El Perú Ilustrado. Semanario para las familias. Emma Patricia Victorio Cánovas

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El Perú Ilustrado. Semanario para las familias - Emma Patricia Victorio Cánovas Estudios y ensayos

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artículo de Marcel Velásquez Notas sobre El Perú Ilustrado (2000), en el que se hace referencia sobre todo a los aportes del semanario como espacio para la publicación de la literatura finisecular decimonónica. Destaca la cantidad de avisos publicitarios y analiza las viñetas de una manera cercana al análisis de Tauzin, las llama logotipos. En este libro se ha preferido no usar ese término.

      El libro Grabadores en el Perú. Bosquejo histórico 1574-1950 de Abel Fernández (1995) presenta una reseña de las principales técnicas de grabado y de su desarrollo histórico en el Perú. En el acápite referido al grabado en la República, entre las revistas ilustradas que se publicaron durante el tercer cuarto del siglo xix, hace mención al semanario El Perú Ilustrado, y entre los grabadores a Evaristo San Cristóval, David Lozano, P. Tirado, L. M. Melgarejo, B. Garay, Carlos Fabbri y W. J. Taylor. Incluye ilustraciones.

      Finalmente, se debe mencionar la Guía hemerográfica de El Perú Ilustrado que preparó Alejandro Valenzuela (1974), que, a pesar de presentar ciertas imprecisiones, es valiosa porque evidencia un temprano interés en el tema, pero no se refiere a las litografías sino más bien al contenido de los artículos del semanario. Como se puede observar, los intereses y motivaciones de los investigadores han sido variados, pero las referencias que se hacen sobre el semanario coinciden en destacar su importancia.

      Aun así, en la mayoría de los casos se ha dejado de lado el estudio de la imagen publicitaria, que en El Perú Ilustrado ocupó varias páginas, y cuya presencia se convirtió en una estrategia financiera que permitió mantener constantes tanto el precio como la calidad de la publicación; puesto que la comercialización estaba asegurada mediante el sistema de suscriptores, y la venta de números sueltos en la misma imprenta.

      CAPÍTULO 1

      Contexto

      Este capítulo presenta una reflexión que permite reconocer las peculiaridades del periodo en el que se publicó El Perú Ilustrado, denominado por Basadre “Reconstrucción Nacional” (2005, t. 10), contexto sociopolítico y cultural que reflejaba una grave crisis. La recuperación después de la derrota en la guerra del Pacífico fue muy lenta; la ocupación chilena del territorio peruano dejó una honda herida en la población. Luchas entre caudillos y conflictos indígenas caracterizaron la época. La necesidad de integración política y nacional de la población, es decir, de constituir un Estado nación, se hizo evidente y se reflejó en un renovado interés por el país, en la producción intelectual y en la búsqueda de nuevos caminos para el progreso.

      1.1 La derrota en la guerra del Pacífico y la pérdida del orgullo nacional

      Es preciso recordar que la guerra del Pacífico, desarrollada entre 1879 y 1883, fue un conflicto armado que enfrentó a tres jóvenes repúblicas, Perú y Bolivia por un lado, unidas por un tratado secreto8, y Chile por otro. Este enfrentamiento, conocido también como la guerra del guano y del salitre, tuvo su origen unas décadas antes, en la disputa entre Bolivia y Chile por las riquezas naturales de la región y, también, en la confrontación entre Chile y el Perú por la supremacía marítima en esta parte del continente. Algunos historiadores9 afirman que el Perú no pretendía una guerra y que no estaba preparado militarmente ni contaba con equipo o armamento para tal fin, sino que estaba moralmente comprometido para apoyar a Bolivia, mientras que Chile, que gozaba de ventaja al encontrarse bien organizado y con armamento moderno, declaró la guerra al Perú el 5 de mayo de 1879. Los enfrentamientos se desplegaron en dos frentes, el marítimo y el terrestre. La campaña marítima se desarrolló durante los primeros seis meses, hasta el hundimiento del monitor Huáscar el 8 de octubre del mismo año. La campaña terrestre se desarrolló en el sur peruano y se prolongó hasta el 7 de junio de 1880. El ejército chileno ocupó Tarapacá y después de varias batallas derrotó al ejército del sur. El 17 enero de 1881, tras cruentos enfrentamientos, el ejército chileno invadió Lima10 y las principales ciudades del país. Así, Chile obtuvo el dominio del mar y del litoral, y de los principales centros de producción en la costa, entre ellos las haciendas azucareras. Paralelamente, se desplegó la resistencia en la sierra. Finalmente, en octubre 1883 se logró la paz mediante el Tratado de Ancón, por el cual el Perú perdió parte de su territorio y se vio obligado a aceptar una serie de condiciones favorables a Chile, como el compromiso de pago de una fuerte suma de dinero como reparación, cuyo monto fue imposible de alcanzar. Por su parte, Chile se comprometió a abandonar la capital y a desocupar gradualmente el país, acción que terminó en agosto del año siguiente.

