La gestión de sí mismo. Mauricio Bedoya Hernández

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La gestión de sí mismo - Mauricio Bedoya Hernández

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absoluto”, en la medida en que ya no está sometido privilegiadamente a la explotación ajena sino a la autoexplotación en su propia empresa.5

      Esta ética del empresarismo no tuvo tanto éxito en Occidente por casualidad. Como lo apunta Nikolas Rose (1996), este discurso adquirió potencia porque tuvo poca resistencia entre los ciudadanos, pues partió de presupuestos básicos sobre el ser humano contemporáneo, ideas ampliamente distribuidas en nuestro presente, que se hallan profundamente arraigadas en el lenguaje cotidiano, que constituyen los ideales relativos a lo humano: la búsqueda de autonomía, la lucha por la realización personal haciendo uso de las propias potencialidades, la interpretación de la existencia como un problema de responsabilidad individual y el reconocimiento de que el bienestar personal emerge de las elecciones que hace el sujeto, entre muchas otras ideas.

      Dentro de este contexto, resulta apreciable para un amplio sector del público unirse al discurso de la valorización de la empresarialidad y de las competencias subjetivas. Al decir de Rose (1996), el individuo, entonces, orienta su yo ya no a partir de la religión o la moralidad tradicional, sino conforme con los dictados de los expertos en subjetividad. Estos expertos, con sus sistemas de veridicción, ofrecerían los criterios no solamente para la orientación del yo, sino para su conformación.6 Cabría no dejarnos llevar ligeramente por esta tesis de Rose porque, aunque resulta cierta, puede conducirnos a suponer que esta racionalidad neoliberal deja de lado el aspecto ético. Pensamos que un diagnóstico de nuestro presente muestra que la lógica de la competencia y la ilimitación del placer llevan emparentadas una búsqueda con arraigo profundo en valores, en orientaciones de vida, en relación del sujeto consigo mismo; es decir, el neoliberalismo tiene una propuesta ética. Pero también ofrece los vectores, los criterios éticos, las orientaciones de vida para que los individuos configuren formas de ser, estilos de vida, modos de relación con el mundo, con los otros y consigo mismo. Además, y esta es la tercera característica de esta racionalidad, les indica a las personas qué operaciones deben realizar sobre sí mismos para lograr el éxito, el bienestar y la felicidad a partir del adecuado usufructo de su capital humano. Adicionalmente, le muestra al sujeto cuáles son los aspectos de sí que deben ser intervenidos para el logro de los fines de esta racionalidad. Y, finalmente, esta ética lleva emparentada una mirada constante hacia sí mismo en el sentido de la vigilancia y la autorregulación, con lo cual los dispositivos de experticia y (auto)evaluación adquieren su mayor instrumentalidad.

      Sin embargo, no pasemos por alto que esta ética empresarial que articula, como ya lo decíamos, el gobierno político y el gobierno ético (Foucault, 2007) encuentra en las nuevas formas de experticia y autoridad de la subjetividad una estrategia concreta de realización. Y entonces somos testigos de un deslizamiento: los regímenes de veridicción ofrecidos por la autoridad experta en subjetividad (los expertos de la subjetividad, podríamos llamarlos), que opera bajo la figura de agentes exteriores al sujeto mismo, devienen regímenes de veridicción de sí mismo, lo que quiere decir que el sujeto se torna experto de sí. El neoliberalismo, con su radicalización del individualismo, posiciona como ideal normativo que cada individuo se transforme en experto de sí mismo. Hoy tanto la experticia de sí como las intervenciones que el sujeto hace para diseñar su vida se estructuran alrededor del eje de la economía, la cual “se convierte en una disciplina personal” (Laval y Dardot, 2013, p. 335). Esto quiere decir que la nueva gubernamentalidad ofrece el modelo empresarial como un unificador de la diversidad (ética, científica y política) que no había logrado realizar el liberalismo clásico. Por lo tanto, el sujeto producido por la racionalidad neoliberal debe maximizar los resultados a partir de su capital subjetivo, para lo cual requiere hacerse más competente y adaptado cada vez. Conocerse, en este contexto, resulta definitivo para el individuo, pues tiene que saber cuáles son sus capacidades y competencias para lograr el éxito. Pero también debe reconocer sus límites para franquearlos.

