Narrativa completa. H.P. Lovecraft
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Debo cuidar las anotaciones que registran mi amanecer de hoy, ya que estoy perturbado y debe haber gran cantidad de alucinación entremezclada con la realidad. Mi caso resulta de lo más interesante desde el punto de vista psicológico y lamento no poder ser sujeto a estudio por parte de la autoridad alemana competente. Al abrir los ojos mi primera impresión fue la de un imbatible deseo de visitar el templo de piedra, un apetito que crecía a cada instante, aunque yo trataba de resistirme instintivamente mediante las sensaciones de miedo que obraban en contra. Más tarde, tuve la impresión de ver una luz en medio de aquella oscuridad motivada por las baterías consumidas, y creí observar una especie de luminosidad fosforescente en el agua a través del pórtico que se abría hacia el templo. Eso despertó mi curiosidad, ya que yo no conocía ningún organismo abisal capaz de emitir tal luminiscencia. Pero antes de lograr investigar me llegó una tercera impresión que, a causa de su desatino, me provoca serias dudas sobre la integridad que cualquier cosa que puedan registrar mis sentidos. Era una ilusión de aura, una sensación de sonidos rítmicos y melodiosos, como una especie de canto o himno coral salvaje, pero agradable. Seguro de mi trastorno psicológico y nervioso, encendí algunas cerillas y tomé una exorbitante cantidad de solución de bromuro sódico, que pareció relajarme hasta el punto de eliminar la ilusión de sonido. Pero la fosforescencia persistía y tuve dificultades para contener el infantil impulso de acercarme a la ventanilla y buscar su fuente. Resultaba pasmosamente real y pronto pude descubrir con su ayuda los objetos conocidos que me rodeaban, así como el vaso vacío del bromuro sódico, del que no tenía una previa impresión visual ni idea de su actual posición. Este último hecho me hizo reflexionar y crucé la estancia para tocar el vaso. En efecto se hallaba en el lugar donde me parecía verlo. Ahora, ya sabía que la luz era lo bastante real, o parte de una alucinación tan fija y persistente, que no podía esperar a que desapareciera, así que abandonando todas mis dudas subí a la torreta para buscar la fuente luminosa. ¿Sería quizá otro U-boat, que me brindaba una posibilidad de rescate?
Es comprensible que el lector no acepte nada de lo que sigue como una verdad ecuánime, ya que los hechos suponen una violación de la ley natural, siendo esencialmente creaciones subjetivas e irreales de mi perturbada mente. Cuando llegué hasta la torreta, descubrí que el mar estaba en un estado muy lejano a la luminosidad que yo esperaba. En las cercanías no había fosforescencia animal o vegetal y la ciudad, bajando hasta el río, resultaba invisible en la oscuridad. Lo que observé no era espectacular, ni grotesco o terrorífico, pero espantó el último rastro de confianza en mi propia razón, ya que la puerta del templo submarino abierto en la colina rocosa se veía brillantemente iluminada con un resplandor tembloroso, como el de una gran llama ceremonial encendida en sus abismos.
Los hechos posteriores resultan caóticos. Mientras observaba las puertas y ventanas tan extraordinariamente iluminadas, comencé a sufrir las más extrañas visiones. Visiones tan extravagantes que no me atrevo ni a narrarlas. Creí distinguir objetos en el templo —tanto estáticos como en movimiento— y me pareció escuchar de nuevo el canto irreal que sonaba a mi alrededor al despertar. Y por encima de todo se levantaban pensamientos e imágenes centrados en el joven del mar y la imagen de marfil cuya talla se veía duplicada en los frisos y columnas del templo que tenía delante de mis ojos. Pensé en el pobre Klenze, y me pregunté si su cuerpo reposaría con la imagen que se llevó al mar. Él me había advertido contra algo y yo no le había prestado ninguna atención... ya que era un palurdo oriundo del Rin que enloquecía ante problemas que un prusiano era capaz de enfrentar sin dificultad.
El resto es muy simple. Mi impulso de ir y entrar en el templo se ha convertido ahora en una orden imperiosa e inexplicable que ya no puedo ignorar. Mi propia voluntad germánica no basta ya para controlar mis acciones, y la elección de ahora en adelante, será posible tan solo en temas menores. Tal demencia fue la que condujo a Menze a la muerte, acudiendo a cabeza descubierta y sin protección al océano, pero yo soy un prusiano y un hombre cabal, y hasta el fin apelaré a la poca voluntad que me queda. Al comprender que debía salir, preparé escafandra, casco y generador de aire para un uso inmediato y comencé a escribir esta crónica apresurada con la esperanza de que algún día pueda llegar al mundo. Guardaré el manuscrito en una botella y la confiaré al mar al salir para siempre del U-29.
