Verdad y perdón a destiempo. Rolly Haacht

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Verdad y perdón a destiempo - Rolly Haacht

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ya debía de pasar los veinte. Tenía el pelo castaño recogido en una coleta alta y sus ojos, también castaños, lo miraban con simpatía.

      —Entonces trabajáis juntos.

      —Sí, y desde hace mucho, además —continuó Louis.

      —Es genial volver a verte —le dijo ella.

      Louis le hizo un gesto de advertencia para que siguieran trabajando y Jake se dirigió por fin hacia la salida del restaurante para dejar que pudiesen hacer sus tareas. El destino le había vuelto a plantar delante de sus narices a Samantha Key, la hermana pequeña de Danna. Y cuál fue su sorpresa cuando, una vez que su hermano y ella salieron y se propusieron regresar a casa, ella los acompañó y se fue a dormir a la habitación de Louis.

      - - - - - - -

      Zane tenía muy claro lo que quería hacer aquel viernes por la mañana.

      Hacía apenas una hora que le había pedido a Derek las llaves de la antigua casa para ir a recoger unos álbumes que necesitaba para su recopilación de fotos de la familia.

      Desde que tenía la cámara, la que le había regalado Derek por su cumpleaños, no hacía más que capturar momentos para el futuro. Había descubierto que las fotos le gustaban muchísimo, y que era genial poder guardar imágenes de por vida. De hecho, ella pensaba que, de no ser por algunas fotos que conservaba de su niñez y de las cuales su madre le había hablado alguna vez, jamás recordaría que había vivido aquello.

      Las fotos eran un aliciente para la memoria.

      Para sorpresa de Zane, Derek no se disgustó cuando le pidió las llaves. Ella le comentó lo que quería ir a buscar y le dijo que iría con Jake, así él mismo podría comprobar que aquella casa ya no era un lugar habitable. Entonces también le dio un juego de llaves para él, contra todo pronóstico.

      - - - - - - -

      Jake estaba profundamente dormido cuando el timbre sonó. Reaccionó al tercer timbrazo y entonces se levantó, molesto. Habían llegado tarde a casa la noche anterior, además de que dormir en aquel sofá y soportar las ruidosas llegadas del compañero de piso de Louis era casi peor que dormir en la camioneta.

      Cuando abrió la puerta se percató de que su hermana estaba a punto de volver a pulsar el botón.

      —Ya, ya es suficiente.

      —¡Al fin! —Zane lo empujó hacia dentro y cerró la puerta tras ella—. Será mejor que te vistas enseguida.

      Jake la miró tras frotarse los ojos.

      —¿Por qué?

      —Primero, porque son las once de la mañana, y segundo, por esto.

      Su hermana sacó del bolso unas llaves y las expuso ante él con la mano derecha haciéndolas tintinear.

      —¿Esas son...?

      —Tus llaves de casa.

      —¿Y cómo has...?

      —Se las he pedido a Derek. —Zane avanzó hasta la mesa para ordenar su bolso—. He quedado a comer con Pitt, así que no tenemos todo el día.

      —¿Vienes conmigo?

      —Voy a recoger nuestros antiguos álbumes de fotos.

      Al situarse frente a la puerta de casa del barrio Prinss, Jake volvió a sentir pena por el estado del jardín. Le parecía increíble que estuviesen dejando que se echase a perder solo porque ya no hacían vida allí. Aquella había sido su casa, la de todos.

      Cuando pasaron al interior, Zane empezó a subir las persianas para deshacerse de la oscuridad y del olor a humedad. Al menos la casa estaba ordenada. Jake se había imaginado que estaría completamente destartalada y con todo medio roto, como si unos vándalos hubiesen entrado a robar.

      Pero no.

      El estado del jardín no impedía que todo lo demás estuviese en su sitio. Los sofás en forma de ele frente al televisor, la cocina al fondo separada por la barra que dividía la estancia, a la izquierda la mesa donde siempre habían comido todos juntos...

      Se dio cuenta de que Zane lo observaba. Ella había ido directamente a los armarios situados bajo el televisor para buscar sus álbumes de fotos.

      —Voy a subir a mi cuarto —anunció. Su hermana se limitó a asentir con la cabeza.

      Cuando Jake se fue de aquella casa dejó allí la mayoría de sus pertenencias, ya que su intención nunca había sido pasar fuera tanto tiempo; solo lo justo y necesario para aclararse. Pero el destino había decidido por él.

      Antes de entrar a su pequeña habitación, lo primero que hizo fue contemplar la estancia desde la puerta. Después, fue directo a sentarse sobre la cama. El somier crujió bajo su peso.

      Todo estaba igual a como lo había dejado, aunque, a decir verdad, tampoco recordaba el estado de la habitación antes de marcharse. El hecho de que hubiese libros y cuadernos amontonados sobre el escritorio, además de algunas prendas de vestir, era lo que le hacía pensar que así era tal y como se había quedado. Con total seguridad, nadie había entrado a su cuarto después de su marcha. Se veía el polvo acumulado sobre todas las superficies, incluso telarañas.

      Abrió el armario para comprobar que también su ropa seguía allí. Y, efectivamente, allí estaban las prendas que no le habían cabido en la bolsa que se había llevado consigo. Pero lo cierto era que ya no las necesitaba. Se había acostumbrado a sobrevivir con las cosas que había cogido y con las que después había podido comprar cuando le había hecho falta. Vio también sus viejas equipaciones de fútbol. Podría donarlas, pensó, y luego empezó a estudiar la posibilidad de conseguir una caja para empacarla toda y deshacerse de ella. No necesitaba nada de eso ya.

      Lo último que hizo fue sentarse frente al escritorio. Apartó algunas cosas que había por en medio y extendió los brazos por la madera. Después, simplemente, se quedó allí, con los codos apoyados sobre la sucia mesa, las manos sobre la cabeza y los ojos cerrados.

      Al cabo de unos minutos volvió a incorporarse y sus ojos se fijaron en los libros y cuadernos. Cogió uno de los cuadernos por gusto. Llevaban ahí parados desde que dejó la universidad, siempre amontonados y a la espera, por si algún día le apetecía retomar los estudios.

      Lo primero que leyó escrito con su puño y letra fue:

      Problema de los tres cuerpos.

      Sonrió para sí al recordar a la profesora Smith. ¿Qué habría sido de ella? Era sin duda una de las mejores profesoras que había tenido nunca. Esperaba que se hubiese convertido en catedrática, tal y como cabía esperar según su trayectoria profesional.

      Continuó leyendo.

      El problema de los tres cuerpos consiste en determinar, en cualquier instante, las posiciones y velocidades de tres cuerpos, de cualquier masa, sometidos a atracción gravitacional mutua y partiendo de unas posiciones y velocidades dadas.

      Se dio cuenta de que las palabras

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