Matar. Dave Grossman

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Matar - Dave Grossman General

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del tirador y el estado del arma. Con un potencial de la tasa de aciertos superior al 50 por ciento a la distancia media de combate de esa época, la tasa de bajas debería haber sido de cientos por minuto, en vez una o dos. El eslabón débil entre el potencial para matar y la capacidad de matar de estas unidades era el soldado. El hecho es que, enfrentada a un oponente vivo que respira en vez de a dianas, una mayoría significativa de los soldados revierte al modo de la postura y dispara por encima de la cabeza de su enemigo.

      En su soberbio libro Acts of War, Richard Holmes examina la tasa de aciertos de los soldados en varias batallas históricas. En Rorkes Drift en 1897, un pequeño grupo de soldados británicos se vio rodeado y claramente superado en número por los zulús. Disparando una ronda tras otra contra el grueso de las filas enemigas a quemarropa, parecería que ninguna bala podría fallar. Pero Holmes estima que, en realidad, se dispararon aproximadamente trece balas por cada acierto.

      De igual manera, los hombres del general Crook dispararon 25.000 balas en Rosebud Creek el 16 de junio de 1876, con el resultado de 99 bajas entre los indios, o 252 balas por acierto. Y en la defensa francesa desde posiciones fortificadas durante la batalla de Weissenburg en 1870, los franceses que disparaban a los soldados alemanes que avanzaban a campo abierto dispararon 48.000 balas alcanzando a 404 alemanes, con una tasa de acierto de 1 por cada 119 balas disparadas. (Y algunas, o posiblemente la mayoría, de las bajas se debieron al fuego de artillería, lo que hace que la capacidad mortífera de los franceses sea aún más sorprendente.)

      El interés de las tribus primitivas por la postura en detrimento de la lucha en tiempos de guerra es por lo general un caso demasiado flagrante. Richard Gabriel señala que las tribus primitivas de Nueva Guinea eran muy certeras con los arcos y flechas que empleaban para cazar, pero cuando iban a la guerra los unos contra los otros quitaban las plumas del dorso de sus arcos, y era tan solo con estos arcos imprecisos con los que libraban la guerra. De la misma manera, los amerindios consideraban el «golpe que cuenta», o simplemente tocar al enemigo, como algo más importante que matar.

      Esta tendencia puede verse en las raíces de la forma occidental de librar la guerra. Sam Keen destaca que al profesor Arthur Nock de Harvard le gustaba decir que las guerras entre las ciudades Estado «eran tan solo un poco más peligrosas que un partido de fútbol americano». Y Ardant du Picq apunta que, en todos sus años de conquista, Alejandro Magno perdió tan solo a setecientos hombres pasados por la espada. Su enemigo perdió muchísimos más, pero casi siempre esto ocurría tras la batalla (que, al parecer, no era más que un torneo casi incruento de empujones), cuando los soldados enemigos se daban la vuelta y empezaban a correr. Carl von Clausewitz apunta lo mismo cuando señala que, históricamente, la inmensa mayoría de bajas en combate se daban en la persecución una vez que uno u otro había ganado la batalla. (El porqué de esto se examinará en detalle en la sección «Matar y la distancia física».)

      Tal y como veremos, las técnicas modernas de adiestramiento y condicionamiento pueden superar parcialmente la inclinación a la postura. De hecho, la historia de la guerra puede verse como la historia de mecanismos cada vez más efectivos para habilitar y condicionar a los hombres para que superen su resistencia innata a matar a sus congéneres. En muchas circunstancias, soldados modernos altamente adiestrados han luchado contra fuerzas guerrilleras mal adiestradas, y la tendencia de las fuerzas mal preparadas a adoptar instintivamente mecanismos de postureo (como, por ejemplo, disparar hacia arriba) ha otorgado una ventaja significativa para la fuerza altamente adiestrada. Jack Thompson, un veterano de Rodesia, vio el mismo proceso en el combate contra fuerzas no adiestradas. En Rodesia (hoy en día Zimbabue), Jack Thompson señala que su acción inmediata consistía en «soltar nuestros petates y asaltar disparando … siempre. La razón era porque las guerrillas no eran capaces de disparar de forma efectiva, y sus balas se iban hacia arriba. Podíamos rápidamente establecer una superioridad en el fuego, y rara vez perdíamos a un hombre.»

