabemos nosotros del mundo y del universo que nos rodea? Nuestras formas de percepción son terriblemente escasas y nuestro entendimiento de los objetos que nos rodean profundamente estrecho. Solo vemos las cosas de acuerdo a la estructura de los órganos con que las percibimos y no podemos hacernos una idea de su naturaleza absoluta. Ambicionamos alcanzar el complejo e ilimitado universo con cinco débiles sentidos, cuando existen otros seres dotados de un rango de sentidos más amplios y efectivos o simplemente diferente, ellos podrían, no solo ver las cosas que vemos nosotros de forma muy diferente, sino que podrían estudiar y percibir universos enteros de materia, energía y vida que se encuentran al alcance de la mano, pero que son imperceptibles a nuestros actuales sentidos.
»Siempre he tenido el convencimiento de que esos raros e inaccesibles mundos están muy cerca de nosotros y creo que ahora he descubierto la manera de traspasar esa barrera. No estoy bromeando. En veinticuatro horas, esa máquina que está junto a la mesa generará ondas que intervendrán determinados órganos sensoriales que nosotros poseemos en estado rudimentario o atrofiados. Esas ondas nos abrirán nutridas perspectivas desconocidas por el hombre, algunas de las cuales son excluidas de todo lo que consideramos vida orgánica. Advertiremos que hace aullar a los perros durante las noches y enderezar las orejas de los gatos después de las doce. Podremos ver esas cosas y otras que nunca ha visto ninguna criatura hasta ahora. Traspasaremos el espacio, el tiempo, y las dimensiones y sin traslado alguno de nuestro cuerpo, llegaremos al fondo de la creación.»
Cuando oí a Tillinghast decir estas cosas, le llamé la atención porque lo conocía lo suficiente como para sentirme más asustado que divertido, pero él era un fanático y me arrojó de su casa. Ahora, no se expresaba menos fanático, pero su deseo de hablar se había antepuesto a su molestia y me había escrito categóricamente, con una letra que yo apenas reconocía. Al entrar en la vivienda de mi amigo, tan repentinamente transformado en una gárgola temblorosa, me sentí envenenado del terror que parecía vigilar en todas las sombras. Las convicciones y palabras declaradas diez semanas antes parecían haberse cristalizado en la oscuridad que reinaba más allá del halo de luz de la vela y sentí un sobresalto al oír la voz cavernosa y alterada de mi amigo. Quise tener cerca a alguno de los criados y me inquietó cuando me dijo que todos se habían marchado hacía tres días. Era muy raro que el viejo Gregory, hubiese dejado a su señor sin decírselo al menos a un amigo cercano como yo. Él era quien me tenía al tanto sobre Tillinghast desde que me echara con tanta furia.
Sin embargo, no tardé en someter todos mis temores a mi creciente fascinación y curiosidad. No sabía exactamente qué quería Crawford Tillinghast de mí, pero no ponía en duda que tenía algún secreto maravilloso o algún descubrimiento que comunicarme. Antes, lo había censurado por sus inauditas incursiones en lo inconcebible, pero ahora que había triunfado de algún modo, casi compartía con él su estado de ánimo, aunque fuera terrible el precio del éxito. Lo seguí escaleras arriba en la oscuridad de la casa vacía, siguiendo la llama vacilante de una vela que soportaba la mano de esta temblorosa caricatura de hombre. Parecía que la electricidad estaba desconectada y al preguntarle a mi amigo me dijo que era por un motivo concreto.
—Sería demasiado... no me atrevería —prosiguió susurrando.
Noté particularmente su nueva costumbre de susurrar, ya que no era habitual en él hablar consigo mismo. Entramos en el laboratorio del ático y vi la infame máquina eléctrica irradiando una apagada y aciaga luminosidad violácea. Estaba conectada a una batería química muy potente, pero no recibía ninguna corriente. Yo recordaba que en su etapa experimental chisporroteaba y zumbaba cuando estaba en funcionamiento. Le pregunté a Tillinghast y en respuesta murmuró que aquel resplandor permanente no era eléctrico en el sentido que yo lo pensaba. A continuación me sentó cerca de la máquina, de forma que esta quedaba a mi derecha y conectó un artefacto que había debajo de una gran cantidad de lámparas. Comenzaron los conocidos chisporroteos, luego se convirtieron en un rumor y finalmente en un zumbido tan sutil que daba la impresión de que había vuelto a quedar en silencio. Mientras tanto, había aumentado la luminosidad, disminuido otra vez y obtenido una pálida y rara coloración —o mezcla de colores— imposible de definir ni describir. Tillinghast había estado observándome y distinguió mi expresión alterada.
—¿Reconoces qué es eso? —susurró— ¡son rayos ultravioleta! —ante mi sorpresa se rio de forma extraña—. Tú creías que eran invisibles y, en efecto lo son, pero ahora pueden verse igual que muchas otras cosas también invisibles. ¡Oye! Las ondas de este aparato están despertando los miles de sentidos adormecidos que hay en nosotros, sentidos que obtuvimos durante los cientos de años de evolución que median desde la etapa de los electrones autónomos al estado de humanidad orgánica. Yo he visto la verdad y tengo el propósito de enseñártela. ¿Quisieras saber cómo es? Pues te la mostraré. Tillinghast se sentó frente a mí en ese momento, apagó la vela de un soplo y me miró atentamente a los ojos. Tus órganos sensoriales, creo que tus oídos en primer lugar, captarán numerosas impresiones ya que están directamente relacionados con los órganos adormecidos. Luego lo harán los demás. ¿Has oído mencionar la glándula pineal? Me dan risa los endocrinólogos superficiales, colegas de los advenedizos y tramposos freudianos. Esa glándula es el más importante de los órganos sensoriales... yo lo he descubierto. Al final es como la vista, que transmite representaciones visuales al cerebro. Si eres una persona normal, esa es la forma en que debes captarlo casi todo... Estoy hablando de casi todo el testimonio del más allá.
Miré la enorme habitación del ático, con su pared sur inclinada, ligeramente iluminada por los rayos que los ojos normales son incapaces de