La gestión de sí mismo. Mauricio Bedoya Hernández

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La gestión de sí mismo - Mauricio Bedoya Hernández страница 21

La gestión de sí mismo - Mauricio Bedoya Hernández

Скачать книгу

de las emociones adquiere gran relevancia. A partir de lo dicho, planteamos que el gobierno en el neoliberalismo se orienta a la docilidad empresarial del sujeto, lo que conlleva la necesidad de domeñar su emocionalidad, haciendo uso de la tecnología del autodominio y el autocontrol que son fundamentalmente emocionales. En otras palabras, este autocontrol no busca estilizar la vida y tornarla obra de arte, sino hacer un uso pertinentemente empresarial de los deseos.

      De esta forma, mientras que en el mundo grecorromano se combaten los placeres como una forma de conquistar el gobierno de sí (produciendo un sujeto agonístico), y en la modernidad se busca dominar los placeres por la vía del uso preeminente de la razón (produciendo un sujeto auto-nomo), en el neoliberalismo se funda la liberalización de los placeres, los deseos y las emociones (Cadena, 2004), originando con ello un sujeto que pone el goce como su centro, cuyo límite está siempre más allá de sí mismo sin dejar de ser sí mismo: sujeto ultra-subjetivado, como lo denominan Laval y Dardot (2013). Este “más allá de sí” (Laval y Dardot, 2013, p. 361) se ha transformado en condición de funcionamiento de los sujetos y las empresas. Gracias a este “plus de goce” (Laval y Dardot, 2013, p. 361) es que funciona el neosujeto y el nuevo sistema de competencia: “Subjetivación ‘contable’ y subjetivación ‘financiera’ definen en último análisis una subjetivación a través del exceso de sí respecto de sí mismo, o a través de la superación indefinida de sí mismo” (Laval y Dardot, 2013, p. 361).

      Se dibuja entonces una figura inédita de la subjetivación. No es una “trans-subjetivación”, lo cual implicaría apuntar a un más allá del sí mismo, que consagraría una ruptura consigo mismo y una renuncia a sí mismo. Tampoco es una “auto-subjetivación” con la que se trataría de alcanzar una relación ética consigo mismo, con independencia de toda otra finalidad, de tipo político o económico. Es, de algún modo, una “ultra-subjetivación” que no tiene como finalidad un estado último y estable de “posesión de sí mismo”, sino un más allá de sí mismo, que se aleja cada vez y que cada vez más está constitucionalmente ordenado de acuerdo con la lógica de la empresa —y, más allá de ella, con el “cosmos” del mercado mundial (Laval y Dardot, 2013, pp. 361-362).

      La pregunta que busca resolver la ética se refiere a cuáles son los aspectos de nuestra existencia sobre los que se requiere un trabajo para devenir sujetos apreciables tanto para nosotros mismos como para los otros. Las pasiones, los deseos, los apetitos, las emociones, los instintos, etc., se han constituido en objeto ético a lo largo de la historia. No obstante, la ética no se refiere exclusivamente al problema del dominio de sí frente a las emociones que irrumpen en la vivencia del ser humano. Como lo muestra Victoria Camps (2011), de la ética también forma parte la pregunta por las elecciones que hacemos sobre formas de vida. Como bien es sabido, elegir no es un ejercicio puramente racional en el que la emocionalidad no interviene. Todo lo contrario. Porque la vida pone al individuo en dilemas emocionales es que la elección se convierte en un recurso ético de primer plano. Porque los dilemas de la vida conllevan estados emocionales, elegir implica un proceso reflexivo, no exclusivamente racional, puesto que la mayoría de las elecciones de los seres humanos no se remiten a escoger entre lo bueno y lo malo, sino que entre ellos existen una serie de tonalidades que dificultan la determinación de una opción determinada. Porque justamente el mayor obstáculo para la toma de decisiones racionalmente sustentadas viene dado por lado del deseo, los gustos, los sentimientos y, en general, las emociones, es que la ética tiene en la emocionalidad uno de sus basamentos.

      Habíamos sostenido que la tecnología de la evaluación dentro del neopanoptismo tiene como efecto el conocimiento de sí, de experticia de sí que no puede estructurarse sin la participación de la propia emocionalidad y del deseo. Claro está que es un deseo que, al no limitarse, nunca se acota (ni se agota) en realidad, puesto que siempre el individuo desea más; siempre habrá más, más intenso, más emotivo, más interesante, más motivante, lo que hace que la persona no esté constreñida por el deseo del momento presente. La racionalidad neoliberal permite la libre emocionalidad como forma de gobierno de las personas. Pero esta libre emocionalidad es capturada por la lógica del mercado. En otras palabras, el individuo puede sentir lo que quiera porque ello puede ser confiscado por el mercado. La mayor diversificación emocional del consumidor tiene una función estratégica dentro de la contemporaneidad.

