La gestión de sí mismo. Mauricio Bedoya Hernández

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La gestión de sí mismo - Mauricio Bedoya Hernández

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personalidad exitosa que permita un mayor flujo de ingresos para el logro de la promesa neoliberal: una mejor calidad de vida. Si la persona misma es su capital, publicitarse para vender(se) y configurarse estética, cognitiva y emocionalmente resulta ser un imperativo del mercado.

      La empresa como nuevo êthos

      La empresa, lejos de constituir únicamente una transformación en la manera de producir, publicitar o vender objetos de diversos tipos, se ha convertido en un modelo ético, una manera paradigmática de conducirse cada sujeto, un eje articulador del gobierno de los otros, el gobierno estatal y el gobierno de sí. A la existencia plural del sujeto decimonónico la racionalidad neoliberal le ha opuesto una suerte de homogeneización de la figura del hombre en torno a la imagen de la empresa (Deleuze, 1999; Laval, 2004; Laval y Dardot, 2013; Lazzarato y Negri, 2001; Sennett, 2000).

      En esta reflexión apreciamos dos tendencias: primero, aquellos lectores del presente que ven en la emergencia de la empresa un movimiento de externalidad en el sentido de suponer que el discurso empresarial ha sido una imposición venida desde fuera del sujeto mismo y al que este ha adherido forzosamente, no sin ser afectado negativamente (y quizá dañado) en su carácter, personalidad y dimensión ética. De la segunda tendencia no nos es posible señalar que sea externalista ni internalista; no es imposición desde fuera ni autoimposición; es, más bien, una racionalidad presente en las prácticas mismas (Castro, 2011), y, por lo tanto, se sitúa en el orden del gobierno de los individuos. Así vista, esta línea revela que más bien las personas se sujetan “libremente” a esta nueva forma de existencia y, efectivamente, se sienten poseedores de un capital para lograr el éxito. Entonces, la racionalidad neoliberal, lejos de corroer el carácter, lo forma bajo la premisa del empresarismo y la competencia, lo que permite entender que no se trata de ver la empresa de la lógica neoliberal negativamente, sino de manera positiva en el sentido de que forma, construye y produce subjetividades.

      El problema que no había podido solucionar satisfactoriamente el liberalismo clásico, el de la articulación del gobierno de los otros y del gobierno de sí mismo, en una de cuyas vertientes hallamos la tensión entre el gobierno estatal y el gobierno de los sujetos, parece resolverse con la lógica neoliberal de gobierno. El hombre económico, consumidor y productivo, equilibrado y calculado, que tenía como correlato un Estado regulador, interviniente, es desplazado por el Homo agens de Von Mises, por el hombre-empresa. Hacerse cargo de sí, liberar “voluntariamente” al Estado de las responsabilidades sociales que clásicamente había tenido, asegurarse contra cualquier tipo de riesgo y tornarse sujeto vendedor, vendible, competente, competidor. Es decir, gobernarse a sí mismo para ser gobernado por los otros y para gobernar a los otros. Laval y Dardot (2013) abordan este problema al indicar que la articulación, tan central y problemática, entre el gobierno del Estado y el gobierno de sí (la democracia del consumidor) viene dada por la vía del derecho del mercado y el derecho privado. En otras palabras, el Estado ahora interviene pero a favor del mercado, porque él mismo se comporta como empresa. Por esto, con Foucault (2007) sostenemos que la empresa, o la forma empresa, como él la denomina, permite resolver este problema de la articulación entre el gobierno de sí y el gobierno de los otros.

      De acuerdo con lo anterior, es entendible que la lógica empresarial neoliberal se perfile como la forma privilegiada de gobierno de sí. Lograr la excelencia ya no requiere dominio de las pasiones, cometido de los hombres libres en Grecia, como lo dice Camps en El gobierno de las emociones (2011) o como lo demostró Foucault en La hermenéutica del sujeto (2002b [curso en el Collège de France entre los años 1981 y 1982]), sino dejar fluir el deseo y el apasionamiento, pero desde el vector del mercado. Esto exige al sujeto realizar una serie de modificaciones sobre sí mismo con el fin de lograr el mejor management de sí. Dicho de otro modo, estamos en una era en la que la empresa se ofrece como la nueva forma de relación de los individuos consigo mismos, como modelo de la nueva gubernamentalidad y, en fin, como nueva ética.

