La gestión de sí mismo. Mauricio Bedoya Hernández

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La gestión de sí mismo - Mauricio Bedoya Hernández

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defensores de los derechos humanos, comités de censura televisiva, etc.). En una suerte de resistencia desde la base, se van consolidando movimientos que atacan desde adentro ciertos aspectos del neoliberalismo (Laval y Dardot, 2013) creando el “nosotros”, lo que para Sennett (2000) es la base de cualquier resistencia a esta lógica corrosiva del carácter. Finalmente, en la tercera posición está la idea de que lo que cambia no es el lazo social, sino los vectores sobre los que este se articula. Vázquez (2005a) se refiere a que hemos pasado de una forma de gubernamentalidad centrada en la gestión del riesgo ubicada en la experiencia colectiva (mediante los seguros sociales, por ejemplo) al desarrollo de estrategias de responsabilización de sí frente al propio riesgo, que ahora es visto como acontecimiento exclusivamente individual.

      El lazo social, según nuestro planteamiento, no se ha roto por efecto de la racionalidad inherente al neoliberalismo, sino que se ha transformado en virtud de que los criterios bajo los que esta lógica instaura lo social tienen que ver con el rendimiento máximo y con la competencia, entre empresas y entre individuos. Entonces, nuevas formas de vínculo social se han creado en este marco. Lejos de creer que el empresarismo de sí crea a un sujeto solipsista, desarraigado del mundo, enajenado, desinteresado de los otros, la ascesis del rendimiento lleva a desplegar en el sujeto una auténtica preocupación por el otro (cliente real o potencial, competidor, amigos, familiares, la empresa para la que se labora, etc.). Es por esto que, a nuestra manera de ver, esta racionalidad contemporánea transforma el lazo social. De la solidaridad smithiana, la simpatía darwiniana y la preocupación por lo social del Estado de bienestar poco queda; el lazo social hoy se cifra en vínculos de mercado y competición. Mercantilización de las relaciones con los otros, por supuesto. Han (2014) observa cómo el sujeto neoliberal es incapaz de relacionarse con otroslibre de cualquier finalidad, de lo que deriva la idea de que el neoliberalismo rompe con la libertad del individuo. No obstante, no coincidimos con este autor cuando deriva de esto también otra idea: que este sujeto está totalmente aislado. Creemos que este, en realidad, construye vínculos, pero con una finalidad empresarial, de capitalización de sí mismo.

      Retomando nuestro hilo discursivo previo al problema del lazo social, el volver siempre a empezar (Deleuze, 1999; Sennett, 2000) puede ser leído, como aquí lo hacemos, en el sentido de que el riesgo no nos permite salir del punto cero: así salgamos airosos de una situación riesgosa, somos llevados hacia otra desconocida. Otro de los efectos del eterno retorno del riesgo es la imposibilidad de construir una narración de sí mismo. ¿Qué hace la persona para no naufragar en este mar de incertidumbres? Adaptarse rápidamente. Creemos que la racionalidad del mercado neoliberal usufructúa la dupla vulnerabilidad/riesgo y resuelve la angustia que esta genera mediante la puesta en marcha de la segunda dupla (flexibilidad/adaptación). Ante la imprevisibilidad de la vida lo que queda es adaptarse e inventar respuestas sobre el camino a las demandas imprevisibles de la vida. Aquí aparece el recurso de la flexibilidad.

      El tema del riesgo no es nuevo. Desde finales de la Edad Media el peligro de pérdidas asociado a la práctica del mercado había estado presente (Laval y Dardot, 2013). De hecho, la percepción del riesgo había dado origen a la tecnología del aseguramiento. En su Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general, texto publicado en el año de 1755, Richard Cantillon ya había denominado empresarios (emprendedores) a todos los habitantes de una ciudad cuya característica es que tienen remuneración incierta y, por lo tanto, viven en la incertidumbre. Lo novedoso en la perspectiva del riesgo actual es que hoy todos participamos de una racionalidad de gobierno neoliberal en la que somos conducidos a ser empresarios, en la medida en que, por una parte, se instauran prácticas cada vez más generalizadas que se centran en que cada persona haga su propio salario y, por lo tanto, tenga remuneración incierta y, por otra parte, todos somos llevados a valorar el hecho de vivir en riesgo. Los asalariados corren menos riesgos, pero, bajo esta lógica, son eternos dependientes. Esta crítica la escuchamos también en la segunda mitad del siglo xx en el ataque denodado de la rutinización, la burocratización de la empresa y, sobre todo, el deseo de estabilidad laboral como lo leemos en Sennett (2000).

