Sobre el combate. Dave Grossman
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Sobre el combate - Dave Grossman страница 24
— Una tercera respuesta, que probablemente sea la más frecuente, ocurre cuando uno cierra todos los disparos, pero oye todo lo demás, incluso los gritos de las personas a su alrededor y el tintineo de los cartuchos gastados golpeando el suelo. Esta parece ser una respuesta clásica de fase roja, en la que el cuerpo es capaz de cerrar biomecánicamente el oído en un milisegundo en repuesta al frente de la onda de choque de un disparo, y luego volver a abrirlo de inmediato de forma que se vuelve a oír todo lo que sucede alrededor. El doctor Klinger relata en su excelente Voices from de Kill Zone:
Un agente del swat que disparó una ráfaga con un subfusil declaró que, aunque no podía oír los disparos, sí oyó el tableteo del arma mientras la corredera se movía de delante para atrás expulsando las vainas y alimentando la recámara con nuevas balas.
Resulta asombroso que el cuerpo sea aparentemente capaz de esto e incluso aún más asombroso que no lo supiéramos hasta hace poco. Una vez estaba enseñando en Ohio cuando un policía del estado dijo:
¡Ahora entiendo lo que ocurrió! Fue tan vergonzoso que nunca se lo conté a nadie. Mi compañero y yo habíamos bloqueado una carretera con un coche patrulla. Un tipo la atravesó a ciento cincuenta kilómetros por hora y ambos disparamos una vez después de salir de la calzada. Llamé al sargento y le dije que un tipo se había saltado el bloqueo y me contestó que fuéramos tras él. Y entonces dije: «¡Sargento, no podemos perseguirlo! De verdad, algo va mal con nuestras armas». Pensábamos que teníamos un problema con la munición. Llegamos incluso a introducir un lápiz en el cañón de las armas porque pensábamos que a lo mejor se había quedado una bala encasquillada en el interior.
¿Cuántos guerreros a lo largo de las generaciones dispararon sus armas y luego dejaron de luchar porque pensaban que tenían un problema con sus armas al no oír los disparos? En este caso no había ningún problema con la munición o las armas, pero sí que lo había con su adiestramiento. Hemos transitado siglos de la era de la pólvora y sólo ahora empezamos a informar a nuestros guerreros de que en un combate los disparos pueden silenciarse.
A medida que recopilo información de literalmente miles de guerreros sobre sus experiencias en combate, este efecto de la exclusión auditiva es el incidente más común. Por ejemplo, un francotirador de la policía que dispara a un agresor armado:
El fusil dispara, pero no lo oigo. Lo oigo pero suena muy lejos. No hay retroceso. La imagen en la mira no se pierde. Veo el pequeño agujero formarse en el cristal y detrás veo cómo explota su cabeza... La imagen en la mira se ha vuelto turbia. A veces parece que algo no está bien. Es entonces cuando me doy cuenta de que la imagen en la mira se ha vuelto turbia porque su cráneo y cerebro han reventado en el interior del vehículo y ahora gotean del techo y se deslizan por las ventanas.
Russ Clagett
After the Echo
Existen razones para creer que los aspectos biomecánicos de este efecto de exclusión auditiva pueden ocurrir en un milisegundo, si se da la más fugaz intuición de aviso. Gavin de Becker refiere una descarga no intencionada de su arma que ocurrió al principio de su carrera como gestor de tareas de protección. Al final de una jornada, apuntó su pistola semiautomática hacia una dirección segura y comenzó a desamartillarla para guardarla, pero algo ocurrió y el arma se disparó accidentalmente. Nadie resultó herido, pero el ruido de la pistola disparando en esa habitación pequeña fue tan dolorosamente fuerte que las personas que estaban presentes se quejaron luego de oír un pitido en los oídos; todos excepto Gavin. Gavin de Becker es el experto mundial más destacado en el ámbito de la intuición y el peligro, y es autor del best-seller The Gift of Fear, un verdadero clásico en la materia. Cuando hablaba del incidente conmigo muchos años después, se dio cuenta de que a un nivel intuitivo debió de haber tenido un breve milisegundo de aviso de que el martillo no bajaba bien, y eso es todo lo que necesitó su cuerpo para cerrar el sonido.