      Michel Foucault muestra que en la tradición griega el êthos era la manera de hacer, de ser y de conducirse de los individuos.4 Lo característico del êthos griego es su inalienable relación con el problema de la libertad. El hombre libre podía configurarse de tal o cual manera para lograr ser lo que los criterios estéticos de sí le indicaban, y hacer eso visible para los demás. Vemos aquí, como lo sostiene Foucault (1999), dos problematizaciones conexas a la ética: la libertad y la visibilidad, el sí y los otros. Eso quiere decir que “para que esta práctica de la libertad adopte la forma de un êthos que sea bueno, hermoso, honorable, estimable, memorable y para que pueda servir de ejemplo, hace falta un trabajo de uno sobre sí mismo” (Foucault, 1999, p. 399). Ocuparse de los otros encuentra, entonces, varios lugares de aparición: primero, el problema de la visibilidad (ser, hacer y conducirse de una cierta forma que pueda ser apreciada por la comunidad; ser ejemplo); pero también hallamos otro, el hombre libre debe saber gobernar su casa; tercero, el conducirse ético lleva al hombre libre a ocupar el lugar adecuado en la ciudad y en las relaciones con los otros (como magistrado, político, amigo, maestro), y, finalmente, conducirse éticamente exige escuchar lo que el maestro quiere enseñar. Por su parte, Victoria Camps vincula el êthos individual a la forma de ser, al carácter. Para ella, los griegos entendieron que el êthos no era otra cosa que la formación del carácter de la persona. Según esta autora, Aristóteles no se centra exclusivamente en las acciones; vivir bien requiere de la formación de un determinado carácter, de una forma de ser.

      Proponemos, en consonancia con lo expuesto, que la ética neoliberal gira en torno del empresarismo. A la manera como el sujeto se relaciona consigo mismo adhiriendo al imperativo de tornarse a sí mismo una empresa se denomina êthos empresarial. López-Ruiz (2007) se refiere a esta noción cuando plantea que ella alude “a ese nuevo soporte psicológico compuesto por una figura emblemática, la del emprendedor, y por una concepción que permite pensar ciertos atributos humanos como una forma de capital” (p. 412). Aunque este concepto adopta la visión contemporánea del capital humano, objetamos dos aspectos en la manera como este autor piensa el êthos empresarial: por una parte, no juzgamos pertinente el peso que este le da al “soporte psicológico”, pues esto conlleva psicologizar la ética. En otras palabras, no podemos hacer una cientifización psi (psicologizar, psiquiatrizar, psicoanalizar) del modo de ser de un individuo sin caer en una reducción de la ética. Por otro lado, si bien coincidimos con que uno de los basamentos de esta ética neoliberal es el capital humano, sugerimos que resulta más preciso hablar de que su concepción más profunda es la del empresario de sí que vive para producir y gozar cada vez más. En el neoliberalismo este “plus” de gozar y rendir ha devenido sistémico (Laval y Dardot, 2013, p. 360).

      En una mirada crítica desprevenida pareciera ser que el êthos empresarial del neoliberalismo contradice completamente la ética griega. Pero esto resulta engañoso. Estamos cruzados por una racionalidad que promueve la idea de que ser buen ciudadano es reconocer el propio capital humano de que dispone el sujeto para ser feliz y exitoso, es ser competente y adaptado a cualquier exigencia, es ser capaz de convertirse en empresario (así sea asalariado o independiente). No ha cambiado la forma; lo que hoy el neoliberalismo ofrece es una forma de libertad centrada en el mercado. Así que el punto de aplicación de la ética griega y de la ética contemporánea es diferente. Hoy el otro es objeto de preocupación en cuanto que se erige en su doble carácter, el de cliente y competidor; la visibilidad se juega en el marketing y la publicidad; los nuevos maestros son los consejeros, los gestores de riesgos, los nuevos expertos (psicológicos, económicos, asesores de imagen, etc.). No estamos ante el descenso de ética, ante un sujeto desprovisto de ética y, más aún, sin criterios para desarrollar un êthos propio. Hoy ser ético es ser empresario, ver en cada rincón del mundo una oportunidad de negocio y de exposición de las capacidades y competencias.

      Este nuevo êthos empresarial ha emergido del hecho de que la empresa, por ser modelo y forma concreta de funcionamiento de la sociedad actual y, sobre todo, como forma de vida para los sujetos, conduce a los individuos a realizar una serie de operaciones voluntarias sobre sí mismos para modelar su existencia y hacerla concordar con la idea de que nunca es suficiente y de que el yo mismo debe ser remodelado constantemente. Por ello, el neoliberalismo se perfila

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