El Perú Ilustrado. Semanario para las familias. Emma Patricia Victorio Cánovas
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La élite civil peruana había perdido su legitimidad para gobernar. Se manifestó, de un lado, su incapacidad de organizar a la población, y de otro, una ruptura del orden social originada por las revueltas de trabajadores asiáticos y negros.
Se hizo así evidente el problema de la integración política y nacional de la población. Cotler (2005) se refiere al conflicto bélico con Chile como el último factor de la crisis del país que profundizó la inorganicidad de la sociedad y del Estado.
Durante el gobierno de Cáceres continuó la crisis económica, pero hubo una relativa estabilidad política, en la que grandes comerciantes y terratenientes exportadores apoyaron a los militares a cambio de prebendas. Para hacer frente a la deuda externa, en 1889 Cáceres firmó el Contrato Grace, por el que quedaron saldadas las deudas de los años 1869, 1870 y 1872. Acordó ceder a los bonistas ingleses la red de ferrocarriles por 66 años, dos millones de hectáreas en la Amazonía, la libre navegación por el lago Titicaca y una cuota anual de 80 000 libras esterlinas durante 33 años. A cambio, se restauró el crédito del Perú en el mercado monetario internacional, a la vez que los Grace ofrecieron terminar el ferrocarril de La Oroya y el de Juliaca, para lo cual se creó la empresa Peruvian Corporation Limited en 1890. Según Contreras y Cueto (2000, p. 166), el arreglo resultó beneficioso para el Perú en la medida en que la inversión extranjera, sobre todo la inglesa, se reflejó en la culminación del sistema ferroviario, la industria petrolera, la minería, la manufactura de textiles de algodón y la producción azucarera18.
En 1887 la deuda interna ascendía a unos 50 millones de soles, sin contar con los billetes fiscales que habían sido emitidos por el Estado desde 1875 para cubrir el déficit fiscal y que se siguieron emitiendo durante la ocupación. Para levantar dicha deuda, ese año se creó la Dirección de Crédito Público y el estanco de alcoholes, un impuesto al consumo de bebidas alcohólicas que más adelante pasó a ser controlado por el Estado.
Cáceres, el caudillo de la reconstrucción, pretendió perpetuarse en el poder, por lo que en las elecciones de 1890 impuso la candidatura del coronel Remigio Morales Bermúdez, quien murió en 1894 antes de terminar su mandato. Su gobierno se considera de transición, caracterizado por la pobreza del erario público y el predominio castrense de Cáceres. Sin embargo, se terminaron algunos ferrocarriles como el de Lima a La Oroya y el de Santa Rosa a Sicuani, y se avanzó el camino de penetración al río Pichis. El segundo gobierno de Cáceres se inició el 10 de agosto de 1894, y desde el comienzo contó con la oposición de la ciudadanía por su carácter dictatorial. Finalmente, Nicolás de Piérola, caudillo civil, lo depuso tras una corta y sangrienta guerra civil en 1895. En términos generales, luchas entre caudillos19 y conflictos indígenas caracterizaron la época.
Contradictoriamente a lo que se podría pensar, en este periodo hubo un aspecto que podría considerarse como un desafío para el Perú, la necesidad de crear nuevas estrategias de desarrollo económico para que el país lograra insertarse en el mercado internacional. La renovación de la economía fomentó el crecimiento de las exportaciones de materias primas y favoreció la promulgación de leyes que impulsaron la agricultura, sobre todo para la exportación (azúcar, algodón y caucho, etcétera), así como la generación de nuevas tierras en la costa gracias al desarrollo de la irrigación. Para la reestructuración del sistema financiero fue necesario el cambio a una nueva moneda de patrón de plata cuyo éxito fue de corta duración. Su fin llegó con la caída del precio de la plata en 1893, y, finalmente, la instauración del patrón de oro en 1897. Entre otros cambios que modernizaron al Estado peruano también se contó con la creación de una serie de instituciones para preservar el orden y mejorar la administración y el establecimiento de un sistema tributario más organizado.
