La gestión de sí mismo. Mauricio Bedoya Hernández
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Para Sennett es propio del ser humano, cuando de riesgo estamos hablando, ser más sensible al temor a la pérdida que a la ganancia. Consideramos que esta focalización en el miedo a la pérdida muestra una característica también humana, a saber, la vivencia de una situación de constante vulnerabilidad. Ser vulnerable es estar expuesto a situaciones potencialmente dañinas para el sujeto cuando este siente que los recursos de que dispone no son suficientes para hacer frente a las exigencias de ellas. El riesgo implica un continuo volver a empezar por cuanto la manera como este es valorizado, dentro de la racionalidad de mercado de hoy, enfatiza la capacidad de las personas para moverse de lugar, emprender nuevos proyectos, proponer nuevas soluciones a antiguas necesidades, hacerse lectores de necesidades actuales para diseñar el producto que las solucione. Vivir en riesgo, pues, es descubrir nuevas oportunidades de negocio, poniendo a prueba los recursos propios y haciéndose a aquellos de los que no se dispone. Todo esto es, finalmente, la tarea de todo emprendedor.
Las instituciones modernas mantienen un carácter incierto como resultado de su ataque a “la rutina como objetivo, haciendo hincapié en las actividades a corto plazo, creando redes amorfas y sumamente complicadas en lugar de burocracias de estilo militar”, como lo indica Sennett (2000, p. 87). Al invocar al sociólogo Ronald Burt, quien, en su texto Agujeros estructurales, hace un acercamiento al problema de la flexibilidad en las organizaciones contemporáneas, adhiere a su postura según la cual el trabajo en red ofrece mayores oportunidades de movimiento para los sujetos en medio de un mundo de incertidumbre, dado que una persona puede hacer uso de las “oportunidades no previstas por otros, puede explotar los controles débiles de la autoridad central. Estos ‘agujeros’ en una organización son los sitios de la oportunidad, no las ranuras claramente definidas para un ascenso en la pirámide burocrática tradicional” (Sennett, 2000, p. 88). Aprender a moverse, identificando los espacios que posibiliten la mejor actuación y rendimiento dentro de la organización, parece ser la norma que se impone a pasos agigantados. Esto, sin lugar a dudas, produce estados de incertidumbre y desorientación que para Sennett, basándose en Burt, se manifiestan de tres formas:
1. Movimientos ambiguamente laterales definidos por el hecho de que el sujeto cree que está ascendiendo en la empresa, pero, en realidad, se mueve hacia un lado u otro, puesto que la creciente estructuración flexible y la des-jerarquización del mando no dejan claras las rutas del ascenso. El resultado de esto es que “las categorías de los puestos de trabajo se vuelven más amorfas” (Sennett, 2000, p. 89).
2. Pérdidas retrospectivas. Al moverse ambiguamente, el sujeto suele contar con poca información fiable sobre la nueva posición que ocupa. Y, como si fuera poco, no alcanza a recabar la suficiente información puesto que rápidamente es reasignado. En esta situación, “solo retrospectivamente se da cuenta que ha tomado decisiones equivocadas” (Sennett, 2000, p. 89).
3. Ingresos impredecibles. La movilidad laboral en las prácticas empresariales contemporáneas tiende a una creciente ilegibilidad, puesto que si antes cambiar de puesto de trabajo o de empleo era asociado a un ascenso salarial, hoy no necesariamente lo es.
Si bien en la criticada práctica de la rutina empresarial fordista el empleado tenía claridad sobre su presente (estaba delimitada claramente su función dentro de la empresa) y su futuro (los tiempos de producción, de disfrute del ocio y del goce de la jubilación eran predecibles), el nuevo explorador de agujeros está sometido al incremento de las incertidumbres y a la indicación constante de la necesidad de asumir riesgos. Sin embargo, tal asimilación de las incertidumbres es penalizada si los resultados no son los esperados por la organización. Lo que para Sennett es uno de los aspectos que corroen el carácter de las personas es que, en esta práctica de asumir riesgos, la experiencia acumulada es poco valorada, pues se enfatiza la capacidad del sujeto para renovarse a sí mismo, para devenir adaptable a los requerimientos de los nuevos amos (los clientes), para hacer uso de herramientas innovadoras, para desligarse de soluciones “viejas” que lo único que lograrían, según los neoliberales, es anquilosarlo en el pasado. Sugerimos que, en la experiencia del capitalismo contemporáneo, la vivencia y el lugar asignado al riesgo están cruzados por tensiones. Dos de ellas son la tensión por la historia y la tensión por la ambigüedad/incertidumbre.
