La conquista del sentido común. Saúl Feldman

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La conquista del sentido común - Saúl Feldman

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no como base para la caracterización pormenorizada del régimen macrista, y supone, por el contrario, el riesgo de impedir la identificación correcta de las condiciones en las que un trabajo de comunicación política como el que puso en marcha este gobierno puede resultar exitoso.

      En un contexto en el que se habla no solo de cambio de época, sino que se afirma la emergencia de una verdadera crisis civilizatoria, es difícil sostener que lo que está pasando ya ha pasado antes, restringiendo la comparación a la pertenencia de ciertos personajes a segmentos económicos y de ciertas medidas económicas a modelos que, por otra parte, operan, como dijimos, también de manera diferente. Trazar un paralelo entre el ciclo neoliberal actual y los de épocas pasadas es imposible sin llevarse puesta la evidencia de que el propio accionar del neoliberalismo cambió, y poner en peligro el diseño de estrategias políticas certeras que permitan enfrentarlo.

      La sorpresa, la consternación, la alusión a la “pesadilla”, el “no lo puedo creer”, son expresiones que muestran que las referencias al pasado, a aquello que se creía había quedado atrás en la historia, no alcanzan por sí solas si no se complementan con otras explicaciones que marquen las diferencias entre un proceso y otro, y producen, por el contrario, una cierta parálisis especulativa.

      Y no es solo la sorpresa por lo que se percibe como la vuelta de algo que se pensaba superado. Sino, y sobre todo, por el modo en que el poder traspone límites de manera implacable y, llamativamente, sin que se produzcan reacciones importantes, contando incluso con el apoyo de parte importante de la población.

      Es quizás a partir del particular modo de maniobra de Cambiemos en el ejercicio del poder que se vuelve estéril la elucubración sobre qué período histórico es el que vuelve en término de prácticas de gestión. Hay una manera novedosa, articulada, de gobernar que el macrismo cultiva sin encerrarse en dilemas que le son ajenos, y que en cualquier caso reúne elementos comunicacionales afines a las tres experiencias previas ya citadas: es al mismo tiempo la imposición del silencio y la búsqueda de la destrucción y dignidad del otro, como en el 55, ahora con el control hegemónico de los medios masivos de comunicación bajo formas de coacción articuladas que cuentan con consenso social transclasista; es el cinismo del 76, con el manejo de un lenguaje generado y adoptado para instaurar realidades y discursos paralelos, unos oficiales y abiertos, otros encubiertos y clandestinos, como son los trolls, los “carpetazos”, los aprietes y el manejo de la justicia; y son los 90, con sus promesas de derrame, pero esta vez en un contexto de reformas económicas y sociales que quieren abrir una nueva etapa histórica civilizatoria, con el apoyo de una importante base social que se reúne alrededor del desarrollo del emprendedorismo y la idea meritocrática del progreso individual.

      Pero, sobre todo, la caracterización distintiva del macrismo es su modo político y comunicacional de gestión altamente planificado, disciplinado y articulado. Que monitorea constantemente cada una de sus acciones en sus ámbitos de influencia y que ha desarrollado una filosofía social que lleva a la práctica de manera también muy regulada.

      El modelo neoliberal activado en este nuevo contexto procura rediseñar una nueva sociedad, y su objetivo central estratégico es el “cambio cultural”, tal como lo enuncian los portavoces del gobierno y, especialmente, Macri. No se trata simplemente de cambios económicos, políticos, sociales, por más fuertes que sean. Se trata de conseguir que el sistema de valores de las personas, su forma de procesar la realidad, de concebirla, su propia subjetividad, su alma, se conviertan en el verdadero sostén del proyecto. El contexto actual, las nuevas condiciones para la constitución de subjetividades, le juegan a favor. Hablamos de una cultura que privilegia el individualismo y que tiene en el tiempo presente el modo de valoración de las cosas, aunque hable constantemente de futuro.

      Y todo este proceso de “cambio”, veremos, ocupa el epicentro de una política planificada de disciplinamiento social, escenificada con métodos y lenguajes cada vez más violentos, que alcanza a todos los niveles de la sociedad y que recurre a una vasta red de medios.

      1 El decreto ley 4161 del año 1956, sancionado por el general golpista y presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu, prohibía pronunciar los nombres de Juan Domingo Péron y Eva Perón o cualquier mención que se considerara propagandística del peronismo.

      2 Crouch, Colin, Posdemocracia, Taurus, España, 2004.

      IV

       “IR CONTRA LOS PROPIOS

       INTERESES”

      EL VIAJANTE

       (ASGHAR FARHADI, 2017)*

      * Forushandeh (El viajante) es una película de 2016, dirigida por el iraní Asghar Farhadi, que se ocupa del deseo de venganza de un marido que ve afectada su “hombría” a partir de un ataque sexual sufrido por su esposa, en una sociedad tradicionalista, religiosa y machista como la iraní. El film muestra cómo ese deseo vengativo lo envuelve en una serie de actos crueles, desconsiderados respecto de su propia mujer, la víctima, a la que termina perdiendo. Se trata de un joven matrimonio de actores, burgueses, intelectuales, progresistas, que debe dejar su departamento en refacción y se instala en otro que les consigue un amigo, en el que han quedado pertenencias de su antigua moradora, una mujer que aparentemente se dedicaba a la prostitución. Ellos están representando La muerte de un viajante, dejándonos ver una construcción en espejo entre la historia de la película y la pieza teatral.

      Cuando un individuo ataca a la esposa mientras esta tomaba un baño, se desatan a la vez la preocupación del esposo por la mujer, herida y conmocionada, y su ira. Encuentra al atacante, un señor mayor, cabeza de una familia de clase media tradicional iraní, que tenía una relación con la prostituta que había vivido en esa casa. Queda claro que el individuo no intentó violarla: primero la confundió con su amante, luego se vio tentado de verla desnuda y, asustado al verse descubierto, la atacó. La historia refleja en espejo aspectos centrales de la célebre obra de Arthur Miller, de 1949, aunque la relación entre sistema social-cultural e individuo es más unívoca y totalizante en Miller que en la película de Farhadi. En la obra de teatro, el protagonista, producto frustrado del sueño americano, llega a la edad de su retiro considerándose importante y reconocido en su rol de vendedor de una firma, y aunque en la realidad está en franca decadencia, abandonado a su suerte por su patrón, tiene envueltos en esa fantasía grandilocuente a sus dos hijos y a su esposa. Despótico, responsable de haber generado una familia dependiente y frustrada como reflejo de su propio engaño, el viajante decide, ante el descalabro emocional y financiero que sobreviene, quitarse la vida. Por fin, su mujer se pregunta por qué nadie ha asistido al sepelio.

      El protagonista del film iraní, arrastrado por un paradigma cultural naturalizado e impuesto por la sociedad, ve cómo su ira −que su mujer desaprueba− va desplazando el amor que siente por ella −que bajo tales circunstancias queda amenazado− por el mandato de vengarla.

      Ambas historias muestran, en conjunto, el poder de sistemas culturales que, marcándolos con una impronta individualista y exitista por un lado, y machista por el otro, lleva a los personajes a destruirse a sí mismos y a sus vínculos más cercanos. Esa impronta cultural es tan fuerte en el personaje iraní que lo lleva a repetir la situación de La muerte de un viajante, sin haber comprendido nada de la obra que montaba con su compañía.

      Esta tragedia no aprendida, este no aprendizaje, habla de cuán difícil es para los protagonistas entender sus “verdaderos intereses”, atrapados en sistemas que generan fantasías trágicas para ellos. Esos personajes que

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