Susurros subterráneos. Ben Aaronovitch

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Susurros subterráneos - Ben  Aaronovitch Ríos de Londres

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inspector Thomas Nightingale es mi jefe, mi superior y mi maestro —solo en el sentido estricto de la palabra, como profesor-alumno, se entiende— y los domingos, por norma general, cenamos pronto en lo que llamamos el comedor privado. Es una pizca más bajo que yo, delgado, con el pelo castaño y los ojos grises, y aparenta cuarenta años, pero es mucho mucho más mayor. Aunque por rutina no suele arreglarse para cenar, siempre me da la clara sensación de que se está conteniendo por cortesía hacia mí.

      Estábamos tomando cerdo en salsa de ciruelas con lo que, por alguna razón, Molly consideró que era el acompañamiento perfecto: pudin de Yorkshire y repollo salteado con azúcar. Como era habitual, Lesley decidió cenar en su cuarto, y no la culpaba, es difícil comer pudin de Yorkshire con algo de dignidad.

      —Tengo que proponerte un pequeño paseo por el campo mañana —dijo Nightingale.

      —¿Ah, sí? —pregunté—. ¿Dónde esta vez?

      —En Henley-on-Thames —dijo Nightingale.

      —¿Y qué hay en Henley? —pregunté.

      —Un posible Pequeño Cocodrilo —respondió Nightingale—. El profesor Postmartin ha hecho algunas investigaciones para nosotros y ha descubierto a algunos miembros más.

      —Todo el mundo quiere ser detective —dije.

      Aunque Postmartin, como guardián de los archivos y veterano de Oxford, era la única persona adecuada para localizar a los estudiantes a los que pensábamos que les habían enseñado magia de forma ilegal. Dos de ellos, al menos, se habían graduado con el estatus de «magos oscuros completamente cabronazos»: uno estuvo en activo durante los años sesenta y otro estaba vivito y coleando y había intentado tirarme de una azotea durante el verano. Estábamos a cinco pisos de altura, de manera que me lo tomé como algo personal.

      —Creo que Postmartin siempre se ha considerado un detective amateur —dijo Nightingale—. Sobre todo si tiene que ver en su mayor parte con reunir cotilleos universitarios. Cree que ha encontrado a uno en Henley y a otro viviendo en nuestra querida ciudad, en el mismísimo Barbican nada menos. Quiero que vayas a Henley mañana y eches un vistazo, que compruebes si practica la magia. Ya conoces el procedimiento. Lesley y yo iremos a ver al otro.

      Limpié el plato de salsa de ciruelas con el último trozo de pudin de Yorkshire.

      —Henley se sale un poco de mi terreno —dije.

      —Razón de más para que expandas tus horizontes —comentó Nightingale—. Pensé que podrías combinarlo con una visita «pastoral» a Beverley Brook. Tengo entendido que ahora mismo vive en ese tramo del Támesis.

      «¿En ese tramo o en el propio Támesis?», me pregunté.

      —No me importaría —dije.

      —Sabía que pensarías eso —dijo Nightingale.

      Por alguna razón inexplicable, Scotland Yard no tiene un formulario estándar para los fantasmas, de manera que tuve que hacer uno casero en una hoja de Excel. En los viejos tiempos, todas las comisarías solían tener un catalogador, un agente cuyo trabajo era mantener los archivos llenos de información sobre los delincuentes del barrio, los casos viejos, los cotilleos y cualquier cosa que pudiera permitir a los defensores uniformados de la justicia tirar abajo la puerta correcta. O, al menos, alguna puerta en el barrio adecuado. En realidad, aún existe una oficina del recopilador en el Hendon College, una habitación polvorienta forrada de pared a pared y de arriba abajo con archivadores llenos de fichas. A los cadetes les enseñan esta habitación y les hablan, entre susurros, de los remotos días del siglo pasado cuando toda la información se escribía en pedazos de papel. En la actualidad, si dispones de los permisos adecuados, te registras en tu terminal AWARE y accedes a CRIS para obtener informes criminales, a Crimint+ para la información penal, a NCALT para programas de formación o a MERLIN, que se ocupa de los delitos relacionados con los niños, y consigues la información que necesitas en cuestión de segundos.

