Matar. Dave Grossman

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Matar - Dave Grossman страница 10

Matar - Dave Grossman General

Скачать книгу

Aquellos que no dispararon no salieron corriendo o se escondieron (en muchos casos corrieron muchos riesgos para rescatar a sus camaradas, conseguir munición o llevar mensajes), sino que simplemente no dispararon sus armas contra el enemigo, incluso cuando se veían atacados por diferentes oleadas de cargas banzai.1

      La pregunta es: ¿por qué estos hombres no dispararon? Cuando empecé a examinar esta cuestión desde el punto de vista de historiador, psicólogo y soldado, empecé a darme cuenta de que faltaba un factor fundamental en la comprensión del acto de matar en combate, un factor que da respuesta a esta pregunta y mucho más. Este factor que faltaba es el hecho sencillo y demostrable de que existe, en la mayoría de los hombres, una resistencia intensa a matar a sus semejantes. Se trata de una resistencia tan arraigada que, en muchas circunstancias, los soldados en el campo de batalla morirán antes de superarla.

      Para algunos esto resulta «obvio». «Por supuesto que es difícil matar a alguien», dirían. «Yo no sería capaz de hacerlo.» Pero se equivocan. Con el condicionamiento y las circunstancias adecuadas, parece ser que casi cualquiera puede matar y lo hará. Otros pueden decir que «cualquier hombre matará en combate cuando se enfrenta a alguien que intenta matarle». Y se equivocarían mucho más, porque en esta sección evidenciaremos que, a lo largo de la historia, la mayoría de los hombres en el campo de batalla no intentó matar al enemigo, ni siquiera para salvar su propia vida o las de sus amigos.

      1. Ha habido una controversia considerable en relación con la calidad de la investigación de Marshall en esta área. Algunos escritores modernos (como Harold Leinbaugh, autor de The Men of Company K), se muestran particularmente vehementes en su creencia de que la tasa de disparos durante la segunda guerra mundial fue significativamente más alta de lo que Marshall afirmó. Sin embargo, veremos que por todas partes mi investigación ha descubierto información que corroboraría la tesis esencial de Marshall, si no su porcentaje exacto. Las investigaciones de Paddy Griffith sobre la tasa de muertes provocadas por los regimientos de infantería en las batallas napoleónicas y de la Guerra Civil estadounidense; los estudios de Ardant du Picq; las investigaciones de soldados y estudiosos tales como el coronel Dyer, el coronel Gabriel, el coronel Holmes, y el general Kinnard; y las observaciones de veteranos de la primera y segunda guerra mundial como el coronel Mater y el sargento Roupell —todas ellas corroboradas por las conclusiones de Marshall—.

      Sin lugar a dudas, este asunto requiere más investigación y estudio, pero no alcanzaría a entender la razón por la que estos investigadores, escritores y veteranos alterarían la verdad. Sí puedo, sin embargo, comprender y apreciar las muy encomiables emociones que moverían a los hombres a sentirse ofendidos por cualquier cosa que pudiera asemejarse a mancillar el honor de esos soldados de infantería que sacrificaron tanto en el pasado de nuestra (o cualquier otra) nación.

      Las últimas descargas de esta batalla en curso estaban del lado de Marshall. Su nieto, John Douglas Marshall, recoge en su libro Reconciliation Road una de las refutaciones más interesantes y convincentes. John Marshall fue objetor de conciencia durante la guerra de Vietnam y fue completamente repudiado por su abuelo. No tenía razón para querer a su abuelo, pero concluye en su libro que la mayor parte de lo que escribió S. L. A. Marshall «resulta todavía válido, si bien muchas cosas de su manera de vivir merecen crítica».

