Nikola Tesla. Margaret Cheney

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Nikola Tesla - Margaret Cheney Noema

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y, durante la convalecencia, le permitieron leer. Pasado un tiempo, le pidieron que catalogase los libros de la biblioteca de la localidad, tarea que, como más tarde recordaría, le puso en contacto con las primeras obras de Mark Twain. Atribuía su milagrosa recuperación al profundo regocijo que le brindaron. Por desgracia, esta anécdota tiene todas las trazas de ser espuria porque, en aquella época, Twain no había escrito casi nada que fuera tan sobresaliente como para cruzar el océano y recalar en una biblioteca pública de Croacia. Sea verdad o no la anécdota, el caso es que a Tesla le hacía gracia y la daba por buena. Veinticinco años más tarde, tuvo la oportunidad de conocer al gran humorista en Nueva York, le habló de aquella experiencia y, según refería, se llevó la sorpresa de ver que el escritor se echaba a llorar.

      El chaval continuó los estudios en el instituto superior de la localidad croata de Karlstadt (Karlovac), un paraje llano y pantanoso donde, como era de esperar, sufrió repetidos ataques de paludismo. Gracias a su profesor de física, sin embargo, las fiebres no fueron un obstáculo para que desarrollase un enorme interés por la electricidad. Cada experimento que presenciaba despertaba “miles de ecos” en su cabeza, y soñaba con seguir una carrera que le permitiera investigar y experimentar.

      Cuando volvió a casa de sus padres, se había declarado una epidemia de cólera en la región y contrajo la enfermedad. Obligado a guardar cama, casi sin fuerzas para moverse durante nueve meses, por segunda vez se temió por su vida. Recordaba cómo su padre se sentaba junto a su lecho para darle ánimos, mientras él aún sacaba fuerzas de flaqueza para insistirle: “Si me dejases estudiar ingeniería, a lo mejor me ponía bueno”. El reverendo Tesla, que siempre se había obstinado en que Nikola siguiera la carrera eclesiástica, movido a compasión en circunstancias tales, cedió.

      Lo que sucediera a continuación no deja de ser un poco confuso. Tesla fue llamado a filas para un servicio militar de tres años, panorama que le disgustaba más si cabe que la vida religiosa. Más adelante, nunca volvió a referirse a ese periodo, salvo para recordar que su padre le había aconsejado que se pasara un año vagando y durmiendo en las montañas para restablecerse por completo. El caso es que anduvo durante ese año perdido en el monte y no hizo el servicio militar. Algunos de sus familiares, por línea paterna, eran oficiales de alta graduación. Es muy probable que movieran los hilos precisos para eximirle de sus obligaciones militares por razones de salud.[18]

      Ni siquiera el año que pasó en tan agrestes parajes bastó para doblegar su imaginación desbocada. Así, se le ocurrió la idea de construir un túnel bajo el océano Atlántico para despachar el correo entre Europa y América. Incluso realizó los cálculos matemáticos de la instalación que había de bombear el agua por la tubería y arrastrar los contenedores esféricos que guardaban la correspondencia; no calculó bien, sin embargo, la resistencia del rozamiento del agua contra las paredes del túnel, de magnitud tan considerable que se vio obligado a renunciar al proyecto. No obstante, gracias a esta experiencia, adquirió una serie de conocimientos que le vendrían muy bien para posteriores inventos.

      Poco inclinado a perder el tiempo en menudencias, no se le ocurrió nada mejor que poner en pie un gigantesco anillo alrededor del ecuador. Al principio tendría andamios. Una vez desmontado, el anillo rotaría libremente a la misma velocidad que la Tierra. Dicho así, no difiere demasiado de los satélites con trayectorias sincronizadas que, sólo a finales del siglo XX, llegarían a estar operativos. El proyecto de Tesla iba más allá, sin embargo: proponía la aplicación de una fuerza de signo contrario que fijase la posición del anillo respecto al planeta, de forma que los futuros viajeros pudieran subirse al anillo y trasladarse alrededor del globo terráqueo a la vertiginosa velocidad de mil seiscientos kilómetros por hora o, más bien, que la Tierra se desplazase bajo sus pies a esa velocidad, permitiéndoles circunvalar el planeta en un solo día sin moverse del sitio.