      La Locura, al ser el depósito oficial de las cosas de las que los agentes de policía de buen juicio no les gusta hablar y, mucho menos, tener flotando por el sistema electrónico de información para que cualquier Fulano, Mengano o periodista del Daily Mail pueda tener acceso a ellas, obtiene la información a la vieja usanza: el boca a boca. La mayor parte va a parar a Nightingale, que la anota, con una letra muy clara, debería añadir, en papel, y después yo la archivo tras pasar los datos básicos a una tarjeta de 5x3 que termina en la sección correspondiente del catálogo de fichas de la biblioteca mundana.

      A diferencia de Nightingale, yo paso los informes a una hoja de cálculo del portátil, imprimo los formularios y después los archivo en la biblioteca. Calculo que la biblioteca mundana tendrá más de tres mil archivos, sin contar con todos los libros de avistamiento de fantasmas que se quedaron sin ordenar en los años treinta. Algún día lo introduciré todo en una base de datos…, posiblemente le enseñe a Molly a teclear.

      Me puse media hora con el papeleo, lo máximo que pude aguantar, y después pasé a Plinio el Viejo, cuyo duradero salto a la fama viene de escribir la primera enciclopedia y de navegar demasiado cerca del Vesubio en su gran día. Después llevé a Toby de paseo por Russell Square, me tomé una pinta en el Marquis y a continuación regresé a La Locura para acostarme.

      En una unidad en la que los miembros son el inspector jefe y un agente, os aseguro que el primero no va a ser el que está localizable en mitad de la noche. Después de freír accidentalmente tres móviles, me había aficionado a dejar el mío apagado mientras estuviera en La Locura. Pero esto implicaba que, cuando tenía alguna llamada de trabajo, Molly contestaba al teléfono en el piso de abajo y a continuación se quedaba en silencio en el rellano de la puerta de mi habitación, de donde no se movía hasta que yo me despertaba de puro pánico para darme el aviso. Poner un cartel con «llamar antes de entrar» no tuvo ningún efecto, como no lo tuvo cerrar la puerta con llave y poner una silla debajo del pomo. A ver, me encanta la comida que prepara Molly, pero hubo una vez en la que casi me come, así que pensar en ella deslizándose por mi cuarto sin permiso mientras yo me echaba una siesta significó que empecé a perder horas útiles de sueño. De manera que, después de un par de días de duro trabajo y con la ayuda de un conservador del Museo de Ciencias, coloqué un cable coaxial que subía hasta mi habitación.

      Ahora, cuando el poderoso ejército de la justicia que es Scotland Yard necesita mis expertos servicios, envía una señal por un cable de cobre aislado y activa la campana electromagnética que hay dentro de un teléfono de baquelita que se fabricó cinco años antes de que mi padre naciera. Es como si te despertara un taladro armonioso, pero es mejor que la alternativa.

      Lesley lo llama el bat-teléfono.

      Me despertó pasadas justo las tres de la mañana.

      —Levántate, Peter —dijo la inspectora Stephanopoulos—. Ha llegado la hora de que hagas un trabajo policial de verdad.

Lunes

      Capítulo 2

      Baker Street

      Echo de menos estar en compañía de otros agentes. No me entendáis mal, que me asignaran a La Locura me ha dado la oportunidad de ser detective al menos dos años antes de lo previsto, pero, puesto que la totalidad de la unidad actual somos yo, el inspector Nightingale y, probablemente en poco tiempo, la agente Lesley May, no cumplo con mis obligaciones seguido de una masa de gente. Es una de esas cosas que no echas de menos

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