Narrativa completa. H.P. Lovecraft
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Читать онлайн книгу Narrativa completa - H.P. Lovecraft страница 36
Era como el vacío. Solo eso, pero sentí un miedo infantil que me estimuló a sacarme del bolsillo el revólver que siempre llevo conmigo cada noche desde la vez que me asaltaron en East Providence. Luego, el ruido de las regiones más remotas, fue cobrando gradualmente realidad. Era muy suave, sutilmente vibrante, definitivamente musical; pero tenía tal calidad de incomparable ímpetu, que sentí su huella como una fina tortura por todo mi cuerpo. Experimenté esa sensación que nos produce el arañazo inesperado sobre un vidrio esmerilado. Al mismo tiempo, sentí algo así como una corriente de aire frío que pasó a mi lado, al parecer en dirección hacia el ruido distante. Permanecí con el aliento contenido y sentí que el ruido y el viento iban en aumento, dándome la extraña impresión de que me encontraba atado a unos rieles por los que se acercaba una tremenda locomotora. Comencé a hablarle a Tillinghast y de inmediato se disiparon todas estas anormales impresiones. Volví a ver al hombre, las máquinas brillantes y la habitación a oscuras. Tillinghast sonrió con desagrado al ver el revólver que yo había sacado de manera instintiva, pero por su expresión, percibí que había visto y escuchado lo mismo que yo, si no más. Le describí en voz baja lo que había experimentado y me pidió que me estuviese lo más sereno y receptivo posible.
—No te muevas —me indicó—, porque con estos rayos pueden vernos igual que nosotros podemos ver. Te he mencionado que los criados se han ido pero no te he contado cómo. Fue por culpa de esa necia ama de llaves, encendió las luces de abajo después de indicarle que no lo hiciera y los hilos captaron oscilaciones simpáticas. Debió de ser aterrador. A pesar de que estaba atento a lo que veía y oía en otra dirección, pude escuchar los gritos desde aquí. Después de eso, me quedé espantado al descubrir montones de ropa vacía por toda la casa. La ropa de la señora Updike estaba en el recibidor al lado del interruptor de la luz... por eso sé que fue ella quien la encendió. Pero no correremos peligro mientras no nos movamos. Recuerda que afrontamos un mundo espantoso en el que estamos prácticamente desamparados... ¡No te muevas!
El impacto combinado de tal declaración y la áspera orden me produjo una especie de parálisis y, aterrorizado, mi mente se abrió una vez más a las alteraciones procedentes de lo que Tillinghast llamaba “el más allá”. Me encontraba ahora en una vorágine de ruido y movimientos acompañados de imprecisas representaciones visuales. Distinguía los contornos borrosos de la habitación, pero a mi derecha, desde algún lugar del espacio, parecía brotar una humeante columna de nubes o formas imposibles de identificar que atravesaban el sólido techo por encima de mí. Después volví a experimentar la impresión de que estaba en un templo, pero esta vez los pilares llegaban hasta un océano volátil de luz, del que bajaba un rayo deslumbrador a lo largo de la brumosa columna que había visto antes. Luego, el escenario se volvió casi totalmente caleidoscópico y en la mezcolanza de imágenes, sonidos e impresiones sensoriales indescriptibles, sentí que estaba a punto de esfumarme o de, alguna manera, perder mi forma sólida. Siempre recordaré esa visión deslumbrante y efímera.
Por un instante, me pareció ver un raro fragmento de cielo nocturno poblado de esferas resplandecientes que giraban sobre sí y mientras desaparecía, pude ver que unos soles radiantes formaban una constelación o galaxia de trazado muy bien definido, dicho trazado correspondía al desfigurado rostro de Crawford Tillinghast. Un momento después, sentí deslizarse unos seres animados y formidables, a veces rozándome y otras caminando o deslizándose sobre mi cuerpo teóricamente sólido, y me pareció que Tillinghast los percibía como si sus sentidos, más experimentados, pudieran captarlos visualmente. Recordé lo que me había dicho de la glándula pineal y me pregunté qué estaría viendo con ese ojo sobrenatural.
