La gestión de sí mismo. Mauricio Bedoya Hernández

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La gestión de sí mismo - Mauricio Bedoya Hernández

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pues esta noción se queda en el ámbito de la exterioridad y sitúa a los sujetos en el lugar de “‘víctimas’ que exigen ‘derechos’ al Estado […] [en vez de localizarlos] como sujetos activos que no desean ser gobernados de ese modo” (Castro-Gómez, 2010, p. 259).

      Finalmente, procurando mantenernos en el razonamiento foucaultiano, podríamos objetar que la visión del riesgo presente en Sennett tiene un carácter negativo en la medida en que concibe el riesgo como un agregado externo al sujeto mismo y lo responsabiliza del deterioro ético de este. Quizá la dificultad que traiga este análisis es que reduce, paradójicamente, la capacidad de maniobra y resistencia de los sujetos a una forma de gobierno que les presenta como constante de vida, aunque externo a ellos, el riesgo en todas las esferas de la existencia. El riesgo ya no es visto como el monstruo exterior a las formas de subjetivación (en cuyo caso, el individuo, como lo dice Castro-Gómez, es una víctima), sino como inmanente a ellas. Entonces cuando la persona despliega una práctica reflexiva de sí y cuando problematiza su manera de ser sujeto, se da cuenta de que cierto tipo de riesgos son producidos por ciertos estilos de existencia. En tanto el sujeto pone en cuestión el modo como es gobernado abre la puerta a desear no ser gobernado así y, por lo tanto, a intervenir sobre el conjunto de riesgos producidos por ese gobierno. En otras palabras, ciertas formas de subjetivación producen ciertos riesgos; elegir modos alternos de subjetivación es actuar sobre los riesgos, ya sea para afrontarlos, reducirlos, transformarlos, eliminarlos.

      De la vulnerabilidad/riesgo a la flexibilidad/adaptación

      La racionalidad neoliberal, en la que el mercado funge como el eje de las prácticas, ha incorporado el discurso del riesgo a los modos de gobierno de las personas. Como lo dijimos, una estrategia asociada a ello tiene que ver con la introducción de la tecnología conceptual de la sociedad del riesgo, la cultura del riesgo. Y, como vivimos en riesgo constante, nos tenemos que constituir como sujetos asegurados, consumidores de servicios de aseguramiento. Por lo tanto, la sociedad del riesgo resulta ser una noción de gran utilidad para la racionalidad neoliberal y el emprenderismo; el empresarismo, el sistema de seguros y el endeudamiento son estrategias de subjetivación contemporáneas. Aparte de ser consumidor en el mercado del aseguramiento, el sujeto está compelido a adaptarse y ser flexible como una forma de hacerle culto al riesgo para disminuir su impacto desorganizador de la individualidad y para, finalmente, sacar dividendos de él, en lo que aquí hemos denominado la dupla flexibilidad/adaptación. Ante el riesgo que vivimos se impone el comprar seguros, contratar expertos y ser flexible para lograr adaptarse a la incertidumbre del vivir.

      Como correlato del planteamiento deleuziano, la serpentización contemporánea en el orden de la vida y del trabajo encuentra en la conducta flexible un punto de anclaje importante. Sennett (2000), al referirse a las nuevas formas de empleo en el capitalismo contemporáneo, sostiene que la crítica denodada a la rutinización fordista del trabajo fue el lugar de inserción del discurso sobre el sujeto emprendedor, el cual se caracteriza sobre todo por ser un innovador y resistente a la rutinización de la vida empresarial (Laval y Dardot, 2013). Por esta vía ha emergido todo un régimen de verdad tendiente a localizar la flexibilidad como la panacea ante este panorama: “hoy la sociedad busca vías para acabar con los males de la rutina creando instituciones más flexibles. No obstante, las prácticas de la flexibilidad se centran principalmente en las fuerzas que doblegan a la gente” (Sennett, 2000, p. 47). Un nuevo orden flexible se ha impuesto (Castel, 2005). Del mismo modo que lo hace Sennett (2000), estos autores indican que la lógica de la flexibilidad en las nuevas formas de organización del trabajo debilita la personalidad.