      El discurso neoliberal ha ontologizado los estados de incertidumbre y riesgos y los ha dejado ver como el reverso del deseo de cada sujeto. Desear, dentro de esta perspectiva, es vivir en la incertidumbre y el riesgo. En realidad, como lo muestran Laval y Dardot (2013), el riesgo es una producción social y política que es gestionado ya no por el Estado, sino por las empresas privadas que se dedican, cada vez en mayor número, a gestionarlo, dando paso al “sujeto de la seguridad privada” (p. 353), al sujeto del aseguramiento.

      Para Rose (2007a) el discurso sobre el riesgo se inscribe dentro de las estrategias gubernamentales. Y en vez de pensar este discurso como emergente de los cambios en las condiciones de vida de la humanidad, como lo sugieren las sociologías históricas, los estudios genealógicos muestran que el problema del riesgo es inherente a un tipo de racionalidad que vio su luz en el siglo xix y que “implicó nuevos métodos de entender y actuar sobre la desgracia en términos del riesgo” (p. 131). Tornar el futuro calculable como una forma de reducir la incertidumbre por lo no acontecido aún se convirtió en cometido claro desde aquella centuria. Las prácticas del aseguramiento no se hicieron esperar y permanecieron a lo largo del siglo xx cuando se democratizó el discurso sobre la seguridad y contra el riesgo. Tanto para Laval y Dardot (2013) como para Rose (2007a), el riesgo se ha mercantilizado. Pagar por los riesgos asumidos significa acudir menos a la ayuda mutua, la solidaridad y el lazo con otros. Por esto pensamos que se ha radicalizado el individualismo de tal forma que todas las causas externas son asumidas como responsabilidad individual, como producto de sus decisiones y, en última instancia, como vinculadas al fracaso personal. El individuo cubre el riesgo del cual solo él se siente responsable, puesto que la existencia conlleva necesariamente la presencia del riesgo.

      Robert Castel, haciendo una denodada crítica a la idea de cultura del riesgo sostenida por Ulrich Beck, sostiene que ella crea un amalgamiento de las situaciones de riesgo que viven los individuos y, como efecto de ello, un imaginario social del riesgo como algo connatural al ser humano (Castel, 2010; Varela y Álvarez-Uría, 2013). Nosotros mismos notamos la impertinencia del uso del concepto de cultura del riesgo, pues da la impresión de ser una realidad en sí con visos de universalidad, lo que lo sitúa en un claro lugar de trascendentalidad respecto del sujeto y de lo social.

      Esta crítica también la hallamos en Castro-Gómez (2010), quien, haciendo uso de las grillas analíticas foucaultianas, somete a cuestionamiento la idea de Beck según la cual la época actual es una consecuencia no prevista del estallido de los dispositivos de seguridad construidos en la sociedad industrial. Cuando el Estado se hizo el responsable del control de la incertidumbre propia de la sociedad de mercado, terminó paradójicamente, según Beck, instaurando la sociedad del riesgo. Ahora vivimos en una sociedad de la inseguridad y del riesgo que es afrontada buscando reducir cuanto más se pueda la ansiedad producida por ellos a partir de lenguajes expertos psicológicos. Para Beck la sociedad civil hace uso de los nuevos lenguajes expertos para llevar a cabo reivindicaciones locales con impacto global. Al hacer uso reflexivo del saber experto, este autor plantea que tanto el “yo” como el “nosotros” se han convertido en un proyecto reflexivo. Ante este diagnóstico adelantado por Beck, Castro-Gómez (2010) se muestra crítico, pues insiste en que la perspectiva de los posfoucaultianos no se dirige a considerar qué es el riesgo en cuanto cosa, sino a indagar cómo funcionan las tecnologías del riesgo. La ontologización beckiana del riesgo conduce a que este sea homogeneizado, universalizado y totalizado. La pregunta que debe hacerse es más bien por la especificidad de las diversas tecnologías del riesgo, su modo de funcionar según sus racionalidades propias. Dicho sea de paso, conocer la lógica de funcionamiento de las diversas tecnologías del riesgo permite delinear formas de resistencia, puesto que aquellas se constituyen en estrategias de gobierno de los sujetos.

      Para Nikolas Rose (2007a) el vacío dejado por el desmonte de la responsabilidad del Estado frente a las seguridades ontológicas (Estado benefactor) ha sido llenado por todo un mercado de la gestión del riesgo. Ha ido emergiendo, entonces, un mercado del aseguramiento de la salud, de la educación, de los servicios públicos, etc., conformados, todos ellos, por consumidores que, desde dentro y bajo las mismas reglas

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