De repente, me percaté de que yo también gozaba de una especie de visión aumentada. Por encima del caos de luces y sombras se formó una escena que, aunque difusa, estaba dotada de solidez y estabilidad. Era familiar en cierto modo, aunque lo extraordinario se superponía a la manera como una escena cinematográfica se proyecta en un escenario terrestre sobre el telón de fondo de un teatro. Vi el laboratorio del ático, la máquina eléctrica, y la poco agraciada figura de Tillinghast frente a mí, pero la más mínima fracción del espacio que separaba todos estos objetos familiares no estaba vacía. Una profusión de formas indescriptibles, vivas o no, se mezclaban entre ellas en terrible confusión y junto a cada objeto conocido, existían mundos enteros y extrañas y desconocidas entidades. Del mismo modo, parecía que las cosas cotidianas intervenían la composición de otras desconocidas, y viceversa. Sobre todo, entre las entidades vivas había monstruosidades muy negras y gelatinosas que temblaban fofamente en unidad con las vibraciones procedentes de la máquina. Estaban presentes en asquerosa profusión, y para horror mío, descubrí que se intercalaban, que eran semifluidas y capaces de penetrarse mutuamente y de traspasar lo que conocemos como materia sólida. Nunca estaban quietas, sino que parecían moverse con algún propósito perverso. A veces, se engullían unas a otras, lanzándose la atacante sobre la víctima y eliminándola súbitamente de la vista. Entendí, con cierta turbación, que eso era lo que había hecho desaparecer a la desdichada servidumbre y después, no fui capaz de retirar dichas entidades de mi pensamiento mientras intentaba descubrir nuevos detalles de este mundo —recientemente visible— que existe a nuestro alrededor. Pero Tillinghast me había estado mirando y me decía:
—¿Los ves? ¿Los ves? ¡Ves a esos seres que alrededor tuyo y a través de ti, flotan y revolotean en cada momento de tu vida? ¿Ves esas criaturas que habitan lo que los hombres llaman el aire puro y el cielo azul? ¿No he logrado romper la barrera? ¿No te he mostrado mundos que ningún otro hombre vivo ha visto? —escuché que gritaba a través de aquel caos y vi su rostro ofensivamente cerca del mío. Sus ojos eran dos hoyos llameantes que me observaban con lo que ahora reconozco como un odio infinito. La máquina sonaba de manera detestable.
—¿Crees que esos seres que se retuercen torpemente fueron los que devoraron a los criados? ¡Imbécil, esos son inofensivos! Pero los criados se han esfumado, ¿no es verdad? Tú trataste de detenerme, me intimidabas cuando necesitaba hasta la más mínima migaja de aliento, te asustaba enfrentarte a la verdad cósmica, desgraciado cobarde; ¡pero ahora te tengo a mi merced! ¿Qué fue lo que aniquiló a los criados? ¿Qué fue lo que les hizo dar aquellos gritos?... ¡No lo sabes, verdad? Pero de inmediato lo sabrás. Mírame. Oye lo que voy a decirte. ¿Crees que los conceptos de espacio, de tiempo y de magnitud son reales? ¿Crees que existen cosas tales como la forma y la materia? Pues yo te digo que he alcanzado profundidades que tu pequeño cerebro no lograría imaginar. He visto más allá de los confines del infinito y he conjurado a los demonios de las estrellas. He viajado sobre las sombras que van de mundo en mundo diseminando la muerte y la locura... Soy dueño del espacio, ¿me oyes? y ahora hay entidades que me buscan, entidades que devoran y disuelven, pero sé la manera de eludirías. Es a ti a quien atraparán, como atraparon a los criados... ¿Se está moviendo el señor? Ya te he dicho que es peligroso moverse. Te he salvado antes al advertirte que te mantuvieras inmóvil, a fin de que vieses más cosas y oyeras lo que tengo que decir. Si te hubieses movido, hace rato se habrían lanzado sobre ti. No te preocupes, no hacen daño. Como no se lo hicieron a los criados. Fue mirarlos lo que les hizo gritar de aquella forma a esos pobres diablos. No son agraciados... mis animales favoritos vienen de un lugar cuyos patrones de belleza son... muy diferentes. La desintegración es totalmente indolora, te lo puedo asegurar, pero quiero que los veas. Yo estuve dispuesto a verlos, pero logré detener la visión. ¿No te da curiosidad? Siempre supe que no eras científico. Estás temblando, ¿eh? Temblando de inquietud por ver las últimas entidades que he logrado descubrir. ¿Entonces, por qué no te mueves? ¿Estás cansado? Bueno, amigo mío, no te preocupes porque ya vienen... Mira. Mira maldito, mira... allí, sobre tu hombro izquierdo.
Lo que queda por contar es muy