No son sólo los disparos los que pueden silenciarse. Muchos agentes me explican que no oyeron las sirenas del vehículo o las sirenas de los vehículos de emergencia durante sus encuentros con fuerza letal. Un ranger de California me contó cómo se apagó el sonido de un helicóptero que sobrevolaba la zona durante un tiroteo. Probablemente, más que un mecanismo en el oído esto sucede en el cerebro, y es el equivalente de una visión de túnel auditiva en contraposición a un parpadeo auditivo.
A menudo los guerreros no oyen las comunicaciones que se gritan durante un combate. Los líderes de pequeñas unidades siempre han sabido que para conseguir la atención de sus tropas, y para ser oídos y vistos en combate, tienen que ponerse delante de ellos. Los líderes de los equipos de infantería no se ponen delante de sus hombres, en la posición más peligrosa del campo de batalla, porque quieran; lo hacen porque lo tienen que hacer si pretenden ser vistos y que sus órdenes se cumplan.
Incluso entonces, uno no puede estar seguro de que la orden será oída durante el combate. Este relato de un instructor de policía es un ejemplo de una situación muy común:
Muchas veces he visto a estudiantes con exclusión auditiva en alguno de nuestros escenarios de entrenamiento. Hacemos que una persona entre en un escenario interpretando a un agente fuera de servicio y anunciamos su presencia. Pero los chicos buenos sólo ven el arma y muchas veces acaban digamos que disparándole. Por eso recomendamos que, ya vengas con buenas o malas intenciones, necesitas anunciar tu presencia a cubierto y exponerte lo mínimo cuando llegas a un lugar que ya está caliente. Ha habido algunos tiroteos recientes en la vida real que no hacen sino recalcar esta necesidad.
Si esto ocurre con el estrés limitado de los escenarios de entrenamiento, no te quepa la menor duda de que también ocurre en combate.
Una segunda clase de exclusión auditiva: «No oyes la que te alcanza»
Un viejo adagio (que al parecer proviene de la primera guerra mundial y hace referencia a cuando ataca el enemigo con artillería) dice: «No oyes la que te alcanza». En mis entrevistas con numerosos veteranos combatientes desde la primera edición de este libro, he podido confirmar que esto parece ser literalmente cierto en la mayoría de los casos. Por dar unos ejemplos:
— Un canadiense bombardeado accidentalmente por la fuerza aérea de Estados Unidos en Afganistán.
— Un Navy seal alcanzado por una granada propulsada por cohete.
— Un oficial del ejército de Estados Unidos alcanzado por múltiples artefactos explosivos improvisados durante sus varias estancias de servicio en Iraq.
— Un oficial de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos bajo fuego enemigo de mortero durante la operación Anaconda en Afganistán.
— Un coche bomba explota en la cara de un agente cuando abría la puerta del conductor.
Todas estas personas me dijeron lo mismo: cuando una explosión se produce lo suficientemente cerca para golpear tu cuerpo con una poderosa conmoción, no oyes el sonido ni sientes un pitido en el oído más tarde. Por ejemplo, el agente de policía que sufrió el coche bomba relata que, a pesar de que la bomba lo levantó del suelo, fue capaz de llamar al operador con su móvil y hablar sin oír un pitido en los oídos y sin problemas de comunicación. Las explosiones más lejanas pueden ser extremadamente ruidosas y causar pitidos en los oídos y pérdida de audición, pero parece ser que mucha gente no oye las que están lo bastante cerca para crear un poderoso impacto físico en el cuerpo. Así que todo indica que los viejos veteranos estaban en lo cierto cuando decían: «No oyes la que te alcanza».
Esta es