La conquista del sentido común. Saúl Feldman
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Familiares: La negación sobre lo que afirma el sentido común supone, precisamente, correrse de la pertenencia a una supuesta comunidad lógica. Es esa relación cotidiana y frecuente con esas lógicas la que las vuelve cercanas e irrefutables. Desafiar esa familiaridad en tiempos de desconfianza o de convulsión puede llegar a ser un camino de reafirmación con otra familiaridad progresiva que de alguna manera había quedado latente.
Eficaces: Sirven para explicar y sustentar acciones de manera potente. Fundamentadas en creencias muy acendradas, esas ideas, razonamientos y argumentaciones se transforman en mecanismos persuasivos fuertes. El sentido común es aquello en lo que se piensa como razonable en términos de experiencia condensada, prejuicios que funcionan sobre mitos, rutinas, temores defensivos que se expresan en dichos, metáforas y frases hechas conocidas. Los rituales son parte de lo que puede parecer “inútil”, repetitivo para un espíritu crítico, pero necesario al sentido común, puesto que resultan dadores de certezas y seguridad.
SENTIDO COMÚN
Regulan los vínculos de personas y grupos entre sí en la vida cotidiana y también condicionan la toma de decisiones de todo tipo, entre ellas las decisiones políticas.
En el sentido común se desarrolla, entonces, la lucha política como generación de consensos y hegemonía. Con todo, se trata de una lucha que tiene en la cultura su espacio de combate, y ya no en la ideología, concepto más relacionado con el debate político en sentido estricto, con los modos de ver y actuar que se corresponden con el ejercicio y el sostenimiento del poder. Lo cultural se inscribe en las formas y estilos de vida, se articula con los rituales, con lo emocional, con lo afectivo que propone un vínculo con la realidad total, con “tu” vida. Lo ideológico coincide con lo cultural en que ambos son sistemas de ideas en los que personas y grupos toman conciencia del mundo que los rodea. Sin embargo, la ideología en sí se vuelve inespecífica a la hora de asumir la tarea de dar cuenta de la vida cotidiana de la gente. El campo ideológico es más bien el de la política y el poder, el de su conquista. Su interpelación tiene en las consignas su forma de condensación. Por el contrario, el sentido común, en el despliegue de discursos y comunicaciones, la activación de ideas y emociones, de persuasión, es de una mayor complejidad semiótica, cuyos significantes interpelan las creencias y los sentimientos más profundos.
Asimismo, esas diferentes narraciones que propone lo ideológico-político frente a lo cosmogónico se alimentan de otro tipo de monitoreos e investigaciones, puesto que la información requerida para construir las interpelaciones tiene, como dijimos, características y complejidades diferentes. El acercamiento a la “gente” que operó el macrismo estuvo inspirado en un saber que procedía no solo del mundo de la gestión empresarial, de donde provenían sus equipos, sino de una concepción y un saber técnico que, trascendiendo y alimentando las concepciones del marketing, puso en juego competencias filosóficas, semióticas, antropológicas, psicológicas, estéticas, digitales, aportadas por profesionales que pasaron a formar parte axial de esos equipos, ocupando lugares claves, y cuyo objeto de estudio no es otro que el sentido común.
Tras asumir la presidencia, Macri insistió reiteradamente en que lo que se necesitaba era un cambio cultural, imprescindible para convertir a la Argentina en un país “en serio”. No pedía simplemente un cambio en la formas de pensar, sino un cambio en el sistema cultural que servía de soporte a las actitudes y conductas cotidianas de los distintos sectores de la población, conforme al lugar que cada uno debía ocupar en la sociedad, identificando cuáles serían las formas de progreso individual consideradas legítimas y valorables y aquellas que no lo serían.
El examen de algunas de las frases-ideas que se desarrollaron antes y después para conquistar y luego extender la hegemonía del modelo neoliberal sobre el sentido común revela el fundamento familiar que tienen, esa suerte de información “autoexplicativa” de la experiencia personal y colectiva, y una expresión hiperbólica y general que en última instancia otorga legitimidad a todas esas ideas y argumentaciones, al tiempo que justifica y acrecienta ese sentimiento de odio condenatorio que el sentido común necesita.
La potencia movilizadora y apelativa de una “movida” en el sentido común es el resultado de una articulación entre el fundamento, el objeto y el interpretante de la construcción de que se trate. Es decir, su semiosis social es similar al funcionamiento de un signo. Una propuesta generada para afectar el sentido común tiene a) un fundamento, que es aquello que lo sostiene en su capacidad de representación y apelación. Se trata de sentimientos y emociones básicos, ancestrales como el odio, el miedo, el ansia de poder, la envidia, la búsqueda de seguridad, etc.; también creencias, ideas básicas, que contienen valores que sustentan códigos de identidad de una comunidad, que tienen alcance universal para ella: aquello que es ético y aquello que no lo es, lo que corresponde a una situación y lo que no, etc.; b) un objeto, que son los temas, sintagmas o significados que propone la embestida en el campo del sentido común, que se apoyan en el fundamento que le sirve de sustento y c) el interpretante, que es aquella disponibilidad de evaluación interpretativa que para una cultura dada, un sector determinado de una sociedad, puede tener una propuesta que se quiere imponer en el sentido común.
Las frases e ideas que traemos más abajo adquirieron una fuerte impronta en el campo del sentido común justamente porque lograron una fuerte articulación entre el fundamento, el objeto y el interpretante.
De alguna manera, esta aproximación permite poner el acento en la participación que la gente tiene en el establecimiento del sentido común, en un entramado complejo de sentimientos, captaciones e intercambios.
“Se robaron todo”: Acaso la más eficaz de estas ideas-frases, se apoya en el axioma de que los políticos –los de “la vieja política”− roban. La “información” es, en consecuencia, que el gobierno anterior robó, lo cual constituye una evidencia per se, que es obvia por lo que se “ve”, por lo que “sabemos”. Lo expresivo, lo emocional, opera en el orden cuantitativo del despojo, puesto que se apoderaron de “todo”, con lo que la argumentación se erige como explicación integral de la causa de todos los males de la sociedad.
“La pesada herencia”: Las consecuencias de ese robo son, obviamente, “pesadas”, y el cepo cambiario, los impuestos y retenciones, todo aquello que implica el cercenamiento de una “libertad”, significan que han querido apoderarse de lo que es de “uno”, obligando a que el producto del esfuerzo personal sea cedido, malamente, a una construcción colectiva cuya quintaesencia es la corrupción.
“Hay que pagar la fiesta”: El concepto a naturalizar es que se vivió por encima de las posibilidades del país y de la economía. Que lo vivido y gozado fue una “fiesta” irresponsable, en contraposición a lo que una fiesta debe ser, es decir, un hecho excepcional, que no se corresponde con la cotidianeidad. El máximo exégeta de esa idea-frase fue un funcionario (el presidente del Banco Nación, Javier González Fraga), quien aseguró que “le hicieron creer a un empleado medio que su sueldo servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior”. “Eso era una ilusión, eso no era normal”, agregó. Un axioma instrumentado para fijar a los sectores medios y bajos en su realidad histórica, que había sido trastocada como parte de una ilusión, una anomalía.
“Las tarifas estaban regaladas”: Una idea-frase que representa en su aceptación colectiva −bastante generalizada, por lo menos hasta fines de 2018−