Nikola Tesla. Margaret Cheney
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Sobre su madre escribió que era “una inventora de primerísimo orden; en mi opinión, habría alcanzado grandes metas si su vida no hubiera discurrido tan alejada de los tiempos modernos y las múltiples oportunidades que ofrecen. Inventaba toda clase de herramientas y aparatos, y tejía preciosos diseños con hilos que ella misma devanaba; plantaba incluso las semillas, se ocupaba de las plantas y separaba las fibras que habría de utilizar. Trabajaba sin descanso, desde el amanecer hasta que se hacía de noche; casi todos los adornos y los muebles que había en casa habían salido de sus manos”.[8]
Antes de su prematuro fallecimiento, el superdotado Daniel, en momentos de especial emoción, percibía unas ráfagas de luz que alteraban su capacidad normal de visión. Desde pequeño y a lo largo de su vida, también Tesla hubo de soportar esa molestia.
Años más tarde, la describiría como
un singular malestar que distorsionaba las imágenes percibidas, normalmente acompañado de increíbles fogonazos que no sólo alteraban mi visión de los objetos reales, sino que no me permitían pensar ni actuar con claridad. Eran representaciones de acontecimientos y escenas que había vivido, no de cosas que se me vinieran a la cabeza. Cuando alguien me decía algo, al instante acudía a mí la imagen del objeto designado; pero, en ocasiones, no era capaz de distinguir si era o no tangible, lo que me producía una gran zozobra, ansiedad incluso. Lo he consultado con diversos especialistas en psicología y en fisiología, y nadie encontró una explicación convincente para tales distorsiones…[9]
Según él, esas imágenes no eran sino el resultado de un efecto reflejo del cerebro sobre la retina, cuando ésta se veía sometida a una fuerte tensión. Nada que ver con alucinaciones. En la quietud de la noche, la vívida imagen de un funeral al que hubiera asistido o cualquier otra situación inquietante cobraban forma ante sus ojos, hasta el punto de que ni siquiera a manotazos conseguía apartarlas.
Si la explicación que ofrezco tiene sentido –escribió–, nada impediría proyectar en una pantalla la imagen de cualquier objeto que tengamos en la cabeza para que los demás puedan verla; sería una auténtica revolución en lo tocante a las relaciones humanas. Estoy seguro de que, en el futuro, sería posible, y he de decir que he dedicado mucho tiempo a tratar de resolver esta cuestión.[10]
Entre aquella época y hoy, los parapsicólogos han estudiado a sujetos que, al parecer, pueden proyectar sus representaciones mentales en rollos de película fotográfica virgen. La posibilidad de transmitir nuestras ideas a impresoras electrónicas también se sigue investigando.
Para verse libre de esas imágenes tan perturbadoras y recuperar al menos por un momento la tranquilidad, el joven Tesla se dedicó a concebir mundos imaginarios. Por las noches, se embarcaba en viajes ficticios a distintos lugares, ciudades o países, en los que vivía, conocía a gente y hacía amigos; aunque “parezca increíble, la verdad es que les tenía el mismo cariño que si fueran personajes del mundo real, y ellos me correspondían igual”.[11]
Siguió haciéndolo hasta los diecisiete años, momento en que se volcó de lleno en el mundo de la invención. En ese instante, y para su propia satisfacción, descubrió que no le hacía falta recurrir a maquetas, planos o experimentos, sino que era capaz de plasmarlos en la realidad tal como los había imaginado.
De ahí que recomendase su particular método, más eficaz y expeditivo que el puramente experimental. Al decir de Tesla, cualquiera que se imagina algo corre el riesgo de enredarse en los defectos y detalles del artefacto en cuestión y, a medida que trata de enmendarlos, pierde de vista la idea original tal como la había concebido.
