Sobre el combate. Dave Grossman
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Muchas personas que han estado en un tiroteo hablan de lagunas significativas en su recuerdo del incidente. Cuando se les entrevista con más profundidad, a veces resulta que durante el tiroteo perdieron el input visual, pero conservan recuerdos auditivos del suceso. En un caso concreto, un miembro de un equipo táctico estaba entrando por la puerta delantera de una casa y cayó en una emboscada. El sospechoso se había atrincherado agazapándose en las escaleras del sótano y, cuando el agente cruzó la entrada, abrió fuego:
Di un salto a la derecha, fuera del porche bien iluminado y hacia una pared, y caí al suelo en una oscuridad total. Creía que no tenía recuerdos del suceso hasta que le oí enseñar sobre esto. Ahora, cuando lo pienso, recuerdo que podía oír, pero desde el momento en que salí de la luz y entré en la oscuridad de la noche, no había nada que pudiera ver.
El brazo del agente estaba horriblemente fracturado.Y prosiguió contando:
Intentaba levantar el brazo; era como si quisiera voltearlo para poder sostener mi escopeta, pero no funcionaba. Cuando volví a la luz [estaba disparando su escopeta con una mano], mi vista regresó, y tengo recuerdos de lo que ocurrió a partir de entonces.
Exclusión sensorial: «No tengo tiempo para el dolor»
El dolor no es malo
A menos que nos conquiste.
Charles Kingsley
St. Maura
Probablemente has experimentado la exclusión sensorial cuando acabaste con arañazos, rasguños y moratones en un combate de lucha libre, en una pelea, o en un partido de fútbol americano, y más tarde te preguntaste cómo te lo habías hecho. No te dabas cuenta de las heridas porque durante el acontecimiento estresante tu sentido del dolor se había cerrado. Otros sentidos probablemente también se habían cerrado, pero no te diste cuenta porque no trajiste de vuelta «souvenirs» como los rasguños y los moratones.
Mi coautor experimentó un ejemplo clásico de esto cuando arrestó a un hombre por orden judicial en el vestíbulo de una comisaría. «En el momento en que agarré al musculoso ex convicto», dice Christensen, «comenzó a moverse frenéticamente, nos arrojó a ambos contra las paredes, contra el mostrador, por encima de un alargado banco de madera.» El sospechoso no se daba cuenta de la llave de muñeca que le aplicaba Christensen, porque la inyección de adrenalina bloqueaba su sensación de dolor. Cuando por fin Christensen pudo maniobrar para tenerlo en una posición en la que pudiera aplicarle de una vez una llave de brazo, el sospechoso aulló y se despegó por completo del suelo como si fuera un gato en un hornillo caliente. Si bien esta era la reacción que estaba buscando Christensen, al elevarse, el sospechoso le dio un rodillazo accidental en la ingle.
«Me di cuenta de que me había golpeado», apunta Christensen, «pero no sentí nada mientras continuaba forcejeando con él para sujetarlo en el suelo y esposarlo. Después lo llevé a trancas y barrancas a una celda.»
No fue hasta que Christensen cerró la puerta y se apoyó contra una mesa para recuperar el aliento cuando sintió una oleada de náuseas. Habían pasado casi diez minutos desde que fue golpeado, pero no fue hasta que la adrenalina comenzó a remitir cuando la náusea y el dolor aparecieron. Cuando la adrenalina del sospechoso remitió unos veinte minutos después, comenzó a gritar que tenía una muñeca rota.
Sobrecarga sensorial: «Falta. Game over. Reiniciar.»
... aturde con su sonido atronador.
Oliver Goldsmith
The Traveler
Una granada aturdidora o flashbang, en inglés, es un artefacto que utilizan los equipos de policía táctica como el swat en situaciones en las que se requiere distracción, desorientación o desviar la atención. Cuando se hace rodar una de estas granadas en la habitación donde se esconde el sospechoso, estalla con un ruido ensordecedor y una luz cegadora, causando una sobrecarga sensorial que permite a los agentes irrumpir y arrollar al sospechoso aturdido. Artwohl y Christensen ofrecen este ejemplo proveniente de la experiencia personal de un agente del swat:
El sospechoso abrió la portezuela y salió con la rehén delante. A pesar de que nuestro francotirador sólo podía ver una porción de la frente del sospechoso, y que un mostrador y una serie de ranuras de buzón de oficina dificultaban el tiro, disparó, pero una caja desvió la bala. Aun así un fragmento de la bala alcanzó al sospechoso, causándole una herida leve.
El sospechoso empujó a la rehén de vuelta a la habitación mientras nos gritaba que nos volviéramos atrás, y que iba a matarla. No había otra: teníamos que reaccionar. Corrimos a lo largo de la pared hasta llegar a la puerta abierta y yo arrojé el flashbang dentro de la habitación. Acto seguido irrumpimos en la habitación y vimos al tipo de pie en una especie de cuartucho en donde los empleados colgaban sus abrigos. El flashbang lo había aturdido porque ahora tenía a la mujer a su lado y la sujetaba con un solo brazo.
Teníamos nuestros [subfusiles] MP5 en semiautomático; disparé a su cara y Miller a su pecho. Sangre y trocitos de cerebro se desparramaron por las paredes. El sospechoso se desplomó.
El destello aturde la vista del sospechoso y la explosión aturde su oído. Su piel siente la contusión y nariz y boca prueban un poco de humo. Los cinco sentidos envían simultáneamente un mensaje de emergencia al cerebro, y el cerebro sobrecargado dice: «Falta. Game over. Reiniciar».
La idea es aturdir al sospechoso de forma que los agentes puedan detenerle sin usar la fuerza letal. Los problemas, sin embargo, aparecen cuando un sospechoso está accidentalmente inoculado contra el flashbang. De vez en cuando, agentes del swat me cuentan que sus flashbangs no funcionaron con un sospechoso. Cuando les preguntó cuántas utilizaron, me contestan más o menos así: «Bueno, usamos una docena a medida que íbamos registrando cada habitación hasta dar con el sospechoso». Si bien las circunstancias pueden requerir el uso de flashbangs en cada habitación, para cuando llegaron donde realmente se escondía el sospechoso, éste había sido avisado, se había preparado emocionalmente, y estaba inoculado contra el efecto.
Vivimos unos tiempos increíblemente violentos. La tasa de terrorismo interno, los actos terroristas internacionales y las tasas de crímenes violentos están en máximos históricos. Cuando una situación policial se vuelve excepcionalmente violenta, se llama a un equipo táctico. Si va a producirse un tiroteo, normalmente son ellos los que participan, si bien en la inmensa mayoría de casos no se ven obligados a disparar. Cuando lo hacen, hay una tendencia a culpar al equipo táctico por los muertos, si bien culparlos por haber empleado la fuerza letal es como culpar a una aspirina por el dolor de cabeza. El equipo táctico es la solución, no el problema. La National Tactical Officers Association dispone de datos sólidos que demuestran que, de no haber intervenido estos equipos altamente entrenados, el número de personas muertas en acto de servicio sería inmensamente mayor de lo que es ahora.
En el mundo real, cuando un equipo táctico actúa con sus escudos, gases lacrimógenos,