La conquista del sentido común. Saúl Feldman

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La conquista del sentido común - Saúl Feldman

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mundos simbólicos, mejor. El entorno en el que nos proveemos de servicios y objetos allana en gran parte ese camino. La comunicación publicitaria ha creado buena parte de ese universo simbólico, y lo ha expandido. Esta red de valores establecida desde la publicidad es de incalculable importancia para la comunicación neoliberal, puesto que porta la idea inocente de proponer, creativamente, un fin práctico, mientras va delineando nuestros espacios de consumo corporal y emocional, espacios de vida que se sitúan como el modo natural y compartido de nuestra existencia. Es decir, esa inocentización de los motivos y los fundamentos que ponen en marcha esos mundos simbólicos está en la base de la construcción de una cultura cotidiana que pertenece a todos. Desde allí se interpreta la sensibilidad que componen los deseos y los miedos, que se conectan con creencias que se analizan y estudian, que se utilizan en pos de objetivos, que se monitorean constantemente, que vuelven a volcarse en ideas que le den razonabilidad y nueva emocionalidad a esos deseos. Y aunque muchos de ese “todos” se crean o sepan excluidos de la influencia de esa cultura simbólica, porque conocen la ficción elemental que las anima, porque están “vacunados” contra el influjo de esos valores que jamás compartirían, la potencia de ese andamiaje simbólico es la materia prima de la comunicación del poder, y se vuelve tan vasta su ascendiente en el imaginario cotidiano que obliga a cualquier interpelación política a partir siempre de él, aunque sea para intentar desmontarlo.

      Es difícil sostener que haya en esto una “manipulación” subliminal y escandalosa de conciencias y sentimientos. No hay aquí grandes confabulaciones. Más bien lo que hay son deseos, sueños que cada uno ha decidido adoptar como propios y que decide dejar a merced de ese trabajo del alma. Por eso es justo decir que esa tarea cuenta con la colaboración del poseedor de esa alma. De ese modo funciona la persuasión. Por tanto, la idea de la manipulación como explicación preclara y absoluta resulta al fin y al cabo falsa. Peor que eso: inútil para reflexionar y pensar nuevas alternativas. Podrá ser innegable que se escucharon muchas promesas falsas en la previa de las elecciones y que constituyeron una estafa electoral, pero esa constatación no basta para explicar el terreno ganado por el macrismo en la sociedad.

      1 Jorge Alemán, Horizontes neoliberales en la subjetividad, Grama Ediciones, 2016.

      2 Franco Berardi, “Bifo”, El trabajo del alma, Cruce Editora, 2016.

      3 Smart Barry, Resisting McDonaldization, Sage, 1999.

      4 Byung-Chul Han, La sociedad de la transparencia, Herder, 2013.

      5 Vommaro y otros, op. cit.

      6 En su documento “Hay otro país, hay otro futuro”, publicado por el grupo de intelectuales opositores Fragata en agosto de 2018, se advierte que “para el macrismo el problema es la sociedad argentina, a la que considera el principal obstáculo para alcanzar una supuesta ‘modernización’. En consecuencia, se plantea a sí mismo como un hecho fundacional que busca desarmar ‘hábitos populistas’”. El documento agrega que “gobiernan a la Argentina como si fuera un país que debe achicarse, ‘sincerarse’, avergonzarse, retraerse. Gobiernan a la Argentina como si fuera un país de mierda”.

      7 Harold Bloom, Shakespeare. La invención de lo humano, Anagrama, 2002.

      II

       EL SENTIDO

       COMÚN

      CABARET (BOB FOSSE, 1972)*

      * Cabaret fue una película muy exitosa, tanto a nivel de premios (obtuvo ocho Óscar) como en términos comerciales. Representó, en 1972, una suerte de renacimiento del musical como género. Con Liza Minelli, Michael York y Joel Grey en los papeles estelares, está ambientada en los comienzos de la década del 30, en Berlín, y traza una alegoría entre el mundo híbrido del cabaret, con sus personajes “monstruos”, y la sociedad convulsionada que veía el auge del nazismo en Alemania. Tiene varias escenas que quedaron en la memoria colectiva como parte de esa alegoría sociopolítica: “Willkommen”, la entrada al cabaret como representación del mundo; o “Money, Money”, lo que lo hace andar. De algún modo, lo que funciona dentro del cabaret es una forma parodiada, crítica, por lo tanto, pero también tétrica y sarcástica, del sentido común, que es así revisado. Sin embargo, es la escena que se desarrolla fuera de ese lugar, quizás, una de las representaciones cinematográficas más sintéticas y acabadas de la adhesión emocional e irracional de un pueblo, el alemán, a una propuesta política que implicaba una cosmovisión perversa y destructiva, en cuya génesis ya podía verse que estaba destinada al desastre, para el judaísmo europeo, para gran parte de Europa y para el sufrimiento del propio pueblo alemán. La escena se desarrolla en una cervecería en la campiña, a cielo abierto, en un ambiente bucólico, que transmite tranquilidad pueblerina, casi romántico, en el que irrumpe un adolescente rubio y de ojos celestes, bello, que, pronto descubrimos, a medida que la cámara se aleja del primer plano de su rostro, está vestido con un uniforme nazi, con el brazalete y la esvástica. El joven canta “El futuro me pertenece”, y conforme va subiendo el tono emocional de su interpretación, se van plegando a cantar con él todos los parroquianos −salvo un viejo que está claramente a disgusto−, de distintas edades, de distinto género y origen social, poniéndose de pie en forma marcial, enfervorizados, y sus rostros se van desfigurando en un rictus de desafío amenazante, cargado de orgullo pasional, con cierto matiz de fuerza vengativa, de odio. La letra de la canción hace mención a un idílico contexto campestre de flores que abrazan abejas, cervatillos vagando por el bosque, amor, niños que esperan el llamado de la patria para hacerse cargo del futuro, porque “el futuro me pertenece”. Una poética que promete un futuro brillante −que dejaría atrás el humillante Tratado de Versailles y la crisis de la República de Weimar−, en el marco de una atmósfera de dulzura inocente que encierra, empero, una terrible amenaza. Mientras tanto, nosotros, espectadores, embargados por el propio clima épico y emocional que habitan los personajes, nosotros, sabedores de la tragedia que sobrevendría como consecuencia, también, de esas subjetividades capturadas, sentimos la angustia y el horror de la historia. Una historia que contó con la complicidad de millones de personas comunes que adhirieron irracionalmente a esa atmósfera, a esas ideas cargadas de soberbia y odio. Espectadores, llegamos a sentir en el cuerpo, en esa escena de Cabaret, cómo pudo haberse performado esa construcción social y subjetiva al cabo catastrófica. En una sola escena, toda la horrorosa captura emocional del sentido común.

      OBJETIVO: COOPTAR EL SENTIDO COMÚN Y COLONIZAR LA SUBJETIVIDAD ¡NO ES LA IDEOLOGÍA, ES EL SENTIDO COMÚN!

      Lo que luego llegaría a ser el “macrismo” entendió bien temprano, en los inicios del milenio, aun antes de pensarse como una estructura partidaria, “que meterse en política”, con las reglas de juego de un sistema democrático,

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