      Tras concluir aquel año de caminatas y fantasías, tan enjundioso como ayuno de resultados prácticos, en 1875 se matriculó en la Escuela Politécnica Austriaca de Graz. Durante el primer curso, disfrutó de una beca concedida por las autoridades militares de fronteras y no pasó ningún apuro económico. No obstante, clavaba los codos desde las tres de la mañana hasta las once de la noche con la intención de sacar adelante dos cursos en un solo año. Física, matemáticas y mecánica fueron las materias a las que con más ahínco se dedicó.

      Dejó dicho por escrito que, en su afán por concluir todo lo que empezaba, a punto estuvo de perder la vida cuando se dio a la lectura de las obras de Voltaire, casi cien volúmenes, en letra pequeña para mayor desesperación, “que aquel monstruo había escrito al ritmo de setenta y dos tazas diarias de café negro”. Sabía que no se quedaría tranquilo hasta que no los hubiera leído todos.

      Al finalizar el curso, aprobó sin dificultad nueve materias. Pero, cuando regresó al año siguiente, descubrió que ya no gozaba de la cómoda situación financiera del curso anterior. La unidad militar de fronteras se había disuelto y no tenía beca. El salario de un clérigo tampoco daba para costear las elevadas tasas académicas, y Tesla tuvo que abandonar los estudios antes de que concluyese el año lectivo. Aprovechó al máximo aquel tiempo libre que le había llovido del cielo, y fue durante ese segundo año, precisamente, cuando comenzó a acariciar la idea de buscar una solución alternativa a los motores eléctricos de corriente continua.

      La persona que inició a Tesla en las maravillosas posibilidades que encerraban los motores eléctricos fue un alemán, el profesor Poeschl, que impartía clases de física teórica y experimental. Aunque tenía “unos pies enormes y unas manos que más bien recordaban las garras de un oso”, sus experimentos le abrían nuevos horizontes. Un día, procedente de París, recibieron un aparato, bautizado como Gramme Machine, que funcionaba con corriente continua y podía utilizarse como motor o como dinamo. Con profunda emoción, Tesla se quedó absorto al contemplar aquel artefacto, rodeado de un amasijo de cables conectados a un interruptor. Cuando lo pusieron en marcha, el cacharro comenzó a soltar chispas sin parar y, no sin cierta arrogancia, Tesla comentó delante del profesor Poeschl que aquel artilugio funcionaría mucho mejor si prescindiesen del interruptor y se alimentase con corriente alterna.

      El señor Tesla tiene un gran futuro por delante –comentó muy serio el catedrático–, pero no creo que sea capaz de lograr una cosa así: sería como transformar el sentido en que actúa una fuerza, la gravedad pongamos por caso, en una alternancia de vectores, es decir, el movimiento perpetuo, algo inconcebible.[19]

      El joven serbio no tenía ni idea de cómo conseguirlo, pero algo le decía que tenía la respuesta en la cabeza, y sabía que no pararía hasta dar con la solución.

      Pero Tesla no tenía dinero. En vano trató de pedirlo prestado. Al verse acorralado, comenzó a jugar y, cuando vio que las cartas no le daban suerte, llegó a ser casi un profesional del billar.

      Por desgracia, las cualidades lúdicas recién descubiertas no bastaron para sacarle de apuros. Un sobrino de Tesla, Nikola Trbojevich, asegura que unos familiares le comentaron que la policía había expulsado a su tío de la universidad y de la ciudad de Graz “por jugar a las cartas y llevar una vida disoluta”, para añadir: “Como su padre no le dirigía la palabra, su madre reunió el dinero para que fuese a Praga. Allí permaneció dos años, en los que pudo haber asistido a la Universidad como oyente, pues las pesquisas llevadas a cabo por el Gobierno checoslovaco confirmaron que no se había matriculado en ninguna de las cuatro universidades del país […]. De lo que habría que concluir que Tesla fue autodidacta, condición ésta que en nada desmerece su grandeza. También Faraday lo fue”.[20]

      Aunque sin éxito, en 1879 Tesla había tratado de encontrar trabajo en Maribor. Así las cosas, regresó al hogar. Su padre falleció aquel mismo año y, al poco, el chico volvió a Praga con la esperanza de continuar sus estudios; al parecer, allí residió hasta cumplir los veinticuatro, asistiendo a clase como oyente, estudiando en la biblioteca de la universidad y procurando mantenerse al día en los avances que se producían

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