      1 Luchar o huir, postura o sumisión

      Una de las raíces de nuestra equivocación en torno a la psicología del campo de batalla estriba en una mala aplicación del modelo luchar-o-huir ante el estrés del combate. Este modelo sostiene que, ante el peligro, una serie de procesos fisiológicos y psicológicos preparan y apoyan a la criatura en peligro para o bien luchar o bien huir. La dicotomía luchar-o-huir resulta un conjunto apropiado de opciones para cualquier criatura que se enfrenta a un peligro distinto al que proviene de su propia especie. Cuando examinamos la respuesta de las criaturas que se enfrentan a la agresión de su propia especie, el conjunto de opciones se expande para incluir la postura y la sumisión. Esta aplicación del patrón de respuestas intraespecies en el reino animal (es decir, luchar, huir, postura y sumisión) a la guerra humana es, hasta donde yo sé, completamente nuevo.

      La primera decisión en un conflicto intraespecies suele centrarse en huir o adoptar una postura. Un babuino amenazado o un gallo que decide mantenerse firme no responde a la agresión de uno de su especie lanzándose instantáneamente a la yugular de su enemigo. Por el contrario, ambas criaturas se enzarzan instintivamente en una serie de posturas que, si bien son intimidatorias, casi siempre resultan inofensivas. Estas acciones buscan convencer al oponente, tanto mediante la vista como el sonido, de que el que hace el postureo es un adversario peligroso y aterrador.

      Cuando el actor del postureo no consigue disuadir a un oponente de su misma especie, las opciones entonces son luchar, huir o someterse. Cuando se opta por la opción de luchar, casi nunca es a muerte. Konrad Lorenz señaló que las pirañas y las serpientes de cascabel morderán a cualquier cosa pero, entre animales de la misma especie, las pirañas luchan con golpes con sus colas y las serpientes de cascabel forcejean. Por lo general, en algún momento de estas luchas tan acotadas y no letales, uno de estos oponentes intraespecies se sentirá intimidado por la fiereza y el arrojo de su oponente y, entonces, sus únicas opciones serán la sumisión o la huida. La sumisión resulta ser una respuesta sorprendentemente común, que adopta la forma de mostrarse servil y mostrar alguna parte vulnerable de la anatomía al vencedor, con el conocimiento instintivo de que el oponente no matará o infligirá más daño a uno de su especie toda vez que este se ha rendido. La postura, la lucha de mentirijillas y el proceso de sumisión son vitales para la supervivencia de las especies. Previene muertes innecesarias y garantiza que un macho joven sobrevivirá a las primeras confrontaciones cuando sus oponentes son más grandes y están mejor preparados. Cuando comprueba que su oponente le gana en la postura, puede someterse y vivir para aparearse, transmitiendo sus genes años más tarde.

      Existe una clara distinción entre la violencia y la postura. El psicólogo social de Oxford Peter Marsh señala que lo vemos en las pandillas de Nueva York, en «los denominados guerreros y miembros de tribus primitivas», y resulta cierto en casi cualquier cultura del mundo. Todas comparten el mismo «patrón de agresión» y todas tienen patrones de postureo, lucha de mentirijillas y sumisión «bien diseñados y altamente ritualizados». Estos rituales coartan y centran la violencia en posturas y exhibiciones relativamente inofensivas. Lo que se crea es una «ilusión de violencia perfecta». Agresión, sí. Competitividad, sí. Pero solo «un nivel ínfimo» de violencia real.

      «Siempre hay», concluye Gwynne Dyer, «el psicópata esporádico que realmente quiere cortar a alguien en rodajas», pero a la mayoría de los contendientes lo que realmente les interesa es «el estatus, la exhibición, el provecho, y la contención de los daños». Al igual que sus contemporáneos en tiempos de paz, para los chicos que han participado en combates cuerpo a cuerpo a lo largo de la historia (y son chicos, o varones adolescentes, los que la mayoría de las sociedades envía tradicionalmente para que luchen en su nombre), matar al enemigo era la menor de sus intenciones. En la guerra, al igual que en las guerras de pandillas, el objetivo estriba en adoptar una postura amenazante.

      No se veía a los que gritaban, y una compañía podía hacerse pasar por un regimiento si gritaba lo suficientemente fuerte. Los hombres hablaron más tarde de varias unidades en ambos bandos que habían sido descolocadas de sus posiciones «a gritos».

      En estos casos de unidades descolocadas de sus posiciones a gritos, vemos la adopción de una postura amenazante en

Скачать книгу