1.3 Aspectos culturales
Frente a la tragedia de la derrota, la producción intelectual del civilismo reconoció la falta de integración nacional y concluyó en la necesidad de integrar físicamente las regiones. La tarea fue la constitución de un Estado nación, lo que suponía una clase dominante, políticamente aglutinada, capaz de organizar la economía y la sociedad mediante la centralización estatal.
En este periodo apareció un nuevo tipo de intelectual positivista, promotor del conocimiento sustentado en la experiencia empírica, representado por el profesional (médico, geógrafo, economista, sociólogo, entre otros) y caracterizado por su gran sentido práctico. Manuel González Prada (1844-1918), iconoclasta y anarquista, personifica a este nuevo tipo de intelectual. Estuvo influenciado por el romanticismo, que enaltece el espíritu, condición fundamental para la reforma de la sociedad; y por la modernidad, al tratarse de un pensador autónomo, capacitado por el conocimiento y comprometido con el ideal liberador (Ward, 2009, pp. 54 y 89). Propuso que para alcanzar la democratización y la compactación del conglomerado peruano era necesario revolucionar la sociedad y la política del país; además, criticó a las generaciones pasadas que llevaron al Perú a una guerra inútil y “sostiene que el medio nacional está enfermo y urge corregirlo con una inyección de cultura francesa […], modelo para el progreso” (Ward, 2009, p. 55) y planteó la lectura de libros extranjeros como fuente de inspiración para mejorar el medio nacional.
En 1888 dio dos discursos memorables, uno en el Teatro Politeama donde “lanzó su famosa arenga diciendo que el verdadero Perú no era la estrecha costa poblada de criollos y extranjeros, sino la muchedumbre de indios tras la cordillera” (Contreras y Cueto, 2000, pp. 170-172), y el otro en el Teatro Olimpo. En ambos condenaba a los culpables de la guerra. A la vez, reconoció la importancia del indígena como parte fundamental de la nación, pero no así al quechua ni al pasado incaico, y rechazó la herencia hispana de la cultura peruana.
González Prada organizó el Círculo Literario, en el que se discutían temas diversos; no solo literarios, sino también políticos y económicos. En 1891 lo convirtió en el partido político llamado La Unión Nacional, rescatando algunas ideas civilistas, como la inmigración europea como un medio para “mejorar la raza”, pero luego de su permanencia en Europa el partido pasó a ser radical, antioligárquico y populista.
Clorinda Matto de Turner (1852-1909) es otra representante notable de la nueva intelectualidad por iniciar el indigenismo en la literatura, que en parte se había gestado ya en los autores civilistas de antes de la guerra. Con su novela Aves sin nido denunció la terrible situación de los indígenas en la sierra. “El indigenismo se convirtió en el lenguaje de los genuinos círculos intelectuales surgidos después de 1890” (Gootenberg, 1998, p. 263). Matto también vio en la escritura un medio para la transformación de la sociedad. Comenzó su carrera dentro del romanticismo y derivó hacia el naturalismo. Como afirma Ward (2009, p. 75), la literatura para ella tiene una función dual: racional y emotiva; realiza el estudio de los valores y propone una moral, su meta es el mejoramiento de las costumbres. Escribió muchos ensayos, artículos y semblanzas que no han sido muy difundidos. Es interesante la comparación que planteó entre la novela y la fotografía al afirmar la capacidad de ambas por reflejar la realidad. Fue directora de El Perú Ilustrado desde octubre de 1889 hasta julio de 1891.
Matto de Turner y González Prada desempeñaron un rol muy importante en la posguerra. Cabe señalar que el renacimiento del indigenismo en Lima y otras ciudades también fue una respuesta a los levantamientos campesinos, entre ellos el de Atusparia y el de Junín. La actividad cultural es amplia por estos años y se refleja especialmente en el interés por el conocimiento del territorio peruano, que se hace evidente a partir de la fundación de la Sociedad Geográfica