El Perú Ilustrado. Semanario para las familias. Emma Patricia Victorio Cánovas

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El Perú Ilustrado. Semanario para las familias - Emma Patricia Victorio Cánovas Estudios y ensayos

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está acompañada de las iniciales VFH. Las siglas BNP corresponden al material de la Biblioteca Nacional del Perú y aparecen al lado de quienes tomaron las fotografías.

      En el libro se emplean cuatro conceptos fundamentales, cuyo sentido es necesario precisar: nacionalismo, romanticismo, patria y héroe2. El nacionalismo durante el siglo xix era tomado como la expresión de lo propio de una nación. Así, en el libro se recoge la definición de nación propuesta por Benedict Anderson (2006),

      una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana […] Es imaginada porque aun los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión […] La nación se imagina limitada porque incluso la mayor de ellas […] tiene fronteras finitas, aunque elásticas, más allá de las cuales se encuentran otras naciones […] Por último, se imagina como comunidad porque, independientemente de la desigualdad y la explotación que en efecto pueden prevalecer en cada caso, la nación se concibe siempre como un compañerismo profundo, horizontal (pp. 23-25).

      La prensa jugó un rol preponderante en la formación del sentido de nación porque divulgó por todo el territorio información fidedigna. Las revistas ilustradas difundieron los argumentos de la nacionalidad, articulando el texto con las imágenes de los personajes destacados, los héroes, las ciudades, los tipos populares, etcétera, en un discurso que llegaba al lector, se recomponía en su imaginación, generando así sentimientos de pertenencia e identidad, y es este uno de los principales aportes de El Perú Ilustrado. Semanario para las familias.

      El segundo concepto es el romanticismo, movimiento artístico que tuvo su origen en el pensamiento europeo del siglo xviii, especialmente alemán, pero que se propagó y prolongó durante gran parte del siglo xix. En la plástica fue una reacción contra el estatismo y la frialdad propios del neoclasicismo y de la revolución industrial. Se caracterizó por exaltar los ideales de libertad, individualismo y —por extensión— nacionalismo, la búsqueda de Dios, la búsqueda de la propia historia nacional y la promoción de la naturaleza que se refleja en la representación del paisaje como identificación individual y colectiva.

      El tercer concepto es patria, vocablo de origen latino que hace referencia a lo que se hereda del padre entendido como pater familias. Es así que la patria adquiere el rol de familia ampliada en el ámbito de la nación, y encarna una vinculación con el pasado. Además, involucra la dimensión territorial, pues es la “tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”, como se puede leer en el Diccionario de la Real Academia Española. Se hace evidente que la patria también está asociada a una dimensión afectiva de la que se desprenden sentimientos de identidad y virtudes tales como lealtad, devoción, fidelidad, cumplimiento del deber y la noción de bien común.

      Durante el último tercio del siglo xix,

      los estados necesitaban una religión cívica (el “patriotismo”) tanto más cuanto cada vez requería algo más que pasividad de sus ciudadanos […]

      Los estados y los regímenes tenían todos los motivos para reforzar, si podían, el patriotismo de estado con los sentimientos y los símbolos de “comunidad imaginada”, dondequiera y comoquiera que naciesen, y concentrarlos sobre sí mismos (Hobsbawm, 2000, pp. 92-99).

      Finalmente está el concepto de héroe3, personaje emblemático entendido como categoría ejemplar cuya evocación ostenta una valoración moral4 que implica el reconocimiento de sus virtudes,

      para que aparezca el héroe la sociedad ha de tener un grado de cohesión suficiente como para que existan unos valores reconocidos y comunes. Sin valores no hay héroe; sin valores compartidos, precisando más, no puede existir un personaje que permita la ejemplificación heroica. El héroe es siempre una propuesta, una encarnación de ideales. La condición de héroe, por tanto, proviene tanto de sus acciones como del valor que los demás le otorgan. Esto permite que la dimensión heroica varíe en cada situación histórica dependiendo de los valores imperantes. La sociedad engendra sus héroes a su imagen y semejanza o, para ser más exactos, conforme a la imagen idealizada que tiene de sí misma (Aguirre, 1996, p. 2).