      Como consecuencia de la derrota en la guerra con Chile, el Perú quedó devastado y sumido en una profunda crisis económica, institucional y moral. La inflación y la depreciación llegaron a 800 por ciento durante la guerra, la moneda perdió todo su valor, casi todos los bancos liquidaron11 y los capitales emigraron masivamente. La ocupación chilena destruyó gran parte de la naciente industria azucarera en el norte del país y afectó otras actividades agropecuarias. A todo esto se sumó la pérdida de los ricos territorios de Tarapacá, de donde procedía el salitre de propiedad estatal, y, finalmente, la cesión por diez años de Tacna y Arica —que quedaron como prenda de cumplimiento del Tratado de Ancón—, luego de los cuales debía efectuarse un referéndum para que la población de ambas ciudades decidiera a qué país pertenecer. El Perú quedó en la ruina económica y la recuperación fue muy lenta. El ejército chileno saqueó las propiedades públicas y privadas en las ciudades ocupadas. “Después de la batalla de Miraflores, Lima —la perla del Pacífico de la era del guano— fue saqueada por los soldados chilenos” (Klarén, 2004, p. 242), quienes tomaron como botín de guerra los principales símbolos del progreso limeño. Entre ellos se cuentan muchas obras de arte, todos los volúmenes de la Biblioteca Nacional12, las herramientas y máquinas de la Escuela de Artes y Oficios, los laboratorios universitarios de San Marcos y el reloj mecánico de Pedro Ruiz Gallo que fuera una de las principales atracciones de la Exposición Nacional de 1872. Hay que añadir a ello el daño al sistema ferroviario en construcción y la destrucción del litoral y de los puertos. Asimismo, el balneario de Chorrillos, símbolo del auge económico de la época, fue arrasado.

      En términos generales, la prolongada ocupación ocasionó enormes pérdidas materiales pero sobre todo dejó una profunda herida en la población por las cuantiosas pérdidas humanas, se produjo una “crisis psicológica masiva, una depresión colectiva de grandes consecuencias para el ser nacional” (Tamayo, 1995, p. 300).

      Basadre (2005) resume claramente el sentir de la población:

      Había algo todavía peor que la desolación inmediata, la angustia económica privada y pública, la debilidad, la soledad y las asechanzas de los países vecinos: era el complejo de inferioridad, el empequeñecimiento espiritual, perdurable jugo venenoso destilado por la guerra, la derrota y la ocupación (t. 9, p. 301).

      Por razones obvias, esta situación fue totalmente contraria en el caso chileno. Para Chile el triunfo en la guerra del Pacífico simbolizó el logro de la unidad nacional; además, gracias a la anexión de las provincias de Tarapacá y Antofagasta su territorio se amplió en más de un tercio (unos 190 000 km2); finalmente, lo transformó en una potencia militar y económica de América del Sur gracias al incremento de las exportaciones del salitre (aproximadamente 70%) en el periodo entre 1879 y 1889.

      Es necesario mencionar13 que en el desencadenamiento y posterior desarrollo de la guerra del Pacífico también intervino el factor externo, que obedeció especialmente a intereses económicos, promovido tanto por Estados Unidos como por Francia e Inglaterra14, naciones hegemónicas, y que se expresó de diversas maneras, en relación sobre todo con la explotación del guano y del salitre. Para Bonilla (1979), una de las consecuencias que se desprenden de lo anteriormente expuesto es que “la guerra del Pacífico permitió la consolidación de la hegemonía británica sobre el Perú, pero también sobre Chile” (p. 435).

      1.2 Los años de la posguerra: la Reconstrucción Nacional (1884-1889)15

      Después del retiro

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