90 millas hasta el paraíso. Vladímir Eranosián
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– ¿Chiquillo, como es que has llegado aquí? – sin esperar la respuesta del chico sin fuerzas, completamente agotado. “Solamente Dios sabe lo que habrá sufrido”, barboteaba uno de sus salvadores.
– Me siento mareado – pronunció con una voz vibrante el pequeño tendido en la cubierta de madera.
– ¿Qué acaba de decir? – exigió la traducción el capitán irlandés.
– Se queja de que está mareado – sin volverse respondió un barbudo cubano, en un instante se convenció de que el chavalito era compatriota suyo.
En la tripulación había muchos cubanos. Se mudaron a Miami en la época de Camarioca, en el año ‘62 tras la crisis del Caribe, cuando Castro por primera vez declaró que la construcción del comunismo era un asunto voluntario y que a nadie le sujetaría de la mano. Del puerto cubano de Camarioca empezaron a circular centenares de lanchas y yates, transportando a miles de descontentos, a tales como este barbudo. Él era representante de una profesión libre y esperaba que la joyería lo sustentara en los EE.UU. Pero no fue así. Un ducho experto judío en orfebrería y diamantes, examinando con su mirada experta los hábitos y la manera del “Fabergé cubano”, como se imaginaba ser el inmigrante, con indulgencia no le ofrecían siquiera trabajo de aprendiz, temiendo que el refugiado del hambre pudiera hasta meterse al robo, sino un aprendizaje de pago. El instructor, disgustado al examinar su pieza, profirió en la primera clase: “Esto es algo de mal gusto y primitivo. Algo así nadie lo comprará.” Entonces, el joyero fallido golpeó la puerta y se hizo pescador.
Ardía por encontrarse allí, donde le admirarían, donde sería una persona respetable, pero como se suele decir, muy pronto en la vida es demasiado tarde… En la patria él ahora pertenecía a la “escoria”11 , es decir le estaba prohibido el camino a casa. En el barco, aunque sea un poquito, pero estaban más cerca a las costas natales, en comparación con aquellos para los cuales todo el mundo estaba limitado a los barrios de la Pequeña Habana.
– ¿Cuál es tu nombre? – pregunto al niño un buen pescador.
– Elián – pronunció el chicuelo.
– ¿Cuál es tu apellido?
– González… Tengo hambre, – interrumpió el interrogatorio Eliancito.
– Todo va estar en orden con él – reportó el pescador – Quiere comer. ¡Traigan arroz con frijoles! Allí en la cocina en la caldereta. Todavía no está frío.
Trajeron un plato con cangrejo. Nunca pensó que los ordinarios “moros y cristianos”, una comida que él probó cientos de veces, puede ser tan rica. Luego le ofrecieron tostones, bananas en rodajas fritas en aceite. Este postre era el plato especial de su querida mamá.
Debe de estar cerca de aquí, la encontrarán otros pescadores, y pronto ellos todos juntos, él, mamá y papá se sentarán a la mesa a comer. Habrá en esta todos tipos de manjares, tales sabrosos como les que acaban de convidar los generosos pescadores.
A ellos, naturalmente, papá y mamá deberán invitarles obligatoriamente hasta que queden rehartados. Mamá especialmente para ellos preparará un pollo asado y camarones. De postre servirá mermelada de guayaba. ¡Sabrosura! ¡Para chuparse los dedos! El mozalbete contento se entornó los ojos en espera de inevitables exaltaciones culinarias de sus nuevos amigos.
– Habrá que dar un anuncio en “El Nuevo Heraldo”. Creo que sus familiares darán señales de vida y nos contestarán. Es que no vamos a ahijarlo – reflexionaba el sombrío capitán, contemplando con curiosidad al lobato orejudo, el cual iba tragando uno tras otro los pedacitos de bananas, sin masticarlos.
