Antología. José Carlos Mariátegui

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Antología - José Carlos Mariátegui Biblioteca del Pensamiento Socialista

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“camisas negras” de la primera hora, no era una facción, sino un movimiento. Pretendía ser, más que un fenómeno político, un fenómeno espiritual y significar, sobre todo, una reacción de la Italia vencedora de Vittorio Veneto contra la política de desvalorización de esa victoria y sus consecuencias.[9] La composición, la estructura de los fasci explicaban su confusionismo ideológico. Los fasci reclutaban a sus adeptos en las más diversas categorías sociales. En sus rangos se mezclaban estudiantes, oficiales, literatos, empleados, nobles, campesinos, y aun obreros. La plana mayor del fascismo no podía ser más policroma. La componían disidentes del socialismo como Mussolini y Farinacci; ex combatientes, cargados de medallas, como Igliori y De Vecchi; literatos futuristas exuberantes y bizarros como Filippo Marinetti y Emilio Settimelli; ex anarquistas de reciente conversión como Massimo Rocca; sindicalistas como Cesare Rossi y Michele Bianchi; republicanos mazzinianos como Casalini; fiumanistas como Giunta y Giuriati; y monarquistas ortodoxos de la nobleza adicta a la dinastía de Saboya. Republicano, anticlerical, iconoclasta en sus orígenes, el fascismo se declaró más o menos agnóstico ante el régimen y la Iglesia cuando se convirtió en un partido.

      La bandera de la patria cubría todos los contrabandos y todos los equívocos doctrinarios y programáticos. Los fascistas se atribuían la representación exclusiva de la italianidad. Ambicionaban el monopolio del patriotismo. Pugnaban por acaparar para su facción a los combatientes y mutilados de la guerra. La demagogia y el oportunismo de Mussolini y sus tenientes se beneficiaron, ampliamente, a este respecto, de la maldiestra política de los socialistas, a quienes una insensata e inoportuna vociferación antimilitarista había enemistado con la mayoría de los combatientes.

      El superfascismo, el ultrafascismo, o como quiera llamársele, no tiene un solo matiz. Va del fascismo rasista o escuadrista de Farinacci al fascismo integralista de Michele Bianchi y Curzio Suckert. Farinacci encarna el espíritu de las escuadras de “camisas negras” que, después de entrenarse truculentamente en los raids punitivos contra los sindicatos y las cooperativas socialistas, marcharon sobre Roma para inaugurar la dictadura fascista. Farinacci es un hombre tempestuoso e incandescente a quien no le interesa la teoría, sino la acción. Es el tipo más genuino del ras fascista. Tiene en un puño a la provincia de Cremona, donde dirige un diario, Cremona Nuova, que amenaza consuetudinariamente a los grupos y políticos de oposición con una segunda “oleada” fascista. La primera “oleada” fue la que condujo a la conquista de Roma. La segunda “oleada”, según el léxico acérrimo de Farinacci, barrería a todos los adversarios del régimen fascista en una noche de San Bartolomé. Ex ferroviario, ex socialista, Farinacci tiene una psicología de agitador y de condottiere. En sus artículos y en sus discursos anda a cachiporrazos con la gramática. La prensa de oposición remarca frecuentemente esta característica de su prosa. Farinacci confunde en el mismo odio feroz la democracia, la gramática y el socialismo. Quiere ser, en todo instante, un genuino camisa negra. Más intelectuales, pero no menos apocalípticos que Farinacci, son los fascistas del diario L’Impero de Roma. Dirigen este diario dos escritores procedentes del futurismo, Mario Carli y Emilio Settimelli, que invitan al fascismo a liquidar definitivamente el régimen parlamentario. L’Impero es delirantemente imperialista. Armada del hacha del lictor, la Italia fascista

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