Análisis del discurso en las disputas públicas. Giohanny Olave

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Análisis del discurso en las disputas públicas - Giohanny Olave

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y sin desmayo. Igual lote consiguen el inactivo y el que pelea con denuedo. La misma honra obtienen tanto el cobarde como el valeroso. Igual muere el holgazán que el autor de numerosas hazañas. Ninguna ventaja me reporta haber padecido dolores en el ánimo exponiendo día a día la vida en el combate [...]

      Para mí nada hay que equivalga a la vida (Homero, Ilíada, ix, págs. 315-322 y 401).

      Esa visión suprema de la vida riñe con la cólera que domina al héroe, con la discordia que lo impulsa a la lucha y con su propio destino, que lo empuja hacia la muerte. En los hechos de Ilión, Aquiles no vuelve a la guerra motivado por el honor del guerrero, sino por vengar la muerte de Patroclo; la venganza, nos muestra Homero, es la forma última en que la discordia anida en el corazón de Aquiles y lo devuelve a su destino trágico. Aun así, el aqueo no dejará nunca de glorificar la vida sobre la muerte, como nos lo hace saber el propio Homero en La Odisea, cuando Ulises trata de consolarlo en el Hades, recordándole sus viejas glorias:

      … no hay hombre ni habrá tan feliz como tú eres, Aquiles, puesto que antes, en vida, te honraban los hombres de Argos como a un dios, y ahora aquí sobre todos los muertos gobiernas, y por esto, ¡oh, Aquiles!, no debe apenarte estar muerto.

      Dije así, y enseguida él repuso con estas palabras: «No le des tu consuelo a mi muerte, magnánimo Ulises. Más quisiera ser un labrador en la tierra de otro, de quien bienes no tiene y apenas procura a su vida, que ser rey y mandar sobre todos los que fenecieron» (Homero, Odisea, xi, págs. 484-491).

      Las palabras y la actitud misma del Aquiles homérico frente a la muerte muestran el carácter insensato de la guerra, negación de la vida. El final de la Ilíada insiste en esa negación enfocando los funerales de Patroclo y de Héctor, esto es, el dolor que hace iguales a los contradictores en el mismo lecho final y que los devuelve a una sola forma física, las cenizas en la pira funeraria, donde ya los enemigos son indistinguibles. No existe gloria suficiente para recompensar la muerte; lo trágico del héroe es, precisamente, que su sacrificio es al mismo tiempo noble, admirable y absurdo. Pese a que la disputa y la discordia de los héroes de las guerras constituyen un tema recurrente en la epopeya (Alexander, 2015, págs. 235) y, por tanto, hay una cierta vinculación de Eris con las imágenes del honor y la gloria bélicas, la Ilíada retrata sombríamente esos valores en la figura de Aquiles.

      La cólera (μῆνιν) de Aquiles, que no es el mismo odio de los mortales, sino una suerte de resentimiento divino, profundo y eterno (Chantraine, 1968, pág. 696), enmarca la guerra en los estrechos límites de la venganza personal; esta última, aunque sea legítima, pervierte los ideales colectivos de la guerra, sobre los cuales se superponen irremediablemente los deseos individuales. El honor y la gloria bélicas se ensombrecen en el colérico Aquiles, que es, en última instancia, la encarnación del guerrero como individuo, ajeno a su colectivo, indiferente a las causas grandilocuentes de la guerra. La de Aquiles es una lucha cuerpo a cuerpo, aupada individualmente y movida por la constancia de la cólera. Es esa la erística muy particular que concibe Homero: una disputa vacía de honor, por colérica y trágica, fuerza pura e impulso incontenible hacia la muerte.

      A este sentido, Homero añade un componente fundamental para nuestro interés en la erística: a la fuerza de los cuerpos antecede la fuerza de las palabras. No es solo porque la voz de la divina Eris resuene en las palabras de los guerreros (los gritos de batalla, las amenazas, los insultos, etc., imbuidos por la diosa a lo largo de la epopeya), sino sobre todo porque en las escenas bélicas usualmente se nos muestra a los guerreros “luchando” verbalmente antes de usar sus armas.

