Matar. Dave Grossman

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Matar - Dave Grossman General

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de nuestro fracaso a la hora de tratar la violencia yace en nuestro rechazo a encararla. Negamos nuestra fascinación por la «belleza oscura de la violencia», y condenamos la agresión y la reprimimos en vez de mirarla a la cara para entenderla y controlarla.

      Y, por último, pido disculpas ahora mismo si en mi hincapié en el dolor de los que matan no trato suficientemente el dolor de las víctimas. «El que aprieta el gatillo», escriben Allen Cole y Chris Bunch, «nunca sufre tanto como la persona destinaria». Es la existencia del dolor y de la pérdida de la víctima lo que reverbera para siempre en el alma del que ha matado, lo que se encuentra en el fondo de su dolor. Leo Frankowski nos dice que «las culturas desarrollan ángulos ciegos, cosas sobre las que ni siquiera piensan porque saben de verdad cómo son». Verdaderamente, somos, tal y como me dijo un veterano, «vírgenes que estudian el sexo», pero ellos nos pueden enseñar lo que aprendieron pagando un enorme precio. Mi objetivo estriba en comprender la naturaleza psicológica de matar en combate e indagar en las heridas y cicatrices emocionales de aquellos hombres que respondieron a la llamada de su nación y administraron la muerte al enemigo o eligieron pagar el precio de no hacerlo.

      1. Ni siquiera existe un nombre para el estudio específico del acto de matar. «Necrología» sería el estudio de los muertos, y «homicidiología» tendría las connotaciones indeseadas de asesinato. Quizás, y para este estudio, deberíamos plantearnos acuñar un término análogo a «suicidología» y «sexología», ambos de uso reciente para designar el estudio legítimo de estos campos concretos. En inglés, el término elegido es «killology», la «ciencia de matar».

      I Matar y la existencia de la resistencia: un mundo de vírgenes que estudian el sexo

      En consecuencia, resulta razonable creer que el individuo sano medio —el hombre que puede soportar el estrés mental y físico del combate— sigue teniendo una resistencia interior normalmente latente al acto de matar a su semejante, de forma que no tomará la vida de otro por voluntad propia si es posible rehuir esa responsabilidad … En el momento crítico, se convierte en un objetor de conciencia sin saberlo.

      S. L. A. Marshall, Men Against Fire

      Entonces levanté con cautela la parte superior de mi cuerpo adentrándome en el túnel hasta quedarme tendido sobre mi estómago. Cuando me sentí cómodo, coloqué mi Smith & Wesson del calibre .38 con cañón corto (que mi padre me había enviado para el trabajo en los túneles) junto a la linterna y encendí la luz iluminando todo el túnel.

      Ahí, a una distancia que no llegaba a los cinco metros, estaba sentado un Viet Cong comiendo un puñado de arroz de una cartuchera que tenía en la falda. Nos miramos el uno al otro durante lo que pareció ser una eternidad, pero que probablemente fueron unos pocos segundos.

      Quizás fue la sorpresa de encontrar realmente a alguien más ahí, o quizás se trató de la inocencia absoluta de la situación, pero ninguno de los dos reaccionamos.

      Tras un instante, depositó su cartuchera con arroz en el suelo, me dio la espalda y comenzó a alejarse lentamente gateando. Yo, por mi parte, apagué mi linterna, antes de deslizarme al túnel inferior para regresar a la entrada. Unos veinte

      minutos más tarde nos enteramos de que otro escuadrón había matado a un VC cuando emergía de un túnel que estaba a unos quinientos metros.

      Nunca dudé sobre la identidad de ese VC. Hasta el día de hoy, sigo creyendo que ese machaca y yo podríamos haber puesto fin antes a la guerra con un par de cervezas en Saigón que Henry Kissinger acudiendo a las negociaciones de paz.

      Michael Kathman, «Triangle Tunnel Rat»

      Nuestro primer paso en el estudio del acto de matar consiste en entender la existencia, alcance, y la naturaleza de la resistencia del ser humano medio a matar a sus semejantes. En este capítulo intentaremos hacerlo.

      Cuando empecé a entrevistar a los veteranos de combate como parte de mi investigación, estuve debatiendo algunas de las teorías psicológicas relativas al trauma en combate con un viejo sargento gruñón. Se rio despectivamente y dijo: «Esos cabrones no saben nada sobre eso. Son como un mundo de vírgenes que estudian el sexo y no tienen nada más que las guíe que las películas porno. Y sí que es como el sexo, porque en realidad las personas que lo hacen sencillamente no hablan sobre el asunto.»

      En cierto sentido, el estudio del acto de matar en combate resulta muy parecido al estudio del sexo. Matar es un acontecimiento privado, íntimo, de una intensidad abrumadora, en el que el acto destructivo se convierte psicológicamente en algo muy parecido al acto de la procreación. Para aquellos que nunca lo han experimentado, la descripción de la batalla que nos ha ofrecido Hollywood, y la mitología cultural en la que esta se basa, resultan tan útiles para entender el acto de matar como lo serían las películas pornográficas para entender la intimidad de una relación sexual. Un observador virgen aprendería con éxito la mecánica del sexo viendo películas x, pero él o ella nunca podrían esperar comprender la intimidad y la intensidad de la experiencia de procrear.

      Como sociedad, nos fascina tanto matar como el sexo; quizás más porque estamos saturados de sexo y tenemos una base relativamente sólida de experiencia individual en esta área. Muchos niños, cuando ven que soy un soldado condecorado, me preguntan en seguida: «¿Alguna vez mataste a alguien?» o «¿A cuánta gente has matado?».

      ¿De dónde sale esta curiosidad? Robert Heinlein escribió una vez que la plenitud de la vida consistía en «amar a una buena mujer y matar a un hombre malo». Si existe en nuestra sociedad un interés tan fuerte por el acto de matar, y si se equipara para muchos con un acto de masculinidad equivalente al sexo, ¿por qué no se ha estudiado este acto destructivo de forma tan específica y sistemática como el acto de procrear?

      A lo largo de los siglos hubo unos pocos pioneros que sentaron las bases para un estudio así, y en este capítulo intentaremos revisarlos. Quizás el mejor punto de partida sea S.L.A. Marshall, el más grande e influyente de estos pioneros.

      Con anterioridad a la segunda guerra mundial, se daba por hecho que el soldado medio mataría en combate simplemente porque su país y sus líderes le habían dicho que lo hiciera, y porque era esencial defender su propia vida y la de sus amigos. Cuando llegó el momento en que ese soldado medio no mató, se asumió que había entrado en pánico y había echado a correr.

      Durante la segunda guerra mundial, el general de brigada S.L.A. Marshall preguntó a estos soldados medios qué es lo que habían hecho en la batalla. Su inesperado descubrimiento fue que, de cada cien hombres en la línea de fuego durante el episodio de un encuentro, una media de 15 o 20 «participaron con sus armas». Dicha cifra se daba invariablemente «con independencia de si la acción duraba uno, dos o tres días».

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