El Perú Ilustrado. Semanario para las familias. Emma Patricia Victorio Cánovas
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1.3.1 La plástica
Durante la segunda mitad del siglo xix, el desarrollo artístico del Perú estuvo marcado por el arte académico europeo siguiendo los modelos de la Escuela de Bellas Artes de París. Para comprender la importancia de esta influencia es necesario anotar que la formación de los artistas comenzaba muy temprano con algún maestro que daba clases particulares, luego el joven aprendiz podía asistir a la Academia de Dibujo y Pintura20, dirigida por el quiteño Javier Cortés desde 1827. Para completar su formación era requisito realizar el viaje a Europa, y así los pocos artistas locales que llegaron a los centros de estudio en Francia, Italia y España aprendieron a expresarse en el lenguaje artístico de sus maestros europeos. El conjunto de sus obras se conoce como la pintura de salón, es decir, obras de temática histórica y de técnica conservadora, que se aceptaba en los salones parisinos. Se trató de una pintura académica que, en general, se puede ubicar entre el clasicismo y el romanticismo.
Muy pocos artistas regresaban para quedarse en el Perú. Ellos formaron parte de una élite intelectual de la nación. De este grupo sobresalen Ignacio Merino (1817-1876), Francisco Laso (1823-1869) y Luis Montero (1826-1869), quienes constituyen la primera generación de pintores académicos.
Ignacio Merino pasó gran parte de su vida en Europa, donde se formó como artista. Vivió en Lima entre 1838 y 1850, periodo en el que fue profesor y asumió la dirección de la Academia de Dibujo y Pintura a la muerte de Cortés, en 1839. Su obra destaca por el dominio técnico y el equilibrado manejo de la composición. Se orientó hacia el romanticismo y prefirió la temática histórica, anecdótica y literaria. Realizó algunas obras que reflejan tímidamente un carácter costumbrista, como La jarana, pintada entre 1850 y 1855.
Luis Montero se formó en Italia y se dedicó a los retratos y a la pintura de género. Su obra Los funerales de Atahualpa21 destaca por la presencia temprana de un tema propio de la historia nacional, pero los personajes indígenas no se ajustan a la realidad física, pues las coyas recuerdan a las matronas italianas, y el inca yacente, único personaje indígena masculino, presenta bigote.
El más interesante de los artistas mencionados es, sin duda, Francisco Laso, considerado
probablemente el primer pintor peruano. En un estricto sentido cronológico, lo es por pertenecer a una generación nacida con la independencia, que tuvo entre sus manos la ruptura definitiva con el arte colonial. En un sentido más amplio, se reconoce su papel fundador y pionero en la creación de una iconografía nacional. Pero quizá menos evidente, Laso fue también uno de los pocos artistas peruanos que asumieron la pintura como una actividad intelectual (Majluf, 2003, p. 13).
Laso regresó al Perú y recorrió el sur, principalmente Cusco y Puno. Impresionado por esa experiencia, desarrolló un estilo propio que reflejó un temprano interés por lo peruano, un arte comprometido y de denuncia velada de las desigualdades de su sociedad. El habitante de la cordillera (1855) es su obra más notable. En ella representó al indígena con “la intención alegórica de indicar el estado de sujeción de la población nativa” (Stastny, 1969, s. n.). Fue pintada en París y recibió críticas favorables. Laso fue un artista muy minucioso; prueba de ello son los numerosos bosquejos que explican el proceso de creación de cada una de sus obras. También fue un artista moderno que aprovechó los avances tecnológicos del momento, ya que utilizó la fotografía para construir sus composiciones. Aunque realizó dos viajes más a Europa, volvió al país y se dedicó sobre todo a la vida pública.
