La gestión de sí mismo. Mauricio Bedoya Hernández
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Como lo dice Deleuze, el paso de las sociedades disciplinarias a las de control, como es el caso de nuestro tiempo, no supone una evolución y mucho menos la existencia de la plena libertad. No se puede sostener que un régimen de encierro disciplinario sea mejor que el régimen de la sociedad del control sin vigilancia (Deleuze, 1999). Sin embargo, el tema, o más bien la promesa, de la libertad se localiza en el centro de la racionalidad neoliberal. Como bien lo expresa Castro-Gómez (2010): “desde luego, esta situación no significa que hayamos entrado en un tipo de ‘sociedad abierta’ o ‘libertaria’, como quieren los apologetas del neoliberalismo, sino en una sociedad donde, paradójicamente, el control se realiza a través de la libertad” (p. 216). Deleuze (1999) ha notado la movilidad de los controles cuando plantea que estos son una suerte de molde autodeformante que se transforman continuamente, pero sin perder su carácter de control. Defendemos la idea de que el control contemporáneo como forma de gobierno de los otros ya no acontece privilegiadamente en los dispositivos de encierro como la cárcel, el hospital o la escuela, los cuales están siendo hoy interrogados desde sus bases más profundas; este control se da en una suerte de confiscación de la vida total de la persona y la sociedad que lleva a tres cosas: por una parte, a que no existan recovecos en los que no aparezcan las voces de los expertos indicando cómo conducirse, a partir de los mass media, de las voces de las nuevas autoridades, etc.; por otra parte, a la creación de lenguajes nuevos que viabilicen las nuevas formas de control; y finalmente, a que el control devenga autocontrol.
Según lo proponemos, las formas-encierro se quedan cortas, en la actualidad, para llevar a cabo el gobierno de la población. Se necesita control dinámico (con estrategias que se renuevan continuamente), control totalizante (que no deja por fuera ninguno aspecto de la vida individual y social), control autogenerado (formas conocidas de control engendran nuevas formas de realizarlo), control a campo abierto (no reducido a las instituciones de encierro), autocontrol (cada persona es responsable del control de sí). Son estas algunas de las características propias de la racionalidad contemporánea.
Como lo señalamos, en las lecciones sobre el Nacimiento de la biopolítica se plantea que no estamos ya en el mundo disciplinario en las sociedades modernas, sino en el mundo del control propio de la racionalidad neoliberal. Esto no significa que las formas e instituciones del disciplinamiento moderno hayan sido superadas, sino más bien que, aunque siguen existiendo, están siendo profundamente interrogadas en la actualidad (Castro-Gómez, 2010; Deleuze, 1999, 2007; Foucault, 2007; Morey, 2005). La desinstitucionalización hospitalaria con la figura del hospital-en-casa, la figura de casa por cárcel, las nuevas formas de escuela, las nuevas formas de trabajo desde la casa que se ofrecen como una alternativa al confinamiento fabril, entre otras, son manifestaciones de este cuestionamiento. Y estos cambios pueden ser considerados como producto de la nueva racionalidad económica. En otras palabras, no se debe a la buena voluntad de los Estados y a las buenas intenciones de los administradores, ni incluso al férreo deseo de transformación que realizan sus propios usuarios, que las instituciones de encierro se hayan transformado.
Las personas se han visto llevadas a asumir una posición ondulatoria ante la realidad que, siempre subsidiaria de una economía en continuo e imprevisible cambio, les exige el despliegue de movimientos multidireccionales que les permitan lograr una mediana adaptación a esas transformaciones; adaptación que, dicho de paso, está continuamente amenazada, puesta en cuestión y, finalmente, atacada. Vivir peligrosamente se convierte entonces en un rasgo definitorio de este individuo, metafóricamente denominado por Deleuze (1999) la serpiente monetaria. La gestión de sí mismo en un mundo totalmente inaprehensible y lleno de inseguridades, la capacidad de reinventarse continuamente, gestionando su capital humano (Castro-Gómez, 2010), y el hacerse espacio a partir de su propio movimiento (Han, 2014) son características de esta serpiente.