– Yes, sir – gesticuló el pescador – estoy seguro de que los parientes se darán a conocer. De otra manera nos arruinaremos sustentándole aquí, este glotón traga la comida, como un depósito de cereales. Si lo incluimos, a este troglodita, en las listas de abastecimiento, toda la tripulación morirá de hambre.
Todos en la cubierta se pusieron a reír a carcajadas. Acababan de salvar a una persona y este hombrecito estaba sano y salvo…
Se reía Elián. Aunque no comprendió el significado del dicho, pero con todo el corazón sentía una atmósfera amistosa y estaba contento de su salvación. Los ojos de los pescadores, su temperamento alegre irradiaba la sinceridad. Esto bastaba para complacer al pequeñuelo. Todo era claro como la luz del día. En las miradas de ellos se reflejaba un dulce sosiego y una calma contagiosa. Aunque, dicen, que incluso no todos los adultos saben leer mirando los ojos. Pero en el caso arriba mencionado, todo era muy simple. “Quien no comprende una mirada, tampoco comprenderá una larga explicación…”
2 de diciembre de 1999.
La Habana, Cuba. Palacio de la Revolución, Residencia del Presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba Fidel Castro Ruz
Ellos conversaban con el Comandante varias horas seguidas, como dos viejos amigos, lo único que uno de los dos era instructor por derecho. Una persona sabia, es decir, buena. Juan Miguel estaba impaciente por preguntarle algo.
– Fidel – susurró con un sentimiento de pérdida irremediable, – ¿Puede ser probable que los yanquis no me entreguen al niño?
El líder de Cuba con tristeza pasó la mano por la barba y meneó la cabeza.
– ¡Si no, ordena a un grupo especial de operaciones que saquen a mi Eliancito, o dame un arma para que yo mismo lo haga! – dijo decididamente el padre del chico.
– No, la estrategia ya está elaborada. Intervendré en directo por la televisión nacional. Te ayudaré. Cuba te ayudará. Libraremos la lucha aplicando medios legítimos. Nos valdremos de la opinión pública internacional. Sería bueno si lo hiciéramos de una manera civilizada, es decir, como debería actuar un estado soberano, enfocar este problema quisquilloso y vencer con ayuda de Dios. Sería ideal si se solucionara el litigio utilizando métodos procesales. Teniendo en cuenta que lo suyo no se roba. Lo suyo se ha de devolver…
La madre de Elián falleció. Eres el único, el cual tiene el derecho de educar al chico. Pero piensa lo que estás exigiendo. ¿A qué consecuencias conllevarán los actos de las Fuerzas Especiales cubanas en el territorio de un estado hostil? Tal decisión sería errónea.
Comprendo tus sentimientos, pero te lo pido, compadécete no solamente de ti, sino también de tus compatriotas. No debes imitar en todo al temerario Fidel, el cual hasta hoy está dispuesto, siendo ya una persona anciana, a volver otra vez a las montañas de la Sierra Maestra, habiendo un motivo insignificante, abriéndose paso por intransitables manglares y defenderse de las “hordas” de mosquitos, pensando que todos los cubanos sin excepción alguna son tales arrojados, como su guía.
Las provocaciones no acabarán nunca. Pero no somos aquellos, los de antes. No somos gatitos ciegos y terminamos los estudios de diplomacia, la táctica en enfrentamientos mediáticos. El pueblo ya hace tiempo que está cansado de esa tensión permanente y ansia una vida pacífica. Sueña con la buena vecindad con todos. Y con los EE.UU. en primer lugar. Pero allí me han alistado a la legión de diablos junto con Sadam, Bin Laden, Kim Jong–il y Lukashenko. No quieren llevar las conversaciones conmigo. Es un circuito cerrado. Pero lo romperemos con la fuerza de la verdad. Por su pequeño ciudadano no intercede Fidel, sino Cuba. ¿No quieren hablan con Castro? Entonces deberán llevar las conversaciones con todo el pueblo cubano, y tú, un simple joven de Cárdenas, serás su representante
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Las escorias son un subproducto de la fundición de la mena para purificar los metales.