Entre 1868 y 1876 murieron Merino, Laso y Montero. Respecto de la situación de la plástica en este momento, Stastny asegura que “la obra de Laso y de Merino despertará admiradores y seguidores de segundo orden en la pintura peruana de la segunda mitad del siglo xix”, e identifica entre ellos a Montero (Stastny, 1967, p. 54). Majluf, por el contrario, se refiere a los tres y afirma que ninguno de ellos tuvo seguidores. Señala que la Academia de Dibujo dejó de funcionar por carecer de sustento, y que en la década de 1870, por iniciativa del crítico y pintor aficionado Federico Torrico, se fundaron la Sociedad de Bellas Artes y una Escuela Municipal de Pintura, pero todo se frustró por el estallido de la guerra del Pacífico (Majluf, 2001, p. 133).
El gusto imperante en el medio peruano era europeizante. Esto se desprende de la propia formación de los artistas y de los envíos de obras que realizaban, en las que predominan los temas literarios y heroicos, reconstrucciones arqueológicas y personajes sin relación con lo peruano, salvo en el caso de Laso; asimismo, los fondos tampoco correspondían al paisaje del país. Por otro lado, la burguesía peruana tenía por costumbre encargar obras a Europa o incluso traer a sus pintores “como Drexel, Gras y Monvoisin” (Mujica, 2006, p. 178). La carencia de galerías de arte para que los artistas exhiban sus obras los obligaba a aprovechar algún local comercial; muy pocas veces se organizaron exposiciones de arte. La crítica de arte tampoco fue practicada de manera sistemática, salvo por algunos artículos que aparecieron en revistas.
La costumbre de realizar el viaje a Europa para complementar la formación académica de los jóvenes pintores perduró hasta la fundación de la Escuela de Bellas Artes, entre 1918 y 1919. Así, en los periodos de la inmediata posguerra y de la reconstrucción, la segunda generación de artistas académicos también pasó la mayor parte de su vida en Europa, intentando integrarse en los circuitos oficiales. Es recién hacia fines del siglo xix cuando, poco a poco, se comenzó a desarrollar una pintura histórica que promovió sobre todo temas vinculados con la guerra del Pacífico y los retratos de los héroes. Destacan José Effio (1840?-c. 1917) y Juan B. Lepiani (1864-1933), cuyas obras son un poco más tardías. Lepiani realizó grandes composiciones que representan episodios de la guerra del Pacífico; mientras que Effio hizo pintura de género e histórica; se dedicó a la copia de láminas europeas y de cuadros históricos, incluyendo los de Lepiani, y también practicó una pintura costumbrista, de carácter muy personal.
CAPÍTULO 2
La presencia italiana en el siglo XIX
2.1 La migración italiana en el siglo xix
La llegada de italianos al Perú está documentada desde la conquista. Durante el último cuarto del siglo xvi, tres italianos sentaron las bases de lo que más adelante será la pintura peruana virreinal, ellos fueron el hermano jesuita Bernardo Bitti, Mateo Pérez de Alesio y Angelino Medoro22. Es cierto que no llegaron tantos como sucedió en otras zonas, debido en parte al control que limitó la inmigración de no españoles, sobre todo bajo el reinado de Felipe II. Pero “a fines del siglo xvi e inicios del xvii, existió en la Ciudad de los Reyes un núcleo de gente originaria de distintos lugares de la península itálica” (Radicati, 1984, p. 33). La mayoría de migrantes italianos que llegó al Perú en este periodo tuvo una condición económica acomodada, por lo que logró consolidarse socialmente a lo largo del periodo virreinal. Se dedicó a diversas actividades destacadas23 , como el establecimiento de negocios de navegación para el transporte de pasajeros y mercadería, así como empresas comerciales, no obstante que entre el siglo xvii y parte del xviii predominó una actitud de vigilancia sobre el funcionamiento de dichas empresas. Fue durante los primeros años del siglo xix, pero fundamentalmente después de la independencia del Perú en 1821, cuando se eliminaron las trabas coloniales y gente de diversos países comenzó llegar a las costas del Pacífico sur, especialmente a los puertos del Callao y Valparaíso. Aunque, según Leonardini (1998), en las primeras