      Someterse a una labor sobre sí mismo, volviéndose experto de sí, todo ello alrededor del disciplinamiento económico, conduce a que el sujeto sienta que puede lograr la generación del mayor flujo de capitales posible, el disfrute sin límites y la felicidad definitiva. Someterse, como ya lo hemos señalado, no tanto en el sentido de verse obligado a sino en el de subjetivarse a partir de, se erige como el imperativo “libremente” asumido por las personas y alegremente prometido por el neoliberalismo.

      A nuestra manera de ver, la técnica concreta que se localiza como lazo articulador de la experticia de la subjetividad y la experticia de sí, del gobierno de los otros y del gobierno de sí, es la estrategia de la autoayuda. El sujeto neoliberal es alguien que considera que puede conocerse amplia y profundamente, que puede trabajar sobre sí mismo para lograr lo que quiere ser y que, aunque en un momento dado pueda requerir de la ayuda experta para vivir y conocerse, lo puede lograr solo. La autoayuda no es un tema nuevo. Ya Samuel Smiles había publicado en 1859 un texto de gran difusión llamado justamente Autoayuda (Illouz, 2007; Laval y Dardot, 2013), que se inscribe en la lógica individualista del capitalismo inicial, con lo cual queda clara su utilidad en el gobierno de la individualidad. Refiriéndose a la autoayuda, dicen Laval y Dardot (2013) que “la gran innovación de la tecnología neoliberal consiste, precisamente, en vincular directamente la manera en que un hombre ‘es gobernado’ con la manera en que ‘se gobierna’ a sí mismo” (p. 337).

      El liberalismo clásico pensaba el mercado como regido por leyes tan naturales como ajenas a las decisiones de los sujetos, los cuales se constituían en consumidores, calculadores del gasto según sus ingresos y ahorradores; en una palabra, equilibrados. Hoy el criterio de subjetivación es rendir al máximo, una rueda que nunca se detiene: “el sujeto está obligado a ‘trascenderse’, a ‘hacer retroceder los límites’, como dicen los managers y los entrenadores. Más que nunca hasta ahora, la máquina económica no puede funcionar en equilibrio, mucho menos perder” (Laval y Dardot, 2013, p. 361).

      Este más allá lo habíamos remitido al problema de la búsqueda sin fin del goce, el placer y el riesgo. Ser flexible y adaptado significa desarrollar la conciencia de que ningún obstáculo en realidad pone límite a las propias capacidades y a la generación de flujos de ingresos; para ello se dispone de la ayuda experta devenida autoayuda, dado que siempre el individuo puede adaptarse, es decir, desarrollar nuevas habilidades y capitales para responder a las exigencias del mercado. El nuevo sujeto no tiene límites, pues el “más allá de sí” es lo que pone en funcionamiento a sujetos y empresas. No obstante, aunque este es el anhelo de la racionalidad neoliberal, es necesario no dejarnos atrapar por el optimismo de esta lógica. El trascenderse se traduce en una sensación de insatisfacción casi estructural que habita al ser humano, puesto que representa no estar totalmente a gusto con lo que se es y lo que se tiene; es desear otra cosa; pero, sobre todo, es desear constantemente, desear más como manifestación de disconformidad fundamental consigo mismo. Por todo esto, señalamos que el rasgo subjetivante característico del êthos empresarial es la pérdida de los límites. El individuo ya no tiene freno, no hay diques para su creatividad, su empresarialidad, para ofrecerle al cliente lo que este desee.

      El mundo virtual de las nuevas tecnologías informáticas es el topos en el que cualquier cosa se puede simular, o sea, crear y existir. Eso implica poner por delante de la subjetivación el régimen del deseo y la certeza en cierta medida omnipotente del rendimiento y la eficacia individual para ser otra cosa, ser cada vez mejor y autosuperarse. Como lo han mostrado Laval y Dardot (2013), la idea (gestada a lo largo del siglo xx, pero consolidada en el último tercio de este) de que el mercado es un proceso de formación y transformación constante conducido por el sujeto mismo, que deviene sujeto económico diverso cada vez, introduce el discurso de que el mercado es un proceso en el que el sujeto aprende a conducirse, autoformarse, autoeducarse, autodisciplinarse y, finalmente, autoconstruirse. Este es el lugar de inserción de la tecnología de la autoayuda y, justamente por ello, la pregunta a la que intentan responder los manuales de autoayuda, desde Smiles, es ¿cómo ser exitoso, feliz, autorrealizado de la manera más rápida y expedita? Resulta lógico que estos tipos de manuales están construidos “económicamente”: con sus máximas, con su halagüeña casuística, con su régimen de consejos e indicaciones para su público lector pretenden la mayor transformación de los sujetos

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