Ser lo más emprendedor posible y, por supuesto, hacerse gestor de sí mismo articulan plenamente con la metáfora serpentina del sujeto contemporáneo. En un planteamiento metafísico, desde Von Mises (Laval y Dardot, 2013) se habla del emprendimiento como una facultad del sujeto del presente que solo puede desplegarse en un medio mercantil y como efecto de vivir en la incertidumbre y el riesgo, rasgos propios de la dinámica del mercado. Se piensa, por supuesto, el emprendedor como la versión evolutiva más acabada de la persona, como lo último “descubierto” del individuo humano. Hacia allá es natural, por lo tanto, querer tender. El neoliberalismo, en cuanto nueva racionalidad económica para el gobierno de los otros, ha implantado el problema y, al mismo tiempo, sugerido su solución. El problema es inmanente a su propia racionalidad; viene definido por el hecho de que esta forma contemporánea de gobierno está sometida a los vaivenes del mercado, lo cual plaga de riesgo, inseguridad y fragmentación la vida de las personas (Sennett, 2000). La solución es, en este contexto, aprender a conducirse de manera flexible, adaptarse de la manera más rápida posible a los cambios y convertirse a sí mismo en empresa. Aquí encuentran su lugar cogniciones como “nada a largo plazo” (como lo denuncia Sennett) o “nunca se termina nada” (como lo nombra Deleuze).
En las sociedades de control acudimos a una forma de gobierno en la que se modula la conducta de los sujetos ya no mediante el encierro, sino a través de la intervención sobre su medio ambiente, lo que se constituye en el foco de la acción a distancia que propicia la autorregulación conductual de los individuos (Castro-Gómez, 2010). Tal modulación se estructura en función de la libertad que tiene toda persona para incluirse en el sistema de mercado.4
Juzgamos que, en un nuevo deslizamiento de la noción de libertad (ya habíamos postulado que en el neoliberalismo cada individuo es conminado a hacerse libre pero para encargarse de aquello de lo que el Estado era responsable), nos encontramos el problema de la inclusión. Cada sujeto es libre para incluirse en la dinámica social (que es la dinámica del mercado); no es incluido ni por otros ni por el propio Estado, sino por sí mismo. La labor del Estado tampoco es, como lo fue antes del neoliberalismo, preguntarse cómo incluir a todos y, aunque nunca logró plenamente tal inclusión, con qué instrumentos lograrlo. En las sociedades actuales cada uno debe incluirse y para ello es poseedor de un capital humano que debe usar e incrementar. El responsable de su exclusión sería el propio sujeto. No obstante, esta racionalidad se las arregla para que todo esté incluido en la lógica del mercado (las necesidades básicas, los objetos materiales, los ámbitos inmateriales como la educación, la belleza, el amor, la sexualidad). El mercado les ofrece “salvavidas” a los individuos para que logren hacer parte del engranaje social. El endeudamiento se convierte en la estrategia incluyente por excelencia.
En todo caso, la libertad de la que permite gozar el neoliberalismo es puramente constrictiva: libertad de elegir lo que el mercado ofrece; libertad para incluirse de acuerdo con los imperativos de la dinámica económica actual. Estamos obligados a elegir (Castel, 2005, 2010; Laval y Dardot, 2013; Lazzarato, 2006; Von Mises, 1986), y por ello el problema de la libertad y la democracia absoluta del consumidor resulta engañoso. Oponiéndose a aquella idea de los siglos previos de que el Estado es el que sabe lo que es bueno para los individuos, Von Mises y Hayek postulan que la particularidad y superioridad de la economía de mercado radica en que el individuo es capaz de decidir sus acciones y lo que es bueno para sí mismo (Laval y Dardot, 2013). ¿Ante qué opciones puede elegir el individuo? Todas las opciones posibles son puestas en frente suyo por el mercado, por los grandes capitales, por los medios de comunicación. Esta idea de libertad misesiana y hayekiana termina siendo falaz. De hecho, como nos lo recuerda Han (2014), el neoliberalismo produce una sensación de libertad en los sujetos, pero, en el fondo, induce en el individuo sendas coacciones y formas de sometimiento a partir de las cuales, paradójicamente, este se subjetiva. Para completar su diagnóstico del presente, señala que el neoliberalismo muestra una gran eficiencia e inteligencia para explotar la libertad.
Nuevas sujeciones mediante el culto al riesgo
En La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo, Sennett (2000) se une a los diagnósticos contemporáneos que defienden la idea de que vivimos, en las sociedades de control actuales, en una situación continua