La conquista del sentido común. Saúl Feldman
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La película de Resnais obtuvo en 1962 el León de Oro en Venecia y el Premio Méliès.
* Paul Ricoeur. Tiempo y narración, Siglo XXI, 2003.
LA CARACTERIZACIÓN DEL MODELO NEOLIBERAL MACRISTA Y EL USO DE LA MEMORIA COLECTIVA PARA ENTENDER QUÉ PASA Y, SOBRE TODO, QUÉ HACER
A la hora de intentar comprender qué estaba pasando, en medio de la sorpresa por los resultados electorales de 2015 y la conmoción que causaba la vorágine de las primeras medidas tomadas por el gobierno de Mauricio Macri, que transformaban radicalmente la organización económica, distributiva y social, se recurrió a la comparación con experiencias pasadas: “Esto yo ya lo viví”. Esta expresión sigue escuchándose con frecuencia y sirve, en general, para emparentar las políticas de la administración Cambiemos en materia económica y social con los no tan lejanos 90. La referencia a aquellos años marcados por las políticas neoliberales de Carlos Menem permitía, de paso, denunciar los antecedentes ideológicos y de prácticas empresariales no solo del nuevo presidente, sino de muchos de sus ministros y funcionarios, algunos de los cuales fueron parte de ese gobierno, habían lucrado con la privatización de las empresas estatales (como la familia Macri) o sencillamente apoyaron fervientemente aquella experiencia. También se recurrió y se recurre hoy a la analogía con el 55 y con la última dictadura cívico-militar iniciada en 1976 para caracterizar el actual proceso.
Quizás valdría la pena salir al encuentro de esa reacción primera con el ánimo de precisar que “no, ahora no es exactamente así”, con el objetivo de entender, en sus especificidades, en qué consiste el régimen macrista. Además, ¿por qué no se producen aquellas reacciones que, muchos suponen, deberían aparecer masivamente frente a las regresivas medidas adoptadas en estos tres años, como sucedió en otras épocas?
Es diferente esta experiencia neoliberal macrista en muchos aspectos esenciales respecto de las experiencias neoliberales anteriores, a pesar de representar a prácticamente los mismos intereses corporativos y que el programa de reformas económico-sociales implicadas sea similar y que los beneficiarios de este modelo pertenezcan a los mismos sectores de entonces. Es cierto, desde luego, que la memoria colectiva no puede dejar de activar la propia experiencia pasada para entender lo que sucede en el presente. También es cierto que desde el poder se repiten formas que inevitablemente estos sectores tienen incorporadas en su propia memoria del ejercicio del poder: las políticas de exclusión y de odio, sobre todo. Sin embargo, muchas son las diferencias.
Y lo diferente es, más allá de un contexto económico y político global totalmente distinto, el proyecto político en sus modos de construir consensos y adhesiones en contextos sociales y culturales muy distintos, en el marco del uso de estrategias comunicacionales y de formas de construir hegemonías que han cambiado notablemente. Tampoco son lo mismo una estrategia muy articulada que planee establecer un régimen y otra que, siendo parte de un esquema global, aspira a instalarse por décadas basada no ya en la fuerza –por lo menos, no desde el inicio ni centralmente−, sino transformando la esencia cultural y política de la sociedad de manera tal que nunca más se habilite la posibilidad de que emerjan “populismos” indeseables. Tampoco, como contexto favorable a esa intención, son las mismas las macrotendencias culturales, ahora globales, que intervienen con eficacia creciente sobre la realidad política y la realidad de vida cotidiana y la subjetividad. Estas no son circunstancias secundarias de este proceso, sino condicionantes cada vez más potentes en la determinación de los hechos.
Esos contextos diferentes –culturales, comunicacionales y de generación de hegemonía− contribuyen a construir escenarios también disímiles en las formas de asimilar, antagonizar y reaccionar frente a las condiciones de vida planteadas y a los conflictos latentes en ellas.
El arsenal de medidas económicas antipopulares y las herramientas de persecución política puestas en juego por el actual gobierno permitieron desde el primer momento trazar vínculos establecidos con otras experiencias históricas de la derecha en el poder. Cuando la estrategia política pasa por generar odio en la sociedad –apuntando, por ejemplo, a demonizar las figuras de Cristina y Néstor Kirchner y convertir en malas palabras sus nombres−, la relación con el 55 devuelve una imagen que resulta suficientemente explicativa en los términos de aquella época de furioso antiperonismo en el que los nombres de Perón y Evita y toda mención al movimiento justicialista fueron hasta prohibidos por decreto1, y parece justificar la expresión “esto yo ya lo viví”. Con fuertes similitudes respecto de aquella época, la cimentación de un odio visceral contra el gobierno anterior, apalancado sistemáticamente por los medios concentrados, es un eje comunicacional fundamental del macrismo. Como entonces, se construyó un fortísimo argumento alrededor de la “corrupción”, aunque también se han esgrimido con indisimulable eficacia mensajes en torno a la falta de la libertad (en particular, respecto del “cepo cambiario” y las restricciones para adquirir dólares, hoy impuestas de hecho por la crisis, y con la burda puesta en escena de los periodistas del establishment que “querían preguntar”).
En el 55, a nivel del lenguaje el ataque se expresó a través de la pura y brutal supresión de la palabra; ahora lo que se produjo fue una exacerbación macartista traducida en axiomas irrefutables (“se robaron todo”) o sencillamente en el estigma de una letra, la “K”. Los paralelismos, siempre dispares, entre lo que sucede hoy y los años posteriores al derrocamiento de Perón abrevan en las detenciones arbitrarias de exfuncionarios opositores –el caso más flagrante es el del hostigamiento jurídico y el encarcelamiento irregular de la dirigente jujeña Milagro Sala−, a través de una nueva y aviesa interpretación de la prisión preventiva, con escenificaciones deliberadamente