Tensión por la historia. La gente, en el discurso contemporáneo del empresarismo, se mueve entre dos polos, a saber: 1) habitar en el riesgo y el caos viendo allí las oportunidades que presentan los “agujeros” en la red institucional en el día a día, lo cual implica el despliegue de habilidades “nuevas”, sin historia, ante cada situación; y 2) en el otro polo están quienes suponen que las situaciones nuevas, por muy frecuentes e irruptoras que sean, se afrontan con la experiencia acumulada. Esta tensión lo que pone en juego es el valor de las raíces, la historia de las personas y de los logros del individuo. La tendencia a la deshistorización del sujeto (un sujeto con capital pero sin historia) se ha ido tornando en narrativa dominante en el discurso neoliberal. En su práctica de gobierno tanto del individuo como de los colectivos humanos, el neoliberalismo acude al desarraigo y al desapego como basamentos importantes para la adaptación rápida y flexible de los individuos a las condiciones siempre cambiantes del mercado.
Tensión por la ambigüedad/incertidumbre. Sennett señala que hay dos tipos de individuos, a saber, los que navegan confiada y fluidamente en las aguas de las ambigüedades y las incertidumbres (los amigos de los “agujeros”) y los que no se sienten a gusto con ellas que más bien se sienten exiliados, ahogados, desarraigados, sin lugar. La expresión “vivir en el agujero” es una buena descripción cuando nos referimos a las subjetividades propuestas por la racionalidad neoliberal. Vive en el agujero quien lo asume como una oportunidad. El agujero, como ya habíamos adelantado, se refiere a aquellas rendijas por las que el individuo se va promoviendo, por las que las personas hallan oportunidades de navegar fluidamente en los mares de la organización en red; son las fisuras propias de una organización reticular y que, lejos de ser consideradas obstáculos para el logro de los objetivos institucionales, se constituyen en fuentes de movilidad, dinamismo y creación. Sin embargo, también esos agujeros son fuente de incertidumbre. Pero vivir en el agujero, un lugar oscuro que quita el aire, también puede metaforizar esta sensación de incertidumbre que acompaña a las personas que se resisten a este tipo de organización reticular que se concibe a sí misma como flexible.
A partir de esto, nosotros postulamos la existencia, en el discurso neoliberal, de dos duplas contemporáneas del empresarismo: 1) la dupla vulnerabilidad/riesgo y 2) la dupla flexibilidad/adaptación. La racionalidad empresarial contemporánea pareciera cifrarse más en la primera dupla que en el éxito propiamente dicho. Es decir, este discurso se ha infiltrado en nuestra cotidianidad para revelarnos que somos individuos frágiles, falibles, vulnerables, lo que nos pone en continuo riesgo; riesgo que, dicho sea de paso, es visto como inevitable, como algo a lo que hay que exponerse. Dos posibles salidas encontramos a esta situación, ambas referidas a la gestión del riesgo, y que aquí denominamos el empresario consumidor y el empresario mercader.
Capturada por el mercado, la incertidumbre que emerge de la vivencia de la dupla vulnerabilidad/riesgo es manejada mediante el consumo de nuevos bienes que son ofrecidos por gestores del riesgo. El empresario de hoy es, por tanto, un consumidor cotidiano de servicios asociados al manejo del riesgo (Rose, 2007a). De todas maneras, no podemos suponer la existencia de los llamados riesgófilos y los riesgófobos basándonos en el criterio del temor al riesgo, como lo hacen Laval y Dardot (2013),5 pues la base de la gestión del riesgo es la administración de situaciones que, conjugadas con la sensación de vulnerabilidad subjetiva, puedan ser potencialmente destructoras de la persona, de la comunidad, de la empresa o de la sociedad. En otras palabras, los riesgófilos también son sujetos atemorizados por el riesgo, pero que se hacen a herramientas para su eliminación o disminución. Hacerle frente al riesgo conduce, como ya lo habíamos insinuado, a consumir