      Lo heroico es un atributo que se desprende de las virtudes del individuo asociadas al bien común, entre las que destaca la fortaleza, cuya demostración es el sacrificio, la muerte o una hazaña extraordinaria. Sin embargo, las virtudes del héroe deben ser aceptadas para que el individuo sea considerado como tal; por tanto, el héroe es una construcción de la sociedad, en él se ve reflejada, y representa un ejemplo a seguir. Asimismo, siguiendo la propuesta de Greimas, es necesario tomar en cuenta que existen al menos

      dos modelos de héroes: el derrotado y el victorioso. Mientras el primero sufre una pérdida de capacidades, el segundo, además de ser motor de acción, gana y mejora a lo largo de ella, adquiriendo nuevas cualidades (Greimas citado por Gutiérrez, 2012, p. 51).

      En el caso particular que aparece en las páginas de El Perú Ilustrado, el héroe de la guerra del Pacífico integra el primer modelo. Se trata de un individuo que, contra toda adversidad y frente a la superioridad militar y técnica del enemigo, demostró su valor y defendió la patria con su vida, ofreciendo batalla incluso cuando la derrota era inminente.

      La derrota sufrida por el Perú fue un acontecimiento dramático que hundió al país en una profunda crisis económica, institucional y moral5. La recuperación fue muy lenta, la ocupación chilena del territorio peruano dejó una honda herida en la población. En este contexto6 se hizo evidente la necesidad de recurrir a la memoria de los héroes que fueron capaces de sortear todo tipo de contrariedades en la guerra del Pacífico7.

      Los estudios sobre El Perú Ilustrado son escasos, a pesar de que los investigadores que se han relacionado con el semanario opinan que se trata de un documento de primer orden para la comprensión del periodo en el que apareció (1887-1892). El Perú Ilustrado es, probablemente, la publicación semanal más destacada que se conserva de la época. A través de sus páginas se intentó mirar al Perú con una visión más propia, producto del interés por conocer y revalorizar el país; aun así, se ha hecho evidente que existe un gran vacío en las investigaciones sobre todo en lo referente a la interpretación de las imágenes que se presentan en él. En los últimos diez años, luego de sustentar la tesis que da origen a este libro, “Semanario El Perú Ilustrado (1887-1892). Las artes gráficas y la litografía en la construcción de la nacionalidad”, para optar al título profesional de Licenciada en Arte en la Universidad de San Marcos, la investigación ha continuado y he publicado algunos artículos que han sido incorporados al texto que se entrega, han sido trabajados desde la perspectiva artística de fines del siglo xix, sin los prejuicios inevitables del que mira el pasado desde las inquietudes y concepciones del presente, con la intención de dar a conocer los aportes de este importante semanario.

      Sin embargo, hay pocos trabajos referidos directamente al tema en el que se hace el análisis de las litografías del semanario. Uno de ellos es La imagen en El Perú Ilustrado de Isabelle Tauzin (2003), el cual ha sido citado en varias oportunidades en el desarrollo de la investigación. Se trata de un estudio bastante detallado, completo y crítico respecto del sentido de las imágenes, pero hay una serie de aspectos que la autora no tomó en consideración al hacer el análisis.

      La tesis de Nanda Leonardini Los italianos y su influencia en la cultura artística peruana en el siglo xix (1998), y su libro El grabado en el Perú republicano (2003), se refieren también al tema, y aunque no es el centro de la investigación, presentan una información detallada que reúne incluso los nombres y reseñas biográficas de los más importantes litógrafos que participaron en la publicación del semanario. En el caso del trabajo de Juan Gargurevich (2006) Del grabado a la fotografía. Las ilustraciones en el periodismo peruano, este alude específicamente

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