La conquista del sentido común. Saúl Feldman
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UNA RAZÓN USADA PARA PERSUADIR QUE NO HA LOGRADO APELAR A INTERESES VITALES DE “LA GENTE”
Algo distinto, nuevo, está sucediendo. Muchas personas están actuando contra los que podrían definirse, naturalmente, como sus propios intereses. Sectores pobres y otros empobrecidos, no solo en la Argentina sino en otras partes del mundo, se dejan captar “ingenuamente” o apoyan abiertamente políticas neoliberales que desde el punto de vista económico, y de manera ostensible, afectan o afectarán sus bolsillos. Esto parece doblemente incomprensible. Por una parte, no se caracteriza esta época por la falta de información, más bien por su sobreabundancia, lo cual, en teoría, permitiría estar al tanto de hechos y circunstancias capaces de afectar el modo en que vivimos. ¿Han sido y son esos individuos engañados, manipulados? Todo tiende a ser explicado por el poder omnímodo de los medios de comunicación dominantes, por su capacidad de instalar una agenda y establecer un amplio aparato de “fake news” en el ecosistema comunicacional.
Está claro que se trata de políticas que suponen un visible deterioro de la propia experiencia de vida y de la posibilidad de acceso a bienes y servicios. Evidentemente, no se trata sin más de disponer de información, de un abordaje racional de los sucesos políticos. Se trata en todo caso de experiencias personales que, como tales, son vividas y, por lo tanto, sentidas. ¿Hay un deseo superior a la propia experiencia negativa de ciertos sectores perjudicados por el modelo que, de algún modo, prevalece y los hace actuar en acuerdo con intereses que les son ajenos? ¿Hay, en todo caso, la esperanza de que ese estado de cosas desventajoso sea apenas un precio inicial a pagar en función de un futuro mejor prometido, personal y/o colectivo?
Quienes se muestran sorprendidos en sus concepciones acerca de cómo deberían actuar esos sectores medios, medios bajos y pobres de la población creen, esperan, que en algún momento la experiencia sea lo suficientemente severa como para advertirles que han estado errados en sus opciones políticas.
Objetivamente, se ha producido un considerable desacople entre intereses económicos y conductas esperables. Esto es nuevo: en el pasado, las conductas en el plano social siempre se han correspondido más o menos consistentemente con la afectación de los intereses económicos.
La idea es que, por efecto de una rara sugestión colectiva, viven en el engaño y han sido cooptados por sus enemigos naturales. La explicación habitual, innegable en parte, es que la incesante labor de los medios de comunicación no solo les oculta una porción de la realidad, sino que también genera una agenda de temas que aleja a la gente de lo que es importante, imponiendo en el menú del intercambio cotidiano lecturas de la realidad que al cabo conducirían a esas conductas anómalas. Esta línea argumental desplaza, claro, el peso de la experiencia personal, y la percepción del contexto como un todo sensible imposible de eludir.
Si bien el bombardeo de los medios es un argumento razonablemente cierto, y también lo es, quizás, que hayan logrado imponer con cierta docilidad en la opinión pública la promesa del “derrame” que sobrevendrá una vez consumados todos los sacrificios que exige el modelo −a pesar de que el recurrente augurio, esgrimido en muchas oportunidades, nunca se cumple−, el rol de los medios masivos no alcanza por sí solo para explicar ese fenómeno de desacople. De hecho, tampoco se explican, como vimos, en el marco de expectativas que corresponden a aproximaciones tradicionales de exclusivo enfoque económico.
Cuando la cuestión se discute con los propios sectores afectados, empiezan a aparecer en el radar temas que antes no considerábamos. Básicamente, que la idea de “intereses” trasciende lo económico. Por eso, ciertos planteos táctico-políticos de persuasión, del estilo “fíjate cómo estabas hace tres años y cómo estás ahora”, si bien aparecen a todas luces correctos y contundentes, pues invitan a las personas a no dejarse cooptar por ideas engañosas y enfocarse en lo que “realmente” les sucede, el dilema es que este examen de la propia experiencia cotidiana está exclusivamente centralizado en lo económico, y no considera otros aspectos.