      Conviene no dejarnos engañar. La liberalización de las emociones en el neoliberalismo no quiere decir libertad emocional. Es decir, el sujeto no puede sentir lo que quiera, sino aquello que pueda ser mercadeable. Por ello, quizá sea más preciso hablar de liberalización emocional por el mercado en el sentido de que mientras más desee un individuo más amplio es el ramillete de ofertas que el empresario puede realizar y más variedad de productos que el consumidor puede recibir. El goce ilimitado significa, entonces, una fuente providencial de consumo, gasto e inversión en sí mismo. Por eso afirmamos que, en realidad, esta racionalidad produce un régimen emocional liberalizado pero, al mismo tiempo, controlando la dinámica del consumo.

      A nuestra manera de ver, la consecuencia de este régimen es que la acontecimentalidad propia del vivir —la fuente de los “posibles” subjetivadores— y de la vida emocional es aplanada y alineada en la vía única del mercado. Al confiscar la acontecimentalidad, el neoliberalismo reconvierte estratégicamente la vida emocional de las personas para el logro de sus fines. También se torna en una máquina de producción de formas de sentir, de emocionarse, de desear; en fin, de ser gobernado. El sujeto contemporáneo es el sujeto-máquina-deseante. A diferencia del hombre-máquina-productiva de la fábrica de tachuelas de Smith (Sennett, 2000), caracterizado por ser un individuo suspendido en el espacio-tiempo de la actividad, siempre la misma, que lo lleva de la casa a la fábrica y de la materia prima al producto finalizado; a diferencia del hombre fordista enmarcado en la rutinización de la labor productiva y la previsibilidad del futuro, suponemos que el sujeto contemporáneo es el sujeto-máquina-deseante. No solo produce en línea, sino que “crea”, pero constreñido por el mercado. Esto explica el posicionamiento estratégico que el marketing y las autoridades de la experticia de sí han desplegado en el mundo contemporáneo.

      Sugerimos que el marketing es una forma de intervención de la vida anímica de los sujetos. Este se dirige a las ya mencionadas transformaciones incorporales que afectan a los cuerpos y su mundo sensible, de emociones y sensaciones. Por esta vía nos encontramos de nuevo ante la idea de que el neoliberalismo no solamente conduce la vida emocional de los sujetos, sino que la produce. Hemos de recordar que la triada constituida por el empresarismo, el consumo y el marketing busca hacernos a todos consumidores/inversores: nadie es exclusivamente productor y en esto está el poder articulador del gobierno político (de los otros) y el gobierno ético (de sí mismo) que tiene la racionalidad neoliberal. Por esta misma razón, la aspiración de esta es que todos los individuos de la sociedad procuremos una personalidad exitosa para el aumento de flujos de capital económico, afectivo, emocional, relacional, estético, etc.

      En esta óptica es necesario hacer un acercamiento al problema del control emocional en la racionalidad contemporánea donde los discursos del riesgo, el empresarismo y la información se ofrecen como nucleadores de regímenes de verdad sobre el ser humano. En lo mucho que se ha dicho acerca de este tema puede leerse la idea de que el control emocional es un imperativo para el trabajador, el prestador de servicios, el empresario, el productor, el vendedor; es decir, todos aquellos que no son consumidores (Cadena, 2004; Medina, 1998). Creemos que la distinción llevada a cabo por el liberalismo clásico entre productores y consumidores se rompe, puesto que hoy todos somos productores, vendedores, expertos, empresarios de nosotros mismos y, al mismo tiempo, consumidores. La función-empresario es diferente que la función-cliente llevada a cabo por un sujeto. Lo que la dinámica actual del mercado demanda de una y otra es diferente, específicamente en lo relativo a la dimensión emocional de la persona, al ámbito de sus deseos, aspiraciones y sentimientos. Vemos, entonces, que el neoliberalismo busca gobernar a través de lo que nosotros denominamos dispositivo de control emocional.

      Opinamos que la gubernamentalidad política y ética contemporánea se hace controlando lo que las personas sienten y desean. Aquí es menester que establezcamos

Скачать книгу