      El canto xx resulta definitivo para entender este tópico: es el regreso de Aquiles al campo de batalla y su disputa con Eneas, primero, y con Héctor, más tarde. En ambos casos, Aquiles trata de intimidar a sus enemigos y ellos lo advierten y le reprochan esa estrategia, casi con idénticas palabras:

      … a ti Zeus y los demás dioses te protegieron. Pero ahora no creo que te protejan, a pesar de las ilusiones que se hace tu ánimo. Por eso te conmino a que retrocedas y te internes entre la muchedumbre sin enfrentarte contra mí, antes de sufrir un mal: lo hecho hasta el necio lo comprende».

      Eneas, a su vez, le respondió y dijo:

      «¡Pelida! No esperes atemorizarme con simples palabras como a un ingenuo niño, porque yo también soy bien capaz de proferir tanto injurias como insultos (Homero, Ilíada, xx, págs.194-203).

      [...] mirándolo con torva faz se dirigió al divino Héctor: «Acércate más y así llegarás antes al cabo de tu ruina». Sin intimidarse, le replicó Héctor, el de tremolante penacho:

      «¡Pelida! No esperes aterrorizarme solo con palabras como a un ingenuo niño, porque yo también soy bien capaz de proferir tanto injurias como insultos (Homero, Ilíada, xx, págs. 428-433).

      El paralelismo de las dos escenas pone en el centro las amenazas de Aquiles para disuadir a sus oponentes, y en ambos casos la respuesta que obtiene es la misma: Πηλεΐδη μὴ δὴ ἐπέεσσί με νηπύτιον ὣς ἔλπεο δειδίξεσθαι, ἐπεὶ σάφα οἶδα καὶ αὐτὸς ἠμὲν κερτομίας ἠδ ̓ αἴσυλα μυθήσασθαι; es decir, que en la lucha verbal están en igualdad de condiciones, porque son inmunes al miedo que pueda provocar la amenaza. Dado que ninguna de las dos palabras podrá vencer a la otra, lo que sigue es la lucha con las armas; a este respecto, la reflexión de Eneas es reveladora:

      … Mas ea, no sigamos hablando así como necios, plantados en medio de la batalla y de la mortandad. Ambos podemos decirnos denuestos sin número, que ni siquiera una nave de cien bancos podría cargar. Versátil es la lengua de los mortales; en ella hay razones de toda índole, y el pasto de palabras es copioso aquí y allá. Según hables, así oirás hablar de ti seguramente7.

      No es con palabras como me desviarás mi ardiente coraje, sin entrar en duelo singular con el bronce. Ea, cuanto antes gustemos uno de otro con las picas, guarnecidas de bronce» (Homero, Ilíada, xx, págs. 244-258).

      ¿Qué sentido tienen estos diálogos que anteceden a las luchas con las armas? Más allá de ser un posible eco de la tradición de los «duelos poéticos» o «invectivas poéticas» (Alexander, 2015, pág. 304, nota 28), y en general del marco dramático que habilita el acompañamiento dialogal, hay una posición homérica frente a la relación entre el combate físico y el verbal. El segundo es apenas una sombra del primero, un pseudocombate en el que las palabras pueden ser “copiosas”, como el pasto, pero no desvían ni reemplazan el verdadero combate. En ninguna de las escenas Aquiles es capaz de disuadir a sus contrincantes ni de intimidarlos con sus palabras; esa impotencia no es producto de la ineptitud de Aquiles, sino de los límites del logos en medio de la discordia. En la batalla definitiva, se repite el tópico de la lucha verbal –estéril– previa a la lucha física: Héctor le propone a Aquiles cumplir el pacto de honor de entregar el cuerpo vencido del enemigo, pero no logra convencerlo; al contrario, el pélida vuelve al lugar intimidante de la amenaza:

      ¡Héctor! ¡No me hables, maldito, de pactos! Igual que no hay juramentos leales entre hombres y leones y tampoco existe concordia entre los lobos y los corderos, porque son encarnizados enemigos naturales unos de otros, así tampoco es posible que tú y yo seamos amigos, ni habrá juramentos entre ambos, hasta que al menos uno de los dos caiga y sacie de sangre a Ares, guerrero del escudo de bovina piel. Recuerda toda clase de valor: ahora sí que tienes que ser un buen lancero y un audaz combatiente. Ya no tienes escapatoria; Palas Atenea te doblegará pronto por medio de mi pica (Homero, Ilíada, págs. 261-272).

      La doble analogía con la que Aquiles rechaza el pacto tiene la particularidad de deshumanizar a los combatientes, llevándolos de la relación hombre-lobo a la de lobo-cordero; proceso

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