Ya no tengo miedo de nada, ni siquiera de los augurios del enloquecido Klenze. Lo que he visto no puede ser verdadero y sé que esta perturbación de mi propia voluntad tan solo puede llevarme a la muerte por asfixia una vez se me agote el aire. La luz del templo es una completa ilusión y moriré tranquilamente, como un alemán, en las oscuras y olvidadas profundidades. Esa risa diabólica que escucho mientras escribo proviene únicamente de mi propia mente debilitada. Así que me colocaré cuidadosamente la escafandra y ascenderé determinado los peldaños que transportan a ese santuario primigenio, a ese silencioso misterio de aguas desconocidas y periodos olvidados.
The Temple: escrito en 1920 y publicado en 1925.
El Terrible Anciano25
Se les ocurrió a Ángelo Ricci, Manuel Silva y Joe Czanek ir a visitar al Terrible Anciano. El viejo vive solo en una casa muy vieja de la calle Walter cerca del mar, y se le conoce por ser un hombre excepcionalmente rico, a la vez que por tener una salud extremadamente frágil… lo cual se convierte en un atractivo gancho para hombres del quehacer de los señores Ricci, Czanek y Silva, pues su oficio no era otro menos digno que el despojo de lo ajeno.
Los habitantes de Kingsport dicen y opinan muchas cosas sobre el Terrible Anciano, cosas que generalmente lo protegen de la curiosidad de caballeros como el señor Ricci y sus colegas, a pesar de la casi categórica certeza de que esconde una fortuna de incierta magnitud en algún lugar de su enmohecida y venerable mansión. Ciertamente, es una persona muy rara, que al parecer fue capitán de barcos de las Indias Orientales en su día. Es tan anciano que nadie se acuerda cuándo fue joven, y tan callado que pocos saben su verdadero nombre. Entre los gruesos árboles del jardín delantero de su antigua y nada descuidada vivienda conserva una extraña colección de grandes piedras, extrañamente agrupadas y pintadas de manera que parecen los ídolos de algún tenebroso templo oriental. Tal colección espanta a la mayoría de los niños que se divierten burlándose de su barba y cabello largo y canoso, o destrozando las ventanas de marco pequeño de su vivienda con perversos proyectiles. Pero hay otros hechos que asustan a las personas de mayor edad y de talante curioso que a veces se acercan sigilosamente hasta la casa para curiosear en el interior a través de los vidrios cubiertos de polvo. Estas personas dicen que sobre la mesa de una habitación vacía del piso de abajo hay muchas botellas extrañas, cada una de las cuales tiene adentro un trocito de plomo sostenido con una cuerda como si fuese un péndulo. Y dicen que el Terrible Anciano le habla a las botellas llamándolas por nombres tales como Jack, Cara Cortada, Tom el Largo, Joe el Español, Peters y Mate Ellis, y que siempre que le habla a una botella, el pendulito de plomo que está adentro genera unas vibraciones específicas a modo de respuesta. Quienes han observado al alto y demacrado Terrible Anciano manteniendo una de esas extrañas conversaciones, no se les ha ocurrido regresar a verlo más. Pero Ángelo Ricci, Joe Czanek y Manuel Silva no eran nativos de Kingsport. Ellos pertenecían a esa nueva y variada estirpe extranjera que se ubica a la orilla del atractivo círculo de la vida y las costumbres de Nueva Inglaterra, y no advirtieron en el Terrible Anciano otra cosa que un viejo enclenque y prácticamente indefenso, que no podía caminar sin la ayuda de su nudoso bastón y cuyas esqueléticas y débiles manos temblaban de modo verdaderamente lastimoso. A su manera, se lamentaban por el solitario y vilipendiado anciano, a quien todos rehuían y a quien no había perro que no ladrase con especial aspereza. Pero, para los negocios y para un ladrón dedicado de lleno a su oficio, siempre es tentador y muy provocativo un anciano de salud enclenque que no tiene cuenta abierta en el banco, y que para sostener sus pequeñas necesidades paga en el bazar del pueblo con oro y plata españoles acuñados dos siglos atrás.
Los señores Ricci, Czanek y Silva escogieron la noche del once de abril para realizar su visita. El señor Ricci y el señor Silva se dedicarían a hablar con el pobre