¿Qué herramientas fue desarrollando el macrismo como argumentos de persuasión que, captados como deseos y miedos en sus estudios de marketing político, resultaron vitales para convencer a sectores que en su momento habían acompañado con su voto a los gobiernos kirchneristas? Lo sintomático fue que esos deseos y miedos podían identificarse aun en un sistema que había alcanzado cierto nivel de bienestar para capas crecientes de la población, y que más allá de la encrucijada de los desafíos crónicos de la economía argentina en esa etapa de crecimiento con redistribución, y del hostigamiento constante al que era sometido por los medios que monopolizaban la opinión pública y por la oposición misma, parecía estabilizado en su representatividad política.
Pero hay otros intereses. Enunciamos aquí una lista de diez, los principales que el aparato de propaganda de Cambiemos seguramente confirmó a partir de tendencias globales estudiadas e identificó como deseos y miedos en sus “focus groups”, y que sirvieron como bases de interpelación que luego pasaron a integrarse en el diseño de la matriz ideológica de las campañas publicitarias, los claims y todos los desarrollos comunicacionales estratégicos que configuran el discurso del macrismo.
1. El interés por sentirse simétrico en relación a la/s autoridad/es. Considerarse quien ha concedido la autoridad que portan aquellos que toman las decisiones o lideran instituciones que condicionan las vidas de las personas es una buena creencia de época. Esa sensación de libertad individual, tan central hoy, derivada de la anulación de la opresión que deriva de la autoridad, es su resultado fundamental. Como un ejemplo de la exacerbación de este deseo no consumado se apuntó a las transmisiones en cadena que hacía la expresidenta, muy frecuentes, leídas en el contexto de una expresividad que marcaba su fuerte liderazgo, y usadas por la oposición para marcar un rasgo de supuesta falta de humildad, y aun de desprecio por la autonomía de cada individuo y su capacidad de decidir, incluso sobre su tiempo libre (en relación a la omnipresencia de la cadena oficial en las pantallas). En contraposición, la comunicación macrista subraya, a través de cuidadas puestas en escena (con armados fotográficos para las presentaciones públicas de los principales candidatos –luego funcionarios− y sus equipos en los actos, la construcción de la proxemia con abrazos, palmadas en el hombro y la cercanía “espontánea” del timbreo, el modo de vestir informal, etc.), que supone un nuevo modo de ver las cosas en el que “vos” sos un igual entre pares.
2. El interés por sentir que debe haber una alternativa al “conflicto” constante como modo de relación entre las personas. Primero fue la idea de caminar “juntos”. El llamado a “unir a los argentinos”, como una de las tres consignas centrales de campaña, apareció más tarde, en la campaña de 2015. El macrismo supo oponer a la lucha de intereses concretos alrededor de la redistribución de la riqueza que planteó el kirchnerismo la idea de colaboración, de “trabajo en equipo” como modo de vida. Cada intervención pública del Frente para la Victoria, incluso en el anuncio de medidas o la inauguración de obras que se presentaban como un resultado exitoso de la confrontación con las corporaciones, se encuadraba frecuentemente en ese “mundo de intereses en pugna”. Frente a ello, el macrismo opuso la idea de un mundo donde la única adversidad era la desunión frente a los desafíos “naturales” de la vida, destacando la colaboración frente al conflicto, la construcción y las obras como alternativa a la lucha, esa “grieta” que entrañaba tensión, la sensación permanente de un peligro, ante el cual había que encauzar positivamente las energías del país “en serio”.
3. El interés de sentir que se vive en un mundo ordenado, en el que cada uno ocupa un lugar natural y le ha sido asignada determinada función. Frente a un mundo presentado como desordenado, sin reglas precisas, parte de esa lucha en la que “cada uno hace lo que quiere”, lo que abría las puertas a la inseguridad, fortaleciendo el