Propongo un método diferente –escribiría–. No me obceco en lo que me traigo entre manos. Cuando se me ocurre algo, comienzo por recrearlo en mi mente. Introduzco los cambios y mejoras precisos, y me imagino cómo funcionaría el aparato en cuestión. Me da absolutamente igual que la turbina funcione en mi cabeza o que esté probándola en el laboratorio. En ambos casos, soy capaz de percibir si no está bien calibrada.[12]
En este sentido, aseguraba que era capaz de mejorar una idea sin necesidad de comprobar nada. Sólo cuando había corregido de cabeza todos los posibles fallos, comenzaba a plasmarlo en la realidad.
El caso es que el artefacto funciona, tal y como lo había imaginado –añadía–, y obtengo los resultados esperados de cada experimento que llevo a cabo. Siempre ha sido así, a lo largo de los últimos veinte años. ¿Por qué no habría de serlo? La ingeniería, bien eléctrica o mecánica, es una ciencia experimental. Con las variables teóricas y prácticas de que dispongamos, pocos son los problemas que no puedan abordarse de forma matemática, calcular el efecto que producirán o determinar los resultados de antemano…[13]
Sin embargo, Tesla solía realizar sucintos esbozos, generales o parciales, de sus inventos. Con el paso del tiempo, sus métodos de investigación se asemejarían bastante al enfoque empírico propugnado por Edison.
Dado que no está claro cómo fue el desarrollo de Tesla durante la niñez, ni hasta qué punto la férrea disciplina mental que adoptó modificó para bien sus talentos naturales, no hay forma de separar sus cualidades innatas de las adquiridas. Hay quien piensa, por ejemplo, que la prodigiosa memoria de Tesla no era nada fuera lo común, sino el resultado de ejercitar un don natural. En cualquier caso, la capacidad de memorizar de un vistazo una página mecanografiada o las proporciones exactas entre el tamaño de los miles de caracteres impresos en dicha página, llamémoslo memoria fotográfica, eidética o de cualquier otro modo, es algo que está al alcance de muy pocos. Es más, este tipo de memoria tiende a desaparecer a lo largo de la adolescencia, lo que pone de manifiesto que depende de las variaciones químicas que experimenta nuestro cuerpo.
Debido al especial aprendizaje a que fue sometido desde muy pequeño y a la rigurosa disciplina a que se aplicó después, Tesla conservó su prodigiosa memoria durante casi toda su vida. Que recurriese al método de ensayo y error a la hora de calibrar los equipos que utilizaba en Colorado, cuando ya era un hombre de mediana edad, apunta a que su capacidad memorística comenzaba a debilitarse.
Con todo, solía decir que su método visual de invención tenía un fallo: que no le permitía hacerse rico, en el sentido crematístico del término, aunque sí sobrado de delirantes quimeras, pues dejaba de lado invenciones que podían resultar muy rentables, sin darles tiempo a madurar lo suficiente para comercializarlas con éxito. Edison, por el contrario, jamás se habría permitido un desliz semejante, y contrataba tantos ayudantes como hiciera falta para evitarlo. Tan es así que se comentaba la buena maña que se daba a la hora de hacerse con las ideas de otros inventores y presentarlas a toda prisa en la oficina de patentes. Al revés que Tesla, al que se le ocurrían las cosas con tanta rapidez que no era capaz de pararse a pensarlas. Una vez que desentrañaba (en su cabeza) el funcionamiento exacto de uno de sus inventos, solía desentenderse del asunto: ya atisbaba nuevos y remotos desafíos.
Su memoria fotográfica puede ayudarnos a entender, en cierto modo, las dificultades que encontró durante toda su vida a la hora de trabajar con otros ingenieros. Mientras los demás querían ver planos, él trabajaba mentalmente. A pesar de sus dotes excepcionales para las matemáticas, estuvo a punto de repetir curso en primaria porque aborrecía las inevitables clases de dibujo.
Hubo de esperar hasta los doce años antes de apartar de su mente, con gran esfuerzo, las imágenes que tanto lo perturbaban, si bien nunca llegó a dominar por completo los inexplicables fogonazos de luz que veía, tanto en situaciones de peligro o de dificultad como cuando se sentía eufórico. Incluso a