Atrapada al atardecer. C. C. Hunter
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Читать онлайн книгу Atrapada al atardecer - C. C. Hunter страница 3
—No es eso lo que me asusta. Yo solo… —Cerró los ojos, insegura de cómo explicar algo que ni siquiera ella tenía claro. Entonces, las palabras simplemente llegaron—. ¿Qué les voy a decir? «Sé que a mi padre nunca le contasteis que era adoptado, pero él lo averiguó después de morir y vino a verme. Ah, sí, y no era humano. Así que, ¿serían tan amables de decirme quiénes son sus verdaderos padres para que así pueda averiguar lo que soy?».
Lucas debió de percibir la angustia en su voz ya que su sonrisa desapareció.
—Encontrarás la manera de hacerlo.
—Sí. —Pero ella no estaba tan segura. Comenzó a caminar. Notaba su presencia, su calor, mientras él la acompañaba hasta la cabaña. El camino se hizo más sencillo con él a su lado.
El chico se detuvo en la puerta y le acarició el brazo.
—¿Quieres que entre contigo?
Estuvo a punto de decirle que sí, pero sabía que necesitaba hacerlo sola.
Le pareció escuchar voces y dirigió la mirada de nuevo hacia la puerta. Bueno, no estaría exactamente sola. No había duda de que Holiday, la directora del campamento, estaba dentro esperándola, preparada para ofrecerle apoyo moral y tranquilizarla. Normalmente, Kylie se resistía a que manipularan sus emociones, pero por una vez podría hacer una excepción.
—Gracias, pero estoy segura de que Holiday está dentro.
Él asintió. Fijó la mirada en la boca de Kylie y acercó los labios peligrosamente a los suyos. Pero antes de que la boca de Lucas reclamara la suya, un frío helador que acompañaba siempre a los muertos recorrió el cuerpo de Kylie. Colocó dos dedos en los labios de Lucas. Besarse era algo que prefería hacer sin público… aunque este fuera del otro mundo.
O quizá no era por el público. ¿Estaba ella totalmente preparada para entregarse a sus besos? Era una buena pregunta, y una que necesitaba responder, pero mejor solucionar los problemas de uno en uno. En ese momento, debía preocuparse de los Brighten.
—Tengo que irme. —Se dirigió hacia la puerta, y el frío la estremeció de nuevo. De acuerdo, debía preocuparse de los Brighten y un fantasma.
Los ojos de Lucas dejaron entrever rápidamente decepción. Se movió, incómodo, y miró a su alrededor como si hubiera notado que no estaban solos.
—Buena suerte —titubeó, y se fue.
Lo vio irse y luego se puso a buscar al espíritu. Notó como se le ponía la piel de gallina a lo largo de la columna vertebral. Su habilidad para ver fantasmas había sido la primera señal de que no era normal.
—¿Podemos dejar esto para luego? —susurró.
Una neblina apareció detrás de las mecedoras blancas al final del porche. Era evidente que el espíritu no tenía el suficiente conocimiento o poder para completar la manifestación, pero bastó para mover las sillas de un lado a otro. El crujido de la madera al golpear madera sonaba como embrujado… y con motivo.
Esperó, y pensó que se trataba del espíritu de la mujer que se había aparecido ese mismo día en el coche de su madre mientras pasaban cerca del Cementerio Fallen, de camino al campamento. ¿Quién era ella? ¿Qué quería que hiciese? Nunca había respuestas sencillas cuando se trataba de fantasmas.
—Ahora no es un buen momento. —Decir eso no serviría de nada. Los espíritus creían en la política de puertas abiertas.
La mancha de niebla tomó algo más de forma, y Kylie se sintió invadida por la emoción.
No era la mujer que había visto antes.
—¿Daniel? —Kylie se acercó. Introdujo las yemas de los dedos en la helada niebla mientras esta adquiría una forma más familiar. Una emoción cálida, una mezcla de amor y arrepentimiento, ascendió por su brazo. Ella retiró la mano, pero los ojos se le llenaron de lágrimas.
—¿Daniel? —Estuvo a punto de llamarlo papá, pero eso todavía la incomodaba. Observó como se esforzaba por manifestarse.
Él le había dicho en una ocasión que su tiempo para merodear por la tierra era limitado. Más lágrimas llenaron sus ojos al darse cuenta de lo limitado que era. Su sentimiento de pérdida se triplicó al comprender lo duro que eso tenía que ser para él. Quería estar allí cuando ella conociera a sus padres. Y ella también lo necesitaba ahí —quería que le contara más sobre los Brighten— y deseaba con todas sus fuerzas que nunca hubiese muerto.
—No. —La única palabra que dijo, con brusquedad, sonó urgente.
—No, ¿qué? —No respondió, o quizá no podía hacerlo—. ¿No debo preguntarles sobre tus padres biológicos? Pero tengo que hacerlo, Daniel, es la única manera de averiguar la verdad.
—No es… —Su voz se interrumpió.
—No es ¿qué? ¿No es importante? —Aguardó su respuesta, pero la débil aparición se hizo más tenue, y el frío espiritual comenzó a desaparecer. Las mecedoras ralentizaron su balanceo, y el silencio descendió a su alrededor—. Es importante para mí —prosiguió—. Necesito… —El implacable calor de Texas se llevó por delante los últimos restos de frío.
Se había ido. Entonces, pensó que quizá no volvería a verlo nunca más. —No es justo. —Se secó las pocas lágrimas que le habían caído por las mejillas. La necesidad de correr y esconderse apareció de nuevo. Pero ya había perdido demasiado tiempo. Agarró el pomo de la puerta, todavía frío por el fantasma de Daniel, y se preparó para enfrentarse a los Brighten.
***
Dentro, Kylie escuchó un ligero murmullo que procedía de una de las salas de conferencias del final. Trató de afinar el oído para distinguir las palabras. Nada.
En las últimas semanas, había recibido inesperadamente el don de la sensibilidad auditiva. Pero así como venía, se iba. ¿De qué servía tener un poder si no sabía cómo utilizarlo? Aquello no hacía más que incrementar la sensación de que todo en su vida estaba fuera de control.
Mientras se mordía el labio, recorrió el pasillo y trató de concentrarse en su objetivo: obtener respuestas. ¿Quiénes eran los padres biológicos de Daniel? ¿Qué era ella?
Escuchó como Holiday decía: «Estoy segura de que acabaréis queriéndola.
Los pasos de Kylie se ralentizaron. ¿Amor?
¿No era eso un poco fuerte? Puede que simplemente les gustase. Eso estaría bien. Querer a alguien era… complicado. Incluso gustar demasiado a alguien tenía sus inconvenientes, como cuando cierto medio fae muy atractivo decidió que estar cerca de ella era demasiado duro y… se fue.
Sí. Definitivamente, Derek era un ejemplo perfecto de los inconvenientes de que te gustase demasiado alguien, y lo más seguro es que también fuera la razón por la que evitaba los besos de Lucas.
Un problema después de otro. Apartó ese pensamiento de su mente mientras caminaba hacia la puerta abierta de la sala de conferencias.
El anciano sentado a la mesa apoyó las manos en la gran mesa de roble.
—¿En