      Esta superioridad psicológica y técnica en el adiestramiento y la habilitación para matar continúa siendo un factor vital en la guerra moderna. Se puede ver en la invasión británica de las Malvinas y en la invasión estadounidense de Panamá en 1989, en las que el éxito tremendo de los invasores y la llamativa disparidad en la tasa de muertes puede en parte ser explicada por el grado y calidad del adiestramiento de las distintas fuerzas. Esto también se ve en las largas guerras en Iraq y Afganistán, en las que las fuerzas de Estados Unidos y la otan tenían tal ventaja en los enfrentamientos armados que el enemigo tan solo conseguía infligir bajas mediante «artefactos explosivos improvisados», que solían conocerse como bombas trampas.

      Errar el objetivo no implica necesariamente disparar descaradamente arriba, y dos décadas en los campos de tiro del ejército me han enseñado que un soldado tiene que disparar inusualmente hacia arriba para que sea obvio para el observador. En otras palabras, el fallo deliberado puede ser una forma sutil de desobediencia.

      Uno de los mejores ejemplos de un fallo intencional lo encontramos en mi abuelo John, quien había sido asignado a un pelotón de ejecución durante la primera guerra mundial. Una fuente principal de su orgullo de sus días como veterano era que había sido capaz de no matar mientras formaba parte de ese pelotón de ejecución. Sabía que las órdenes serían «preparados, apunten, fuego», y sabía que, si apuntaba al prisionero a la orden de «apunten», le daría al objetivo al que apuntaba cuando se diera la orden de «fuego». Su respuesta era apuntar a un punto un poco alejado del prisionero a la orden de «apunten», lo que le permitía errar cuando apretaba el gatillo a la orden de «fuego». Mi abuelo fanfarroneó el resto de su vida por haber sido de esta forma más listo que el Ejército. Por supuesto que otros en el pelotón de ejecución mataban al prisionero, pero él tenía la conciencia tranquila. De igual forma, al parecer generaciones de soldados ganaron la partida a los poderes fácticos, de forma intencionada o instintivamente, simplemente ejerciendo el derecho del soldado a errar el tiro.

      Otro ejemplo excelente de soldados que ejercen su derecho a errar el tiro es este relato de un mercenario y periodista que acompañó a una unidad de la Contra de Edén Pastora (alias Comandante Cero) en una emboscada contra una lancha fluvial civil en Nicaragua:

      Nunca olvidaré las palabras de Surdo cuando imitaba una arenga de Pastora previa a una batalla, en la que le decía a la formación al completo: «Si mata una mujer, mata una piricuaco; si mata un niño, mata un piricuaco».

      Piricuaco es un término ofensivo que significa perro rabioso, y que empleábamos para referirnos a los sandinistas. Así que, de hecho, lo que decía Sardo era: «Si mata a una mujer, está matando a una sandinista; si mata a un niño, está matando a un sandinista». Así que nos fuimos a matar mujeres y niños.

      De nuevo formaba parte de los diez hombres que realmente iban a realizar la emboscada. Despejamos el campo de fuego enemigo y nos dispusimos a esperar la llegada de mujeres y niños y cualquier otro pasajero civil que pudiera haber en esa lancha.

      Cada hombre estaba solo con sus pensamientos. No se habló ni una sola palabra sobre la naturaleza de nuestra misión. Surdo caminaba nervioso de un lado a otro unos metros por detrás, bajo la protección de la jungla.

      … El ruidoso zumbido de los poderosos motores diésel de la lancha de veinte metros precedieron su

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