      La estructura de la flexibilidad está compuesta, en opinión de Sennett, por tres aspectos: primero, la reinvención discontinua de las instituciones. Las instituciones de hoy no mantienen vínculo de continuidad con las del pasado, transitando de una organización de jerarquía piramidal a una estructura de red. La idea de reingeniería se impone como un esnobismo de gran calado en la actualidad, pero lo que en el fondo pretende es generar las condiciones para la reducción de puestos de trabajo. Coincidimos con Sennett en su crítica a la reingeniería. En el fondo, pareciera ser una estrategia técnico-científica para disminuir el número de empleados. La necesidad de la eficiencia, la lógica del costo-beneficio, el hacer más con menos, necesariamente lleva la pregunta de “¿qué gastos reducimos para hacernos más eficientes?”. La respuesta a esta pregunta puede hallarse en la disminución de los puestos de trabajo y la reasignación de tareas entre los empleados que sobrevivan. Ellos tienen que tornarse altamente creativos para resolver problemas que no eran de su experticia. Por esta razón, la reingeniería requiere una ruptura con el pasado, lo que permite comprender que la flexibilización del mundo (laboral) hace desarraigados que sufren por su desarraigo. El segundo aspecto de la flexibilidad de hoy es la especialización flexible de la producción. Es la tentativa de “conseguir productos más variados cada vez más rápido” (Sennett, 2000, p. 52). Esta flexibilidad especializada sería antítesis del sistema de producción fordista. La alta tecnología, la velocidad de las comunicaciones modernas, la rápida toma de decisiones, el trabajo a partir de pequeños grupos, entre otros, son los ingredientes necesarios de esta especialización flexible.

      Finalmente, la falacia de la concentración sin centralización del poder, la cual se desprende de la idea, también falsa, de que el trabajo en equipo, en vez de promover una estructura jerárquica piramidal, representa el modelo contemporáneo de trabajo en red y, como consecuencia de ello, descentraliza el poder en la medida en que promueve la participación igualitaria de cada uno de los miembros del equipo. Lo cierto es que “los nuevos sistemas de información proporcionan a los directivos un amplio cuadro de la organización y dejan a los individuos, al margen de cuál sea su lugar en la red, poco espacio para esconderse” (Sennett, 2000, p. 57).

      Frente a la idea de la desjerarquización de la organización empresarial contemporánea, conexa con el discurso de la flexibilidad, para Laval y Dardot (2013) la organización empresarial contemporánea, al cuestionar el modelo burocrático previo, ha impuesto un nuevo régimen de obediencia al empleado: el nuevo jefe al cual se debe obedecer es el cliente, el cual siempre tiene la razón. Pero esto no es todo; el mundo del trabajo se ha visto cruzado por la lógica de la competencia ya no solo a nivel externo (de las empresas entre sí), sino, y sobre todo, interno (entre los trabajadores). Esta situación no disminuye los controles jerárquicos, sino que los modifica progresivamente “en el marco de un ‘nuevo management’ que se ha podido apoyar en nuevas formas de organización, nuevas tecnologías de contabilidad, registro, comunicación, etcétera” (Laval y Dardot, 2013, p. 229).

      De acuerdo con esto, advertimos que esta idea de desjerarquización de la empresa, al igual que la de la concentración sin poder, también es una falacia. No ha cesado la organización jerárquica de la empresa. Lo que sí ha cambiado es la noción de empresa. Ahora la empresa no es una organización que habita una gran superficie, donde cada uno de los empleados está contratado por ella y depende de ella, donde el gerente está observando toda la producción. Más bien, hoy la empresa funciona como archipiélago y península: la península ordena, organiza, ensambla el producto final; tiene un nivel de ascendencia jerárquica marcada; controla todo el proceso, cambia de isla a discreción. Los empleados de cada isla no son la responsabilidad de la península, sino del director de la isla (que, a su vez, es otra empresa). La figura del collage de Sennett bien muestra esta nueva idea/pragmática de la empresa. Así que las jerarquías se mantienen en un nuevo tipo de organización. Lo que también varía es el nivel de responsabilidad que adquiere la empresa sobre los trabajadores que le permiten sacar al mercado su producto final. Las empresas temporales, las maquilas, los trabajos por encargo, las consultorías son nuevas islas. Cada una se encarga de sus empleados, los cuales, a su vez, fungen como trabajadores con “salario integral”, movibles, prescindibles, con una autorresponsabilización evidente.

      Quizá lo que se llama red es una nueva empresa fragmentada con su centro de poder definido, con un nuevo sistema ético (pues, su moral, sus reglamentos dependen ahora de los embates del mercado, los cuales los hacen relativos y móviles). Digamos que la norma es la adaptación. Pero otro sentido de la idea de red tiene que ver con la

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